Olvid las palabras (Novela) -Captulo 10-
Publicado en May 09, 2017
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Diana de Still llegó a su domicilio de la Calle Tolosa un poco abrumada por la responsabilidad que estaba asumiendo en aquel extraño asunto que todavía no llegaba a comprender. Ella y Joseph Liore parecían estar llamados a entenderse de alguna manera; pero había como una especie de velo misterioso que separaba sus emociones aunque la atracción nunca dejaba de existir. En ralidad, Diana no sabía todavía cómo interpretar aquella situación que, al mismo tiempo que la imantaba hacia Joseph, ponía en alerta todo su sistema defensivo que la había hecho quedarse siempre al margen de cualquier aventura amorosa y menos de una romántica aventura que, en aquellos momentos, era una verdadera incógnita casi imposible de evitar aunque ella se esforzara en querer hacer como que no había existido ningún tipo de sentimiento de carácter superior salvo una explosiva reacción de la cual empezaba, un poco, a arrepentirse. Se negaba a ir más lejos en sus relaciones con Joseph Liore pero todo aquel mundo que estaban descubriendo los dos al unísono la atraía cada vez más hacia él. Para no pensar demasiado en las horas siguientes decidió darse una ducha bien reconfortante y, ya limpia de toda clase de pensamientos, salió de la bañera, se vistió con su albornoz color rojo y marchó directamente hacia la cama para relajarse antes de tener que dedicarse a cocinar algo para comer un poco mejor que el día anterior. Dispuesta a terminar de leer el relato "Tentaciones diversas" de William Samson estaba decidida a concentrarse al máximo y acabarlo de un solo tirón. Buscó la página y el párrafo que había comenzado a leer sin poder darlo por terminado.
 
- A ver si soy capaz de evadirme ya de la realidad.
- "En alguna parte, fuera del cuarto, un automóvil dejó oír el chirrido de sus frenos antes de doblar una esquina y luego ronroneó petulantemente al volver a acelerar. La muchacha cambió de posición en la cama, hundiéndose más profundamente en la seguridad de las sábanas"
 
Una especie de somnolencia superior a sus deseos de seguir leyendo hicieron que cerrara los ojos a la vez que cerraba el libro. Y se vio a sí misma, pero todavía siendo niña, escuchando el cuento de "Dino" que solía leerle, en su infancia, su abuela Fine Brunette. Lo recordaba a la perfección porque lo había escuchado tantas veces que era ya como parte misma de su aventura existencial.
 
Érase una vez hace 200 millones millones de años…
 
Dino estaba buscando a su bellísima Dina proque la amaba profundamente y la llevaba dentro de su corazón. Esto sucedió hace 200 millones de años antes de Jesucristo. El caso es que Dino se pasaba todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches enteras buscando a la bellísima Dina. En aquel entonces no existían los dioses del Olimpo para poderles pedir ayuda. ¿Tendré que esperar hasta el Séptimo Milenio antes de Jesucristo para encontrar a mi Dina soñada?, se preguntaba diariamente Dino.
 
Fue entonces, en un día de verano ardiente, cuando Dino levantó la cabeza hacia el Cielo y pensó en Dios.
 
– ¡Dios mío, por favor, haz que aparezca mi Dina soñada!
 
Todo era silencio en aquel tiempo de hace 200 millones de años antes Jesucristo; pero Dios escuchó la petición de Dino.
 
– ¡Escucha Dino! ¡Sabes bien que estás viviendo en el Triásico, el primer período de la Era Secundaria y que te quedan todavía 35 millones de años más de vida! ¿Por qué te apuras tanto en encontrar a tu bella amada Dina?.
– Es que todo lo demás no me importa, Señor de los Cielos.
– Está bien, está bien. Sabes que tienes enemigos a quienes derrotar para conseguirla. Son tres. Está el Triceratops. Está el Estegosaurio. Y está, sobre todo, el tiránico Tiranosaurio que es el que más envidia y odio te tiene de los tres.
– ¡Sabes, Señor de los Cielos, que no tengo miedo de ninguno de ellos! ¡Sabes que los puedo derrotar uno por uno o incluso a los tres juntos! ¿Si venzo en el combate me prometes que aparecerá mi bellísima amada Dina?
– Te lo prometo, Dino. Y sabes que yo siempre cumplo mi promesa. Yo sólo te pido que tengas Fe en mí porque yo tengo toda mi confianza depositada en ti. Sé que eres mucho más valiente y mucho más inteligente que los tres juntos. ¡Verás qué fácilmente los derrotas! Pero no emplees nunca la fuerza bruta como ellos, porque eso sólo es de impotentes perdedores. Sólo te pido que escribas versos en la corteza del Baobab del Paraíso Tropical.
 
