El ltimo deseo
Publicado en Jul 17, 2018
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“Tengo cáncer”, me dijo con naturalidad, muy inusual, para alguien que sabe que puede tener sus días contados. No la tomé en serio. Creí que bromeaba, porque se refería a enfermedad mortal con la tranquilidad de quien te avisa que tiene hambre, sueño o pereza.
No detectó que no la tomé en serio, porque continuó hablando,
-Me acabo de enterar ayer. No hay remedio. Me quedan seis meses de vida, a lo más. Claro, tendría que meterme en una burbuja y vivir esos ciento ochenta días como un monje. ¿Tú qué harías? -, preguntó, ahora sí sorprendiéndome. Antes de que pudiera responder, ya hablando estaba de nuevo,
“¿Sabes qué es lo primero que quiero hacer? Anestesiar de inmediato este pinche pánico. No se me nota, ¿verdad? Pero me estoy desbaratando por dentro. ¿Te acuerdas cómo definí el miedo una vez?”
“Sí, como la sensación de un hilo descendiendo por el recto”, respondí.
“Correcto. La diferencia es que estoy sintiendo cinco al mismo tiempo. Por eso quiero anestesiarme. ¿Sabes cómo?”
De nuevo, antes de que pudiera responder volvió a hablar,
“¡Emborrachándome hasta perder el sentido! Quiero borrar la realidad, aunque sea temporal.”
La observé y pensé,
“¿Qué le dices a alguien al que le quedan seis meses de vida? ¿Lo siento?”
Sólo se me ocurrió fue actuar naturalidad y desde luego, no mencionar nada de la trágedia.
Con un ademán, le indiqué que empezara a pedir.  
“¡Nooo amiguito! Ya me lo han hecho muchas veces.”.
No entendí qué pasaba, pero antes de que pudiera preguntarle, me dijo,
“Cuando tomo de más y ven lo que acostumbro tomar, con un inofensivo, “voy al baño”, se liberan de la invitación y me dejan, generalmente borracha y sin un quinto para pagar.”
Negué moviendo la cabeza, sin comentar nada al respecto. Podría interpretarse de dos formas, como crítica a quienes la habían abandonado o como garantía de que no le ocurriría conmigo.
Le hablé al cantinero,  
“Un Conmemorativo doble en copa y…”, la señalé con el dedo índice esperando su respuesta,
“Igual”-, dijo escuetamente, dejando a un lado las exquisiteces de marcas rimbombantes.
Le di mi tarjeta al cantinero y pedí que abriera una cuenta.
“¿De qué quieres hablar?”, pregunté, pero no esperé a que respondiera.
“Supongo que de cualquier cosa. Claro, menos de tu enfermedad”, concluí sin miramientos.
Me observó fijamente. Era como si quisiera tatuar ese momento en su mente. Pensé que de ahora en adelante sería así. Reflexionaría sobre todo momento que disfrutara porque empezaría a considerarlos irrepetibles. Acumularía detalles y, tal vez, en su soledad o en su lecho de muerte los recordaría. Era tremendo lo que imaginaba. Me sentí devastado por lo que mi amiga sufriría.
“¿Qué nos impide actuar así con los demás siempre?”, me pregunté. “Nunca considerar seriamente que somos finitos, hasta que estas desgracias nos vuelven la realidad inesperada y cruelmente.”  
Por un momento, ninguno de los dos habló. Observaba su peculiar mirada intentando adivinar qué pensaba. Esperé en silencio que dijera algo. Yo ya no podía hablar. Por fin me dijo,
“¿Tienes tiempo? Quisiera detallarte mi último deseo.”.
Me pareció ridículo que me preguntara si tenía tiempo. Respondí con un gesto de extrañeza previo, respondí,  
“¡Claro que sí tengo tiempo! Dime.”.
Empezó a hablar. Bajó su tono de voz, indicándome que diría algo personal y confidencial. Me acerqué. Entonces me dijo,   
“Hace días, estoy exagerando, hace horas, no tenía deseos. Desear, lo consideraba una idiotez. Los deseos los veía como ocurrencias, propósitos irreales que giran alrededor aspectos trillados de salud, economía personal y, ya sabes, todo lo que imagines que es un disparador para tu felicidad.”
Iba a proseguir, pero en ese momento llegaron los tequilas, que, para haber estado sentados en una barra, habían tardado una eternidad. Se lo reclamé al cantinero, pero se justificó estupendamente diciendo que la marca de tequila que había pedido no la tenía y la había mandado a comprar.
