A travs de ti
Publicado en Oct 21, 2017
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A Través de ti
De tu mirada. De tu transparencia e imparcialidad. Así veo yo el mundo y lo que el mundo no ve. Son tantas cosas que el mundo no ve…Son tantas las cosas que el mundo se pierde… Desde actos de amor puro y bondad, hasta atrocidades impensables (que  si no fuera por nuestros ojos, no alcanzaríamos a creer). Seguramente yo tampoco vea todo, pero con lo que alcanzo a ver, me basto y me sobro.
Lo que el mundo no ve, es la complicidad de nuestras miradas, en lo que parece una eternidad, dulce y placentera eternidad. Tampoco ve las horas muertas uno delante del otro, como si tuviéramos el poder de parar el tiempo y como si fuésemos dueños del todo y la nada, y responsables de lo que sucede a nuestro alrededor.
No ve esa pareja de ancianos que han dedicado media vida a superar los traumas de la Guerra Civil, de la postguerra y el franquismo; y la otra media a adaptarse a los cambios constantes de esta sociedad caprichosa y cambiante. Cuando la veo observar la vestimenta de los jóvenes, o escuchar las nuevas palabrerías y esos anglicismos que empobrecen nuestra rica lengua; puedo oír sus pensamientos. “¡Cuánto ha cambiado todo! Y solo en un abrir y cerrar de ojos”. Se lamenta del cambio degenerativo. Cambio, que por momentos parece que quiere volver al inicio, como si buscase mejorar su error, hacerlo aún  mayor e irreparable. Lamenta los pocos modales de la chica del jersey de lana azul. Ella jamás habría contestado de tal forma y con tanta impulsividad a su propia madre. Y si hubiera cometido ese majadero atrevimiento, le hubiera llegado una respuesta breve pero contundente. De esas que te hacen replantearte tu comportamiento y modales. Sí, esas de esas que cuando estás a punto de llevar a cabo una mala acción, te viene a la mente y dispersa cualquier intento de pillería.  El mundo, ciego y encima con una venda que sobreprotege su ceguera, esa dedicación de los ancianos para con su familia. Los paseos veraniegos, las compras, que un día eran pan comido y hoy les suponen el 80% de su energía y economía. El mundo solo ve esos billetes entregados a escondidas, a modo de delito en nombre del amor, a los nietos en cada visita familiar. La anciana, personalmente, se siente una delincuente potencial, desafiando la ley que ella misma creó. Cuando lo hace, se le dibuja una sonrisa en su rostro y salen de su escondite los hoyuelos, ahora ya menos pronunciados debido a las arrugas y la flácida piel. Cualquier pintor que aprecie y sepa de arte, podría hacer un cuadro de su sonrisa. Pero el mundo no ve como la anciana rebusca en su cajón de la ropa interior, esperando alcanzar ese tesoro que escondió tiempo atrás, sabiendo ya, que en un futuro cercano le haría falta. No ve su cara de angustia cada vez que su hijo le llama. Otro mes que no pueden pagar la hipoteca, le dice el hijo. Y ella, veterana ya en la pobreza y precariedad, va en busca de ese tesoro. El mismo del mes pasado, y el de hace ya 2 años. Tesoro que permite que su hijo aún tenga un techo y sus nietos puedan comer. El mundo no ve como se esfuma su pensión en cuestión de horas.  Tanto esfuerzo, tanto sufrimiento y tanto trabajo duro… Pero siempre vuelve su sonrisa, capaz de iluminar al universo entero. Yo si veo a los ancianos, tú me acompañas sólo como un fiel camarada haría. Somos cómplices de sus caricias reservadas y tímidas en el banco nuevo del viejo parque. Hace poco que quitaron el viejo, donde ellos se conocieron, donde se dieron su primer beso y done años más tarde él le pidió la mano a ella.  Somos cómplices de sus charlas aparentemente banales sobre cualquier tema que les da un aliento más de vida y esperanza.  Y de esas charlas no tan banales, donde rememoran los infiernos que atravesaron durante su infancia y su juventud, lamentándose de que años después su esfuerzo y sufrimiento solo haya servido para hacer un retroceso años más tarde y vean a su hijo en la misma situación que se vieron ellos. Tampoco ve como me ruborizo ante la idea de un futuro así, a tu lado. Ojalá sea así. Seguirías iluminando la oscuridad que asola al mundo, y sobre todo, la que asola mi vida. Dando luz a esos pequeños detalles, esas escenas que pasan desapercibidas ante el ajetreo de las masas. Me guiarías por cada de una de ellas y enriquecerías mi mente y mi corazón, dándome un aliento más de vida y esperanza.