Y Dino comenzó a pensar. Todavía no existía el papel, ni los pergaminos, ni tan siquiera los ladrillos de arcilla. ¿Cómo poder escribir versos en la corteza de aquel baobab?
 
– Escucha, Dino. No es necesario que escribas ninguna oda, ni ningún soneto, ni tan siquiera un poema. Sólo te pido que escribas tres sencilos haikus en menos de un par de minutos, que hablen del amor de ti por ella. Tres sencillos haikus espontáneos nada más pero que se ajusten a la métrica 5-7-5. Sé que eres mucho más valiente y mucho más inteligente que los tres juntos. Sólo esribe versos y no utilices tu fuerza física que es sólo fuerza bruta. ¿De acuerdo, Dino?
– Sí, Señor de los Cielos.
– Llámame, por favor, Dios.
– En ti confío, Dios mío.
– ¡Eso es! Y ahora pon manos a la obra y encuentra el Baobab del Paraíso Tropical.
– ¿Dónde puedo encontrar el Baobab del Paraíso Tropical, Dios mío?.
– Búscalo en África, Dino, búscalo en África, con la condición de que nunca mires hacia atrás, pues en ese caso te convertirías en un Dinosaurio de Sal.
 
Dino comenzó a razonar inteligentemente. Si Dios había dicho Paraíso Tropical era porque el Baobab se encontraba entre el Trópico de Cáncer y el Trópìco de Capricornio. Y, razonadamente, como Dios es justo, debería estar justo en el centro de la distancia de ambos Trópicos. Como era un árbol, cabía la posibilidad de que estuviese muy cerca del agua. Entonces decidió caminar por las playas naturales del Océano Atlántico Africano. Estaba seguro de que no se equivocaba.
 
Y se puso a caminar sin desmayo y sin mirar para atrás. Solamente con la vista puesta en su objetivo. Lo demás, como bien dijo a Dios, no le interesaba para nada. Pasó por Namibia. Pasó por Senegal. Pasó por Gambia. Pasó por Guinea Bissau. Pasó por Guinea. Pasó por Sierra Leona. Pasó por Liberia. Pasó por Costa de Marfil. Pasó por Ghana. Pasó por Togo. Pasó por Benín. Pasó por Nigeria. Pasó por Camerún. Pasó por Guinea Ecuatorial. Siempre con la Fe puesta en la Promesa de Dios y siempre hacia adelante por las playas africanas del Océano Atlántico. Hasta que llegó una clara mañana. Dino ya estaba muy cansado de tanta búsqueda y se refrescó en el estuario del río Gabón. De nuevo fresco y dispuesto a conseguir su Gran Sueño, sin importarle la envidia de Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo la envidia y odio del tirano Tiranosaurio, siguió caminando hacia adelante ¡y encontró la Ciudad Libre!
 
– Dios mío. ¿Es esta la Ciudad Libre donde se encuentra el Baobab del Paraíso Tropical?
– ¡Eso es, Dino! ¡Tu libertad te ha guiado hasta la Ciudad Libre! ¡No olvides nunca tu libertad, Dino, y busca ahora el Baobab! ¡Sólo tienes que entrar en la Ciudad Libre y no mirar para nada hacia atrás ni hacer caso a ninguno de tus tres enemigos! ¡Tú puedes hacerlo!
 
Efectivamente, Dino entró en la Ciudad Libre donde estaban acechándole los envidiosos Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio. Dino sabía que le estaban observando pero no hizo caso a ninguno de ellos. Absolutamente a ninguno de ellos. Sólo le importaba únicamente seguir adelante sin mirar para atrás y encontrar a su Gran Sueño que era la bellísima Dina a la que llevaba dentro de su corazón. Entró a la Ciudad Libre y, siguiendo la orilla izquierda del río Gabón, muy pronto encontró al gran Baobab del Paraíso Tropical. Era enorme. Tenía 10 metros de altura y una anchura de 23 metros. ¡Extensa superficie más que suficiente como para escribir, en menos de dos minutos, tres sencillos haikus amorosos! ¡Dios había sido generoso con él, por su fidelidad, su valentía y su fe!
 
