Elvira piensa en m, cuando se acuesta con otros.
Publicado en Jul 04, 2017
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Mientras bajo las escaleras miro la casa; no hay nada más tranquilo en el mundo que un prostíbulo por la mañana, sobre todo hoy que amaneció lloviendo.

      Camino dentro de la sala, los pobres sillones están rotos de donde uno recarga los brazos, y de donde uno pone las meras nalgas. Hay tres sillones individuales, dos negros y uno café, ese en especial me trae recuerdos de cuando vine por primera vez con mi padrino Jacob; aquella vez llegó a la casa bien pedo buscando a mi papá, pero como él se había ido con mi jefa a llevar a mi hermana al doctor, mi padrino me dijo «Entonces súbete tú pues», la verdad yo no quería ir, pero me dio miedo desairarlo, siempre que me veía me daba mis cien pesos, a veces me lo encontraba en la calle, y yo hacía todo lo posible para que me viera, eran cien pesos nomas por saludarlo, lo que quiero decir, es que me fue comprando poco a poco, de cien en cien. Yo ya tenía casi veinte años, y todavía me daba mis cien pesos, si le decía que no quería ir, se me hubiera terminado la beca.

      Me subí a la troca blanca de un solo sillón rojo, olía a pino, traía el sonido a todo volumen hasta retumbaban las puertas, tuve que gritar para saludarlo, algo sonaba debajo del sillón cada que la troca brincaba, era un machetote que mi padrino siempre cargaba, antes traía pistola, pero un día lo pararon los federales por manejar borracho y se la decomisaron por falta de papeles. Desde entonces carga con su machete bien afilado. Él no es malo, no anda en cosas malas, sólo es desconfiado y borracho.

      Ese día hasta andaba bañado y arreglado porque iba a salir con mis amigos, sólo no me alcancé a echar perfume porque mi padrino me carrereo para que me subiera. Anduvimos paseando en la troca por todo el centro del pueblo, yo me ponía en la mera ventana, para que las damitas del pueblo me vieran bien y dijeran: mira ese pelado tan chulo.
Mi padrino llegó por unas cervezas, me ofreció, al principio no quise, y él me insistió, ya después de la tercer latita, me las tragaba como agua. Así seguimos dando vueltas en el pueblo, y a cada nueva vuelta, me sentía más chulo, y veía más lindas a todas, hasta me atreví a gritarle cosas a una damita que iba sola, «adiós mamacita» le grité, mi padrino a pesar de la música, me escuchó, y me dijo en tono correctivo «perate ahijao, eso no se le dice a las damas, para eso están las putas, hora verás» dio un frenón y apuntó la troca para la carretera que va para San Miguel. Yo pensé «ya valió madres, ahora adónde me va a llevar este cabrón».

      Casi manejó veinte minutos, lo sé porque el estéreo se aventó como seis canciones, se estacionó afuera de una casa blanca de dos pisos, con puerta amarilla a pie de carretera, era una casa normal, bueno, ni tanto, la verdad es que parecía casa de gente rica, la gente pobre sólo tiene casa de un piso, los políticos tienen casas de tres pisos o más y en el último piso tienen un patio, a veces hasta tienen un piso debajo del primer piso. Mi maestro de historia siempre decía: los políticos siempre tienen más de lo que necesitan, y creen necesitar más de lo que tienen. Mi padrino tocó la bocina de la troca, le bajó el volumen al estéreo, y después de unos segundos, la puerta amarilla se abrió sólo un poco, como cuando uno abre con cuidado la puerta del refrigerador, intentando que no se encienda el foco de adentro.
Alguien se asomó cuando mi padrino alzó la mano para saludar, un señor grande salió de la puerta amarilla, traía un tupido bigote como con forma de “dorito”, le hizo a mi padrino la señal de que podía entrar, mi padrino se estacionó, pero no lo hizo fuera de la casa, sino como a cinco casas afuera de una tienda que vendía cena.