Lo que el mundo no ve, es como me proteges. De todo, y a la vez, de nada. Te sientes y te crees fuerte, capaz de frenar cualquier ataque hacia mi persona. Me abasteces de seguridad. Ese tipo de seguridad que te permite vivir al límite y enfrentarte a dragones que escupen fuego. Pero eres más débil de lo que permites ver. Y  yo, aunque callo, lo sé. Te rodea una fragilidad desconcertante. A veces, en sueños, temo por ti. Incluso yo, que te adoro y te acompaño en cada aventura de esta vida, podría hacerte un daño irreparablemente mortal y destructivo. Te reduciría a pedacitos tan infinitamente pequeños, que se perderían en la inmensidad del olvido y en la oscuridad. Pero eres pura inocencia. En tu ser, no albergan cabida los sentimientos negativos ni destructivos pese a que vemos maldad en todos lados, a cualquier hora, en cualquier lugar y de cualquier persona.  Tú te mantienes distante, firme, sin temor alguno. Te sitúas en primera línea y me das una visión realista de todo. Tienes el poder absoluto y el privilegio de la verdad, y eso el mundo no lo ve. No conozco a nadie, a parte del tiempo y  el momento, que sean poseedores de tal privilegio. A veces, siento que lo que te sucede y por eso te es concedido ese don, es una gran falta de sentimientos (negativos o positivos), pero entonces, una vez más, me sorprendes con tu genialidad única. Y el mundo, no lo ve.
No ve esas tardes de estudio en las que me paso más tiempo  observando tu belleza transparentemente cegadora, que los libros. No ve como me quedo mirándote con la vista perdida en tu inmensidad, imaginando un mañana en el que ambos seremos mayores y estaremos deteriorados, cada uno a su modo. Estaremos curtidos de más experiencias. Estoy convencida de que nuestra relación estará totalmente consolidada y seguiremos cuidándonos mutuamente. De hecho, si el mundo viera y conociera nuestra relación, nos envidiaría. Viviremos esa etapa donde tendremos momentos de “somos uno”. Ese momento tópico que todo el mundo nombra, pero del que nadie entiende el verdadero significado.  Tengo la opinión de que se usan y pronuncian sentimientos y emociones a la ligera. Sin conocer la repercusión que conlleva ese acto mezquino y aborrecible.
El mundo tampoco ve las tardes, los días y las noches lluviosos.  Esas lluvias que te aportan calma y al mismo tiempo desestabilidad y jaleo. Incluso esas lluvias que son reflejo de nuestras vidas o estados de ánimo. Caóticas, fuertes y devastadoras. No ve las nubes que se levantan protestando y reclamando más protagonismo y consecuentemente, presencia. No ve como se lucen y nos muestran su belleza y su furia. Como si estuvieran en un desfile de belleza. Como si estuvieran bailando. No os imagináis cuanta belleza resplandece en el cielo en momentos así. Como crean una mezcla explosiva que aturde y repercute al mundo y a cada ser humano de una forma distinta.
Por un lado, el jaleo de esa madre corriendo calle abajo con la compra, sin paraguas porque el hombre del tiempo dijo que sólo habría nubes y cielos oscuros y maldiciendo al cielo, pero sobre todo al apuesto hombre del tiempo con quien se permite fantasear en momentos de intimidad. Se para a mirar la hora y se da cuenta de que el tiempo le ha jugado otra mala pasada, y sus hijos la están esperando hace ya 10 minutos, en la puerta del colegio. Vuelve a maldecir, esta vez al tiempo, al reloj y a la amiga de yoga que le ha entretenido 40 minutos hablando de no sé qué.  Le había prestado poca atención porque estaba pensando en el menú semanal y en las actividades que tenían hoy sus hijos, en si había puesto la lavadora y a qué hora llegaría su marido hoy de trabajar. Corre hacia su coche y piensa en si hay alguna pócima mágica que retrase la hora y le permita llegar a casa, coger dos paraguas y recoger a sus hijos. Es la 2ª vez que le pasa en 6 meses, pero ella se flagelará durante un tiempo.
Por otro  esos niños. ¡Que inocencia tan envidiable! Disfrutan cada gota, cada charco. Lamentan dejar el parque, único lugar donde encuentran compañeros de guerra y armas suficientes para afrontar la rutina y el aburrimiento, pero sobre todo para derrotar al tenebroso dragón escupe fuego, que custodia un tesoro en una montaña perdida en el fin del mundo, a la cual solo pueden llegar auténticos héroes valientes. Tienen esa inocencia, esa felicidad constante que florece en forma de imaginación y ternura. Tienen la virtud de ver todo lo positivo dentro de todo lo negativo y más allá. De hecho, los adultos siempre aprenden más de un niño que viceversa. Pueden dar auténticas lecciones a cualquier adulto. Como la de derrotar dragones, salvar princesas, o capturar Pokémons.