Ahora comenzó a razonar en cómo podría conseguir algún elemento de la Naturaleza con la que escribir los tres haikus en el tronco del Baobab del Paraíso Tropical. Muy pronto encontró una respuesta. Tomó un trozo de piedra de arcilla roja y una piedra cóncava de pedernal donde poder machacarla hasta convertirla en un fino polvillo. Tenía que añadir algo más para hacer posible su uso como escritura. Se le ocurrió echar un poco de agua del río Gabón y la mezcla ya resultó suficiente como para poder ser aplicada como escritura.
 
Los envidiosos Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio, no salían de su asombro. Sólo estaban esperando, con maldad infinita, que fracasase a la hora de inventar tres sencillos haikus de amor en menos de dos minutos. Pero Dios seguía observando y confiando plenamente en que Dino lo conseguiría. Si era aí, cumpliría con su Promesa.
Así que Dino no perdió el tiempo en las tonterías que decían sus tres enemigos. Hizo oídos sordos a palabras necias y comenzó a escribir con aquella masa de pintura.
 
Corazón rojo
baobab de mi sueños
yo te recojo.
 
Amor de niña
tú siempre estarás ya
en mi campiña.
 
Yo ya te tengo
en mi corazón dentro
y te mantengo.
 
– ¡Lo has conseguido! -gritó Dios desde el Cielo.
– ¡Sí! ¡Lo he conseguido!
 
Triceratops, Estegosaurio y, sobre todo, el tirano Tiranosaurio, fueron barridos de la faz de la tierra por un espontáneo tifón tropical. Una vez desaparecidos los tres enemigos de Dino… ¡apareció la hermosa y bellísima Dina!.
 
Y, en medio de aquella mañana veraniega, Dino y Dina se dieron un beso inmortal.
 
Diana de Still salió de su ensoñación por culpa del sonido del timbre de la puerta de su vivienda; así que, un poco enfadada por haber sido interrumpida en el momento más interesante de su imaginación, bajó las escaleras de madera y llegó hasta la citada puerta sin atreverse a abrir.
 
- ¿Quién eres?
- ¡Soy Hermes trayendo un mensaje de Júpiter para la más guapa de todas las inmortales!
- ¡Jajajajaja! ¡Te perdono porque eres tú, pero espera solo unos minutos!
 
Diana volvió a subir las escalera, entró en su habitación y, quitándose el albornoz de color rojo volvió a vestirse de nuevo con su cómodo chándal rojiblanco. Después bajó a abrir.
 
- Creía que te había perdido para siempre...
- ¿Se puede saber a qué viene eso?
- Pensé que el muy rubio con ojos muy azules se me había adelantado y me tocaba comenzar de nuevo otra vez.
- ¡Jajajajaja! ¡No! ¡De momento sigues tú estando en el primer lugar pero recuerda que esto es una carrera de fondo!
- Lo recordaré...
- ¿Se puede saber qué traes en ese enorme saco?
- ¿No te acuerdas ya de la monja clarisa y el monje franciscano?
 
Ella se acordaba aunque no le hacía mucha gracia aquella nueva aventura.
 
-  ¿De verdad crees que es necesario tener que ir a esa fiesta?
- Es necesario, Diana. Hay vidas humanas en peligro. Y no vamos de fiesta sino a hablar con los teatreros del CTC nada más. Te di mi palabra de hombre que Max Emilington ni tan siquiera se va a dar cuenta de que estuvimos allí. Pero lo trascendent siempre es trascendente.
- Pasa, deja el saco en la cocina y vamos a sentarnos al sofá para ver si me convences de lo que es trascendenente o no es trascendente. En el caso de que me demuestres que sabes convencer voy contigo; pero si fracasas en el intento adiós para siempre.
- Está bien. Vuelvo a aceptar el reto.
 
Ambos se sentaron bastante cerca los dos pero sin tocarse por escasos centímetros de distancia.
 
- Puedes empezar ya. Tienes cinco minutos para que triunfes o para que fracases.
 
