AMOR GORDO
Publicado en Jan 15, 2018
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AMOR GORDO

“Porque quien encontró el amor, no lo buscaba tanto.” Enrique Bunbury.

Mira el bullicio de los spring breakers al juguetear en la playa. Besos, caricias, cortejos. ¡Imagina ser parte de aquel desenfreno! En voz alta se le escapa una frase: "fat and stupid!"
Su estómago está tenso y adolorido, mas ya no come por antojo, ni por el diario “ritual” que antecede a la dieta que nunca llega; lo hace porque se detesta. Se lo recuerdan las sudadas lonjas al luchar unas con otras, el cortante resorte de sus bermudas y las cintas de sus sandalias que estrangulan sus pies, enrojecidos por el Sol.
Para deshacer el nuevo nudo en la garganta, embadurna de aderezo un camarón; ya en la boca, siente que el sabor no está equilibrado, por lo que se mete otro y, ¡por qué no?, una cucharada de mayonesa. Aún siente que su bocado no fue perfecto. Piensa: “maybe, I need totopos”. De pronto, le distrae el espectáculo de caricias y besos que dan dos adolescentes en una mesa lejana. La parejita es interrumpida por el carraspeo de un mesero. Desenredan sus lenguas, mas sus miradas simbiontes continúan empeñadas en saciarse de luz. Así, resignado a un silencio cómplice, el mesero pone las cartas sobre la mesa, y sin pronunciar palabra se desvanece.
¡La realidad le sorprende al crujir su silla de plástico! Nota que está despatarrada por el peso. Cierra los ojos, deseando desaparecer. Siente que le miran y se burlan, por lo que corre al baño para esconderse. Antes de entrar, escucha que alguien le susurra –por mil pesos, le doy servicio sexual aquí mismo–. Acepta en automático.
Es la primera vez que utiliza la prostitución. Piensa que sus trabajadores son esclavos, piensa que aquel oficio es un ataque frontal al sueño romántico que le atormenta, piensa que ese día: “fuck all the world!”. Le llevan a una bodega. Hay un colchón asqueroso, rodeado de cajas de refrescos. Hace un esfuerzo por no imaginar de qué está manchado. Se acuesta, cierra los ojos, tensa su cuerpo, aprieta la mandíbula. Aprieta los labios; parece que sonríe. Piensa: “like russian mountain!”. El servicio contratado le recomienda –por mil pesos más, le hago sexo oral–. Responde con la emoción de un paracaidista: –yes!- Empieza a jadear y a reír de nervios, pareciera que tirita de frío. No puede evitar pensar en lo bochornoso y ridículo de la situación. Recuerda que ese día no se bañó. Piensa: “I´m ugly, fat and dirty” Aprieta aún más fuerte los labios y eleva la mirada. De pronto, siente una boca succionar su entrepierna, mas es tanta la sorpresa, que el placer no es instantáneo. Se esfuerza en grabar cada sensación para la posteridad. Un pensamiento fugaz le asalta, invitándole a la huida. . . ¡No!, imposible hacerle más caso, cuando un relámpago de placer le sorprende. Sus brazos adquieren voluntad propia: se lanzan contra el espacio, tirando objetos, buscando de donde sostenerse. . . hasta que rompen una lámpara –I´m sorry!-. ¡Qué ansiedad! Coge esa cabeza oral y la lleva tiránicamente hasta sus labios. Comienza la cúpula. No sabe ni besar. Introduce su lengua hasta lo más profundo de la boca rentada, succiona con horribles sonidos, ¡babea!, ¡pellizca!, ¡muerde! A pesar de querer complacer totalmente a su acompañante, es un desastre.
¡Qué angustia! Por la pena, evita que su acompañante se distraiga, jugando con sus lonjas. Continuamente le aparta las manos. ¡Qué desesperación! Con sus manos encrispadas sostiene esa cabeza, mira fijamente esos ojos inexpresivos, y les susurra lo que ha soñado decir toda su vida. . . –I love you!-.
El personal contratado reacciona con una sonrisa condescendiente; luego le advierte –¡se acabó su tiempo!-. Con toda su gordura, le suplica para que no se vaya. Asegura tener dinero suficiente. Lo intenta seducir: le acaricia el cabello; estira el cuello, pues cree que así no se le nota tanto la papada; lengüetea toda su oreja, ya que ha escuchado que ahí existe un punto muy efectivo para la estimulación sexual. Inmutable ante tales juegos, su acompañante le dice –si quiere, por tres mil quinientos pesos más, lamo su ano-. La vergüenza evapora el sudor sobre toda su obesidad. Contesta sin atreverse a mirar esos ojos sin luz –no, estoy bien... I´m sorry-. Se viste y sale del lugar.
Otra vez el nudo en la garganta. Mira el mar, el mundo, su cuerpo. –¡disgusting!–.

II
Entra a un restaurante de comida mexicana. ¡Justo lo que necesita para desatar su nudo!: masa, manteca, puerco, toro... Le encantaría seguir del taco a sus dedos, hasta devorar su propio cuerpo. Cuando se prepara para atascarse un plato de tostadas, le interrumpe un niño que vende dijes jipis. No lo rechaza, pues el pequeño llora. Le compra algunos colgajos y le pregunta por qué está triste. Éste responde –es que en todo el día no he vendido nada-. Al ver la mirada del niño sobre sus tostadas, se las ofrece y le invita a comer otros platillos. Tímidamente, el niño las acepta y luego ordena una “Milkshake Maya”, una “Aztek Hamburguer” y un “Choco-Cholula Cake”. Sin pedir alimento propio, se dedica a cuestionar al pequeño, sólo lo suficiente como para evitar silencios incómodos. El contenido de la charla es farragoso, pero es trascendental para quien sólo quiere compañía. Al terminar sus alimentos, el niño se levanta y agradece. La monumental figura dice –gracias por todo... ¡Te quiero!–; el niño responde –yo también–. Sonríen y se miran con cariño.
Ya sin compañía, le traen la cuenta y el pastel que el niño olvidó esperar. El mesero le pregunta si lo empaqueta para llevar. Con serenidad, la inmensa figura responde –no, thank you!–. Por fin, la satisfacción le ha llenado.
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Foto del autor Luis Alejandro Rodrguez Sotres
Textos Publicados: 30
Miembro desde: Jan 15, 2018
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Descripción

CUENTO SOBRE LA SOLEDAD Y LOS TRASTORNOS OBSESIVO-COMPULSIVOS QUE DESENCADENA

Palabras Clave: AMOR GORDO SOLEDAD OBESIDAD

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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