“Eso sí, ahora toda la botella es toda para ustedes.”, nos dijo con una sonrisa y un gesto de agradecimiento por nuestra comprensión. Me convenció.  
Sin decir nada más, tomó su tequila y de un trago vació la copa.
Apareció el gesto de repulsión, pero no pasó de eso.
“Disculpa, ni siquiera te dije salud, pero hubiera sido muy paradójico, ¿no crees?”, me dijo sonriendo.
“Además, ¡necesitaba tanto este trago! ¿Puede pedir otro? Ahora sí lo voy a disfrutar.”.
Llamé al cantinero, pidió y continuó,
“Al enterarme que terminaría todo, empecé a desear. Desde luego el de salud en primerísimo lugar, dinero, para nada, y amor, bueno, me daba lo mismo. Es paradójico que al final, desear sea en un consuelo, ¿no lo cree? Ya sé, demasiado tarde. Sin embargo, al fin comprendí lo que se persigue deseando, quitar lo que se interpone entre tú y tu felicidad.”
Tomó un respiro y continuó.
“La primera noche en calidad de desahuciada, no dormí. Temblaba desesperado por no saber que vendría. ¿Qué sentiría después de mi último latido? ¿Tendría consciencia? Preguntas sin respuesta. Entonces deseé que todo pasara rápidamente, pero al mismo tiempo deseaba, nuevamente, hacer cosas que siempre quise hacer, pero nunca pude o no me atreví.”.
Me miró consciente de su incongruencia y de lo evidente que era su confusión. Guardó silencio y bajó la cabeza. Sentí su desesperación por querer hacer, pero sin saber qué. Quería ayudarla a ordenar sus ideas.
 “Dijiste que quieres hacer cosas que no pudiste o no te atreviste, ¿dime algunas?”, pregunté.
“Ya ni siquiera puedo pensar en ellas.”, me dijo con lágrimas en los ojos.
Intenté ayudarla, mencionando lo que todo mundo desea.
“¿Viajar? ¿Conocer un lugar o a una persona?”.
Me miró fijamente y dijo lo que deseaba.
“No quiero morir sola.”
Supuse que no quería agonizar en soledad, pero no se refería a eso.
“Quiero que mueras conmigo.”
Mi rostro debió mostrar sorpresa, espanto y rechazo, pero no la detuvo para decirme,
“Piénsalo, no tienes que decidir ahora.”
La pena por ella desapareció. Pedí la cuenta, pagué y salí del lugar. No volví a saber de ella.
Ha pasado un año, supongo que murió, pero no lo puedo asegurar. Ahora, mientras escribo estas líneas, pienso en su desesperación y profundo temor, que seguramente tendremos todos en su momento.
Me arrepiento de mi reacción, ¿indignarme frente a una desahuciada? Pude haber hecho algo más digno. Al final, ella mostró más dignidad. Nunca más me buscó, lo cual, al describir la experiencia, me afecta aún más, porque yo tampoco lo hice. No me lo perdonaré, ni siquiera haber tenido veinticinco me justifica.             
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Foto del autor Juan Carlos Maldonado Garca
Textos Publicados: 109
Miembro desde: Jul 09, 2009
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Descripción

Reacciones ante la cercana de la muerte, tanto de los implicados como de quienes los rodean.

Palabras Clave: Desahucio muerte cncer.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

juan carlos reyes cruz

Para describir de manera tan gráfica una situación semejante se necesita en verdad tener talento, escoger las palabras adecuadas que infiltren en el sentimiento del lector la sensación del protagonista. Estimo, "tocayo", que tú lo tienes y a través de tu manejo nos entregas una situación ficticia que tiene todos los ingredientes de una perfecta realidad... Y aparte de todo, la historia se desarrolla sobre un carril de originalidad, porque se aparta de lo evidente.
Os felicito sinceramente.
Responder
July 17, 2018
 

Juan Carlos Maldonado Garca

Muchas gracias por tu palabras y la gentil apertura para llamarte tocayo.
Seguro ya lo sabes, como un intento de escritor, tus comentarios son muy motivantes. para seguir esta práctica que nunca puede detenerse.
Cuenta a partir de hoy con un lector asiduo de tus trabajos en este sitio y donde me indiques que puedo encontrarte.

JC
Responder
July 26, 2018

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busy