Joseph Liore no se lo pensó dos veces... no ya porque convenciera a alguien o no convenciera a nadie... sino porque se trataba de Diana de Still... y los demás no le interesaban si estaban de acuerdo con él o no lo estaban... su mundo, ahora, había dejado de llamarse Tierra y se llamaba solamente Diana.
 
- Cinco minutos antes de morir somos existencia; diez minutos después de la muerte dejamos de serlo… pero esos quince minutos forman parte trascendental en la Historia Humana de personas que viven, personas que nos conocieron y personas en las que dejamos profundas huellas con nuestro existir. Quizás eso sea la Eternidad.
 
Diana le miraba entre sorprendida y confusa pero le dejó seguir... 
 
-  Todo lo que acaba bien nunca termina porque nos expresa la sensación de que hemos sido trascendente para otro ser humano.
- ¿Y?
- Y ahora viene lo fuerte...
- Espero que sea lo suficientemente fuerte como para ser convincente.
- Si no lo soy ya sé que tendré que cantarte eso que cuando tú te hayas ido me esconderé en la sombra.  
- No seas tonto y piensa...
- Cuando miramos el mundo con los ojos internos de la introspección es cuando la persona se encuentra más cerca de alcanzar la sabiduría transmitida a través del equilibrio de los pensamientos, porque dejamos de pensar en los intereses de las apariencias y penetramos en la verdadera y honda condición de la vida humana. Para ello es necesario el equilibrio entre nosotros y todo lo demás: la contemporización de ver lo que hay de valioso en cada humano y ofrecerse las oportunidades necesarias para empatizar con las verdades no prejuiciosas y las realidades exentas de análisis condicionantes previos. Es importante aprender a vivir los propósitos del conocimiento desligado de cualquier tensión o pasión discordante. Cuando somos un “cuadro en blanco” es cuando podemos interpretar la trascendencia de nuestra personalidad propia tamizada por los contrastes con todo lo externo a nosotros. Siempre estamos creciendo… pero para que ese crecimiento sea valioso no debemos perder el equilibrio de nuestros pensamientos para encontrar la evolución que nos formatiza como emulsores de personalidad. Lo que sea que hagamos en este sentido siempre será una acumulación de experiencias positivas de las cuales obtenemos resultados de sabiduría con ciertos niveles más o menos elevados según hallan sido las trascendencias obtenidas con tales experiencias, pero siempre debemos ir graduando con naturalidad nuestra maduración psíquica. Somos nosotros mismos quienes obtenemos el equilibrio natural de nuestros pensamientos cuando podemos ver las cosas no sólo desde nuestro propio punto de vista, lo cual es ya importante, y con las ideas a las que nos hemos acostumbrado, sino también desde todos los lados posibles… porque el pensamiento de un solo lado no tiene equilibrio en sí mismo. Yo creo, como señalan los sufíes, que la conciencia está libre del cuerpo y de su confinamiento físico. Cuando liberamos equitativamente la conciencia de nuestro cuerpo físico hemos llegado a lo más alto de nuestra propia experimentación personal. Eso es encontrar el equilibrio de nuestros pensamientos. No hablo de sentimientos profundos del corazón ni de éxtasis espiritual, porque lo que hace iluminada a una persona es el equilibrio de haber aprendido a conocerse a sí misma en el contexto general y natural de la existencia. La vida está siempre en continuo movimiento y por eso yo creo que la búsqueda de la perfección relativa, aunque toda perfección es siempre relativa y depende de factores muy subjetivos, no es la quietud ni la inercia sino la evolución natural de nuestro equilibrio interno; eso que nos lleva a la actividad evolutiva a través de la percepción de las cosas y de la concepción de las mismas. Porque el equilibrio debe ser lo natural y ese hallazgo depende de la dirección que tome nuestro pensamiento. Todo lo de afuera debe depender de nuestra estado interior y no a la viceversa ya que si nuestra interioridad depende de lo externo estamos mediatizados y alienados con visiones ajenas a nuestro propio pensamiento. Lo que importa en la libre dirección de nuestras vidas es el equilibrio natural. Lo que nos da seguridad. Lo que algunos llaman personalidad. ¿Te estoy convenciendo?
- De momento sólo me estás dejando admirada. De momento eso nada más.