      Entramos a la casa, se escuchaba música, pero no tan fuerte como la que traíamos en la troca, un señor iba subiendo las escaleras de la mano de una mujer con minifalda y medias oscuras, yo aventé los ojos debajo de la minifalda, pero no alcancé a ver nadita, mi padrino me tomó de brazo y me llevó a la sala, me sentó en un sillón café, él se acomodó en un sillón grande con otros hombres. Una señora caminó desde el pasillo hasta donde estaba mi padrino, ella le puso la mano sobre el hombro y se empezaron a decir cosas al oído, después mi padrino me señalo con el dedo, ella asintió con la cabeza y se fue en dirección a lo que debía ser la cocina.

      Yo no soy pendejo, ya sabía que estaba en un congal, y ya sabía que mi padrino había mandado a que me trajeran una puta, pero la verdad sí me estaba haciendo pendejo, me esforzaba para parecer inocente y hacía esfuerzos parar que no se me notara la sonrisa de la cara. Apareció una damita en el umbral de la supuesta cocina, caminó con sus larguísimas piernas a mí, la luz no le descubría aún la cara, pero parecía joven, traía sólo las medias y algo como una tanga roja, también una blusa blanca transparente, me tocó una mejilla con su mano, las manos de una puta son suaves, pero huelen a billetes, mientras mi padrino estaba distraído, se me sentó en las piernas, metí la cara en medio de sus pechos, los pechos de una puta son tibios, pero huelen a saliva de borracho, me tocó mi sexo por encima del pantalón, no resistí y la besé, las putas besan como si tuvieran un arcoíris en los labios, pero la boca les huele a cerveza.

      Me avergonzó la osadía de besarla, intenté platicar con ella, pero no supe de qué, le pregunté su nombre, me dijo, «Elvira», bailamos algunas canciones, y las bailamos bien pegaditos, canción tras canción, ya ni siquiera me daba vergüenza con mi padrino, me balanceaba con Elvira, ella pegaba sus pechos a mí, y yo le hacía seguir el ritmo con mis manos sobre sus nalgas. Después de varias canciones, mi padrino se levantó del sillón, vino hacía mí, me separó de mi pareja y me dijo «ahijao, póngase las pilas, que estas mujeres cobran por hora». Esa fue la señal, de que tenía que dar el siguiente paso, así que cuando terminó la canción, le dije a Elvira «oiga damita, ¿no habrá un lugar dónde podamos estar más solitos?» ella sonrió afirmando, me tomó de la mano y me arrastró en dirección a las escaleras, ella subió primero.

      Los cuartos de arriba, están distribuidos en un pasillo angosto, hay que caminar sobre una alfombra guinda, las puertas de los dormitorios miran uno frente al otro, son seis en total, ese día cuatro de ellos estaban cerrados, es decir, ocupados, el quinto cuarto estaba abierto, cuando pasamos por enfrente, había una mujer flaca y muy desarreglada llorando sobre una cama distendida, «esa llora porque no es puta por gusto, sino por hambre, cualquier día de estos la corren» me dijo Elvira; el cuarto del final del pasillo era el de Elvira. En ese cuarto Elvira me enseñó a amar, y qué forma de amar, de poseerme, de mezclarnos, que manera de hacer uno solo, donde había dos. Meses después, me casé con ella por el civil.

     Nadie aprobó nuestro compromiso, mis padres le quitaron el saludo a mi padrino, mi padrino me dijo «a qué mi ahijao, uno no se casa con las putas, para eso están las damitas». Doña Meche la dueña del prostíbulo me dejó vivir con Elvira en el mismo cuarto, me empecé a encargar de preparar las bebidas. Cuando la barra cierra, al fin puedo subir al cuarto con Elvira, pero si la puerta está cerrada, no me queda otra que esperar, entonces me meto al quinto cuarto y me pongo a llorar sobre la cama distendida.
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Foto del autor Cristian Ismael Martnez Nieto
Textos Publicados: 8
Miembro desde: Apr 20, 2017
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Descripción

Palabras Clave: puta prostbulo dinero amor dolor

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Humor


Derechos de Autor: Cristian Newman


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