Cerca de la madre desesperada por la alteración de su día, está la chica joven. Un poco mayor que nosotros. Es su hora de comer. Trajeada, con tacones y el resplandeciente y embellecedor maquillaje, pelea con el suelo resbaladizo y la saboteadora lluvia que ejerce la engorrosa tarea de desmaquillarla horriblemente. Maldice, igual que la madre, pero sólo por el mero hecho de pensar en su maquillaje corrido, su pelo crispado y su ropa oliendo a humedad. Aunque mayormente se cabrea porque hoy iba especialmente bonita para intentar atraer, almeno visualmente, la atención y el agrado del camarero del restaurante donde como diariamente. “¡Qué vergüenza como me vea así!”. A mí la idea de que resbale con esos taconazos me resulta inquietantemente graciosa y tentadora. Miro al cielo mientras me observas y adivinas mis pensamientos, como intentando llegar a un acuerdo con el cielo. “Haz que resbale un poco” pienso.
La pareja de ancianos, curtidos ya a su edad de mucha experiencia  y sabiduría (aunque desconfiar del ignorante hombre del tiempo también les ha ayudado) no asoman la cabeza. El anciano ya sabía que llovería ( la noche anterior le dolían las rodilla) y aprovecha la mañana para escuchar los debates de los programas matinales. La anciana se asoma a la ventana y se alivia pensando que hoy podrá descansar.  Como se nota la experiencia que tienen. Bastantes lluvias les pillaron ya desprevenidos durante su juventud. Como aquella ocasión que estaban tomando helado y la lluvia les planteó desmelenarse. Bailaron, corrieron, rieron, cantaron y disfrutaron bajo la lluvia.
Y finalmente, tú y yo. En  casa, uno enfrente del otro. Tranquilos, relajados y un tanto expectantes con la situación en el exterior. La televisión calma el llanto del cielo y los gritos de las nubes, que van cogiendo fuerza. Tú continúas con tu hazaña de protección y con tu papel de espectador. Sabes que me dan miedo los truenos y los relámpagos. Pero tú calmas esa inquietud con ese instinto protector tan característico. En ocasiones me viene a la cabeza que tu misión en esta vida es únicamente esa. Pero no, no dejas de sorprenderme y cautivarme día tras día ayudándome a ver, oír y sentir lo que el resto del mundo no quiere ni puede. Tienes un inimitable, inigualable y adictivo don envolvente capaz de cautivarme y parar el tiempo y mi vida. Me regalas esos silencios abrumadores que sólo pueden romperse con todo lo que el mundo no ve.
A día de hoy, te has mantenido muy fiel y sobre todo, muy cerca. Has mejorado notablemente mi calidad de vida, has inyectado una vacuna de felicidad que tiene el mismo efecto que un caramelo o un juguete en un niño. Me has sacado sonrisas, me has conquistado con belleza y amor y me has protegido del mal.
¿Recuerdas esa pareja joven? Él me recuerda a ti. Se le nota tanto el afán de amar, proteger y hacer feliz a su pareja…Pocas veces he visto sonrisas como aquella (y la de la anciana). Se respira el amor que éste le procesa allá por donde pasan. Sus ojos brillan. Su corazón emite un espectáculo de fuegos artificiales. Y ese amor, envuelve a la chica y la cubre con un escudo de protección y felicidad. Llevan poco en la barriada, pero sé que escribirán una larga ida aquí. Por como la mira, planea pedirle matrimonio. No está convencido de tener hijos a juzgar de como mira la pataleta del niño que vio en el supermercado el otro día. En ella, en cambio, habita el deseo ardiente de la maternidad. El instinto maternal le llaman. Se puede leer su mente fácilmente y adivinar que espera con ansias que él agilice los pasos previos. La boda, la vida matrimonial y todo lo que precede a la maternidad según las costumbres sociales aceptadas. Ella le huele la inseguridad, pero no duda ni una pizca de él. Será un buen padre y un mejor esposo. A veces, mira a la mujer que vive dos portales más allá y se siente identificada. Piensa en un futuro y lo ve exactamente igual. Está ansiosa por vivir todo lo que la maternidad te da. Tanto lo bueno, como lo malo. Si es que te trae algo malo, claro está.  Se imagina a si misma siendo víctima de la lluvia y de los contratiempos.
Decir que te debo la vida es mucho, pero decir que te debo mi felicidad y que nunca pagaré mi deuda, lo considero justo.