- Entonces seguiré insistiendo antes de que venga el que es muy rubio y tiene los ojos muy azules y te lleve en su nuevo Ferrari que, como va a tanta velocidad, no podré nunca alcanzarlo porque, como ya has descubierto, no soy Hermes sino solamente Joseph.
- ¡Jajajajaja! ¿No tienes más argumentaciones brillantes?
- La conciencia es el pensamiento no especulativo ni abstracto, que antes de actuar al margen de la experiencia sensible, lo hace de manera concreta, operando y abstrayendo una pluralidad de significaciones. De alguna manera, diríamos que la estructura temporal de la conciencia radica en poner ordenadamente las cosas que se suceden, sabiendo en dónde están, por qué están, cuándo aparecen y por qué. La conciencia, como pensar concreto, es una operación práctica sobre los objetos, reuniéndolos, agrupándolos, trabajando sobre ellos y distinguiéndolos. Así, el descubrimiento de que el tiempo es una sucesión única es obra del pensamiento consciente, práctico y material. Percibimos el tiempo viviéndolo y sintiéndolo. El movimiento mismo de las cosas, las mudanzas, los cambios… crean esta conciencia inmediata del tiempo, de su desarrollo sucesivo. Y de esta manera poseemos la percepción única del tiempo, porque a la vez lo ordenamos especialmente, organizándolo sucesivamente. Por medio de la conciencia, en definitiva, vemos el suceder del tiempo mismo, operando hacia atrás y hacia adelante; en fin, en este continuo operar se originan los cambios, las mudanzas en las que el ser humano, dentro de un orden racional y espiritual al mismo tiempo, aprende a vivir en unión, concertándose y armonizándose íntimamente dentro del marco trascendental de la temporalidad; que es, en última instancia, la expresión de lo dinámico, lo continuo y lo perpetuo. Por tanto, nuestra conciencia percibe el tiempo cuando lo sentimos vivir en cada momento, como un proceso del devenir, pero no como un acontecer veloz, sino mediante un ritmo pausado, sosegado, a fin de poder sopesar cada acto humano pero, a la vez, trastocando de los pies a la cabeza al mismo tiempo en que vivimos y en el que descansamos, confrontándolo con nuestra propia esencia humana y con nuestra propia voluntad personal. Y así la Conciencia, unida a nuestra Fe en el Espíritu, permite el milagro de ser tal como éramos. ¿Sabes ya quién soy de verdad, Diana?
- ¡El tipo más loco de todos los locos que he llegado a conocer y eso que he conocido miles de locos!
- Antes de que llegue el muy rubio y con los ojos muy azules me juego el todo por el todo en mi último envite. Escucha.
- Escucho.
-  Locura de Mujer eres desde que en mi memoria entraste como luz de ángeles divinos cuando, de niño, jugaba yo con los cantos rodados de la Historia. Locura de Mujer que transformaste todos mis pensamientos en un creador de historias marineras y como Ulises descubrí tu Isla de Silencio. Locura de Mujer a la que incluso Don Quijote te rindió su lanza y Lanzarote te sirvió de guía por los misterios de mi magia y mis misterios. Locura de habitante en las hondas transformaciones que me guiaste entre las oscuridades del túnel sin final. Como Ariadna de mis sueños fueron tus miradas el hilo conductor que me sacó del laberinto de la soledad y con tu paz y tu sonrisa te convertiste en la Princesa Blanca de mi Cólquida imaginaria. Locura de Mujer hecha aventura en medio de los símbolos de Pigmalión y te convertiste en mi Grande Sueño creativo. Cordura hecha lucidez en medio de la eternidad del tiempo. Mataste a mis quimeras y como Pandora desatada hiciste desaparecer a mis viejos fantasmas del ayer hasta ser mi encantadora Diana salvadora. Locura de diosa de los bosques en cuyo lecho permanezco como Príncipe Encantado. Por eso tú eres ese camino abierto en la espesura de la selva y me alimentas con tu cuerpo de Mujer. Locura de Mujer cuya belleza supera a la diosa Afrodita. Por eso me envidian los dioses pánicos y dionisíacos… mientras yo, Caballero de tus Besos, me hundo en el fondo de tu alma. Locura de Mujer. Sí. Cordura de la Poesía… y Reina de los Mares de la humilde barca de mi Fantasía...
- No sigas por favor...
- ¿Eso quiere decir que tengo que coger mi saco de disfraces y largarme para siempre a vivir otro tipo de fiestas diferentes a las tuyas?
- No. Eso quiere decir otra cosa.
 
Y Diana no pudo resistir la tentación de besarle sin condición alguna. Solamente porque le daba la gana de besar la boca capaz de soltar aquella enorme expresión amorosa. Que el tiempo quisiera que no hubiese nada más allá ahora a ella no le importaba y a él, por supuesto, tampoco. Hasta que, cuando ya habían perdido la memoria, ella acertó a reaccionar.
 
- Tenemos que comer, Joseph.
 
Él estaba todavía soñando... y ya hasta deliraba...
 
- ¡Qué bueno! Sacas de la chistera el conejito final tras haberlo columpiado en el caballito de cartón. Aún guardo en mi escondite preferido unos trozos de lápices de colores con los que pintaba la infancia en las páginas de esos tebeos que rememoras. Y hay soldaditos, aros, canicas… y hasta peonzas y pirindolas llamándome a que les desenvuelva del éter y los dore bajo los rayos del sol. Por ti me sumerjo… poco a poco… para poder acostumbrarme al deseo de seguir escuchando las campanadas del omnipotente dulce sueño. 
- ¡La Tierra llamando a La Luna! ¿Hay alguien ahí?
 
Joseph sonrió y recordó...
 
- La luna riela sobre la superficie del mar y, más allá, las gaviotas están suspirando aromas salados mientras en las esquinas de los vaivenes de las olas tu corazón me empuja hacia los mágicos colores de la sensación. En el espacio aéreo y marino las luces chocan con la espuma blanca y me quedo bebiendo la más bella de las ilusiones…
- ¿A quién le dijiste todo eso alguna vez?
- Solamente lo tenía escrito por si alguna vez alguna chavala guay me besaba de verdad.
- Fin deconquista... esto... quiero decir fin de charla... porque yo me dispongo a comer y me he preparado un buen menú argentino con vino rosado.
- ¿Puedo comer contigo?
- Con la condición de que me ayudes a preparar la comida y después a fregar los platos; pero solamente eso y nada de intentar otras cosas para mayores de edad.
- Jejeje. Entendido. ¡Vamos a cocinar!
 
Entre los dos se las apañaron lo mejor que pudieron para preparar empanadas de vigilia, tallarines caseros y arroz con pollo. De postre prefirieron los mangos y para beber un sencillo vino rosado. Comieron en completo silencio, como si les diera miedo a los dos hablar de sus mutuos sentimientos. Ni él se atrevía a perderla ni ella se atrevía a conquistarle. Hasta que, finalizada la comida y una vez lavados todos los platos y la vajilla, volvieron a sentarse en el sofá pero ahora bastante distanciados porque a los dos les seguía dando miedo eso de enamorarse de verdad.
 