Lo que el mundo no ve ni oye son los discursos de mi madre. Dice que te dedico demasiado tiempo. Opina que no eres buena compañía, que eres egoísta y yo demasiado ingenua. Lo dice ella que fue quien nos unió. SI no fuera por ella, no te hubiera conocido. ¿Qué sabrá ella? Es ciega, como el resto del mundo. Entiendo su preocupación y puedo respetarla, pero no pienso separarme de ti. 
Ella tampoco ve los animales callejeros vagando de un lado a otro. Algunos felices y despreocupados; otros, cargan con la soledad, la pena y el deseo de formar parte de una familia. No son muy distintos a nosotros. Salvo porque ellos son nobles, puros y leales.  Cualidades que escasean mucho en la humanidad. No ve cómo andan clandestinamente buscando cobijo, comida, protección e incluso afecto de algún ser humano. A veces me siento tentada de rescatarlos, pero tu presencia me frena. Como si pensaras que no es buena idea por muy noble que sea mi  intención. Usas a mi madre, que se une a ti por conveniencia, para impedírmelo ya que su palabra va a misa.
Nuestra relación, como cualquier otra es o debería ser, se basa en la reciprocidad. Yo también te cuido, y por supuesto, te protejo. Me gusta recorrer tu cuerpo entero, acariciarlo lentamente. Sobre todo cuando paseo la esponja por tu cuerpo, limpiando tu dolor, tu angustia (y obviamente la “suciedad”). Sé que esos sentimientos habitan en ti. En muchas ocasiones, te veo temblar y me preocupas. Me preocupa que un día no puedas más o no quieras seguir viendo a mi lado lo que el mundo no ve. Igual tiemblas por esa angustia o quizás por frío.  Es por eso que cada noche, cuando ya no tenemos nada que ver y estás débil, te arropo. Lo hago yo porque sé que es lo que quieres. Te mantienes alerta y expectante, esperando el momento. Te tapo con tu manta favorita: la negra con esos rectángulos blancos, bueno, más bien transparentes. Te gusta porque aun durmiendo, podemos seguir viendo lo que el mundo no ve. En verano no suelo taparte con la manta de noche, más bien te cubro con sábanas de día, bien fresquitas. Además adorno tu espacio preferido, nuestro rincón. Ese espacio vital  cubierto con unas cortinas donde encontramos vida, alegría y nos permiten escondernos mientras observamos.
Me gusta esa belleza brillante y transparente tuya, tan tuya A través de tus grandes ojos, me acompañas en cada aventura, en cada delirio, en cada escena. Eres confidente de mis sueños, de mi imaginación, de mis pensamientos e inquietudes. Lo sabes todo de mí. Siempre  que me voy, no dejas de observarme, haciéndome saber que lo ves todo y que me proteges constantemente, sin descanso. Haciéndome saber que siempre me esperarás en el mismo rincón, pendiente de cada detalle, de cada gesto.
Lo que el mundo no ve, son las horas muertas, que pasan a contrarreloj en la realidad, de tomar el aire, de cotillear, de pensamientos en alto, de discusiones matrimoniales, de juegos infantiles, de complicidad amorosa… Como cuando me da por imaginar, inventar y dialogar sobre la vida de la gente, conspirando contra la humanidad, inventando historias dignas de película americana nominada a 10 premios Oscar. A ti te puede la timidez y la humildad y te limitas a observar. Eres como el espectador que acude a un cine, adaptado a la rutina de la vida.
Y el mundo no ve, no oye, no sabe ni entiende. No ve esas escenas, no oye el mensaje que dejan suspendido en el aire, no sabe la importancia de éstas ni entiende lo que se pierde. Que estas pequeñas escenas son el mejor y mayor resumen y la esencia de la vida. Son el reflejo de lo que somos y vivimos.  Y yo, tengo la suerte de verlo a través de ti. Por todo esto y más, te aprecio y valoro más que a la mayoría de la humanidad. No juzgas, no tienes prejuicios, me enseñas la vida y me concedes el privilegio de la verdad. Me enseñas a vivir y me acompañas durante el viaje, mostrándome el camino y la luz, permitiéndome entonces, ver y conocer la verdad que el mundo no ve.
 
Gabora Alonso.
 
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Descripción

Escrito redactado en 3 de ESO, para un certamen de literatura. Trata de la visin de una chica y un acompaante fiel. Ambos sienten devocin el uno por el otro y se aventuran en vivencias y escenas cotidianas que les permiten ver aquello que el mundo no ve, no oye, ni sabe.

Palabras Clave: Lo que el mundo no ve Mundo escritos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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