- Joseph... ¿puedes contarme algo más del alma humana?...
- Sólo puedo decirte... y tengo miedo de que no lo comprendas... que es tan poderosa como apasionante... algo así como una imposible historia de amor pero expresando siempre emociones y sensaciones.
- Tú siempre tan interesante cuando planteas cuestiones con las que bucear en el fondo de los espíritus humanos. 
- ¿Quieres saber de verdad lo que yo opino sobre los seres humanos?
- Me sacas de ventaja siete años de edad así que debes de tener mucho más conocimiento que yo.
- No estoy de acuerdo, el conocimiento no se mide por años sino por hechos que supongan trascendencia y eso puede pasar en cuaquier año de nuestras vidas.
- Lo acepto. Llevas razón. Hablemos de los seres humanos.
- Tu expresión humana no es la misma que la mía pero mi expresión humana puede ser la misma que la tuya si te llego a comprender.
- ¿Es tan difícil entender a una chica de 22 años de edad?
- Es que tú eres muy diferente a todas las que he conocido.
- ¿Por qué soy diferente a las demás? Yo me veo muy igual a todas ellas.
- No. Eres diferente porque eres la única que sabe, en verdad, lo que soy.
- ¿Puedes decirme lo que eres en verdad para ver si es cierto o falso lo que has dicho de mí?
- Durante algunos años fui diferente… ¿o acaso era el mismo, exactamente el mismo que ahora, sólo que yo entonces no lo sabía? Vida siempre. Más allá de las jornadas diarias se encuentra el canto de lo ávidamente ardido dentro del corazón. Y entonces vuelvo a preguntarme ¿fui diferente durante algunos años o realmente soy el mismo y era el mismo y seguiré siendo siempre el mismo?. Meto mi rostro en la materia etérea de la composición diaria para poder reconocerme como el mismo o como diferente. Los demás no pueden saberlo. Sólo yo mismo he de descubrirlo en este mundo donde nadie puede saber la verdad de quienes beben las sombras para escuchar su propia voz. ¿Fui diferente durante algunos años? ¿He sido siempre el mismo y nunca dejaré de serlo? La sombra corre hacia la luz. Estoy a solas con mi rostro en la sombra y dentro de algunos años sabré la verdad, o parte de la verdad, o al menos lo que yo pueda descifrar que es verdad. Diferente. ¿Fui diferente durante algunos años?. ¿Soy cada año que pasa diferente de mí mismo?. ¿O no he cambiado nunca y sigo siendo como era y así hasta el final de mis días?. Creo que voy a caminar un poco más hacia la luz y que cuando la sombra se haya disipado podré entender cual es la respuesta adecuada.
- No sólo te comprendo sino que te lo puedo explicar a mi manera.
- Adelante, Diana. Dime lo que estás pensando desde que nos hemos dado ese beso que nunca debió de existir.
- ¿Puedo extenderme un poco en las palabras para saber cómo responder a eso?
- Lo estoy deseando, Diana.
- Escucha, Joseph. Una de las características que más distingue y dignifica a todo ser humano, hombre o mujer, es su condición de ser único e irrepetible; y esto se pone de manifiesto por su absoluta distinción como especie, es decir como hombre o mujer orientado u orientada hacia el mundo para realizarse ante la historia como ser corporal y espiritual, distinto a los demás por su manera específica de ser persona. La manera de ser, de pensar, su color, su forma, peso, la manera de vestirse, sus creencias, la manera de relacionarse, caminar, hablar, actuar, etcétera y etcétera. Todo ello configura a un ser humano como persona antes que como un simple individuo. Basta la actitud de persona que todo ser humano lleva explícita para decir que todo lo que como hombre o mujer hace o dice es propio de esa única persona. Un hombre o una mujer es hombre o mujer único e irrepetible en sí mismo o misma, diferente a todos los demás. Ahora bien, al decir que es único e irrepetible no debe hacernos pensar que estamos solos refugiados en nuestro egocentrismo pues nos relacionamos con el mundo y vivimos en sociedad. Italo Gastaldi decía: “yo soy yo y no puedo ser habitado por otro, ni representado, ni sustituido por nadie”. Y siguiendo el pensamiento de José Ortega y Gasset llegamos a la conclusión de que nuestra unicidad es única, inconfundible, que nos parecemos a los demás pero somos diferentes. Volvemos a incidir en que vivimos junto a los demás y que la interioridad de cada uno de nosotros y nosotras es la que nos permite ser conscientes de lo que hacemos, lo que decimos y los que somos en relación con los demás que también poseen su propia unicidad e irrepetibilidad. La manera de gozar de la libertad, y hablo sólo de los que tenemos la fortuna de poseer cierta libertad porque existen muchos seres humanos que desgraciadamente no gozan de ella por imposiciones externas y ante eso hay que rebelarse, podemos ser responsables de nuestras opciones, pero no sólo para con nosotros puesto que al vivir al lado de los demás tenemos que pensar fundamentalmente en nuestra relación con ellos. Nuestro “yo” debe actuar con una actitud abierta y franca con los “otros” a los que debemos considerar hermanos o congéneres y procurar hacer del mundo un mundo mejor para mí y para todos a la vez. Porque el hombre y la mujer, siendo únicos, somos seres para el encuentro, para hacernos y enriquecernos culturalmente con los demás. La única forma de realizarnos como personas es cuando nos identificamos con los otros aún sabiendo que somos únicos e irrepetibles. Damos parte de nosotros a los demás y sólo de esa manera ayudamos a nuestra propia persona a crecer y lo que es mejor a ser libres y más humanos.
- ¡Caramba, Diana! ¡No sólo eres preciosa del todo, tanto por fuera como por dentro, sino que además eres toda una filósofa hablando de los seres humanos! Un poco más, por favor, cuéntame un poco más sobre lo de ser diferentes.  
 
Diana sintió una necesidad extraña de dejar de ser desconocida para él; así que, aun sabiendo que podía ser el final de todo lo que soñaba, volvió a guarecerse en el pecho de Joseph que, también movido por la necesidad de caer derrotado pero sin temor a la derrota, volvió a acariciar aquel bellísimo rostro de mujer y aquel cabello torrencial que enervaba aún más sus sensaciones de joven infinito. Entonces ella fue directa.
 
-  Estoy junto al poeta, en el hondo llamado al hermano para mirar sobre sí mismo, lejos de todo egoísmo y ambición, buscando ese ser superior que está dentro de todos los hombres y mujeres, preguntando sobre el destino a partir de lo que creemos ser con toda la grandeza del alma, unívocos y certeros dentro de esta angustia que es el presente lleno de interrogaciones y vacío.
- Silencio. Quizás sea que tengamos que sentirnos dentro del silencio.
 
Y se creó un profundo silencio con las manos del artista acariciando el bellísimo rostro de una mujer que parecía irreal. Hasta que diez minutos después ella quiso despertar del nuevo ensueño.
 
- ¿Jugamos al parchís?
- ¡Jajajajaja! ¿Se te ocurre pensar ahora en el parchís?
- Sí. Porque si no me salgo por la tangente termino siendo otra vez follada por ti. Sigo manteniendo que una segunda oportunidad, de momento, no se la doy a nadie.
- Juguemos entonces al parchís.
 
Ella se levantó y, como si se tratara de una niña incorregible, actuó como una niña al correr hacia el aparador y sacar la caja de los juegos.
 
- ¿Sabes quién inventó el parchís?
- ¿Alguien que no quería dedicarse a follar?
- ¡Jajajajaja! ¡Te prefiero niño, Joseph, te prefiero niño en esta ocasión.
- Entonces déjame decirte que el Pachisi es un juego originario de la India, en donde nació en el siglo XVI. El parchís es una variación de este juego, como lo son el parcheesi, el ludo o el parqués. El tablero actual de forma de cruz es tan solo una representación del original, que no fue otro que el jardín del emperados Akbar el Grande. El centro del tablero representa el trono en que se colocaba el emperador en el centro del patio. Por su parte, las fichas eran las muchachas indias más bellas que se movían de casilla en casilla y se disputaban el honor de jugar para el emperador. Los dados que decidían la suerte de los participantes consistían en cauríes, conchas de moluscos que contaban un punto si caían con el hueco hacia arriba. El nombre del parchís proviene de la palabra "pacisi", que significa veinticinco en hindi, ya que veinticinco era el máximo resultado posible que se podía obtener al lanzar las conchas que hacían las veces de dados.
 
El rostro de Diana era ahora tan radiante y juvenil que parecía una verdadera niña con zapatos nuevos. Radiaba felicidad porque sabía que Joseph también tenía mucho de niño. 
 
- ¡Yo juego con las azules y tú con las verdes! ¿Vale?
- Está bien, Diana, pero... ¿por qué has elegido esos dos colores y no el rojo y el amarillo?
- Porque yo soy celeste y tú eres una especie de esperanza de cara al futuro.
- ¡Jajajajaja! Bien, Diana, bien. Comprendo que tú seas celestial pero dudo bastante que yo sea esa esperanza de cara al futuro que tanto anhelas.
- ¿Quién te ha dicho a ti que yo te anhelo?
- Mejor juguemos al parchís antes de volver a caer en otros juegos más peligrosos.
 
Y jugaron. Estuvieron una larga hora jugando al parchís y, como era normal en él, además de que Diana jugaba con mucha inteligencia él cometía errores para perder.
 
- ¿Te has dejado ganar, tramposo?
- Me has ganado, Diana. No sólo me ganas al parchís sino en cualquier otra forma y manera de jugar.
 
Diana recogió la caja de juegos y la devolvió al interior del armario.
 
- ¿Nos probamos ya los disfraces? ¡Esta noche nos enfrentamos a un peligro grande, Joseph!
- ¡Es cierto. Nos enfrentamos a un peligro grande pero no voy a permitir que caigas dentro de él.
- ¿Crees que puede ser una trampa?
- Puede ser que los del CTC sean sinceros o puede ser que los del CTC sean falsos. Sólo si vamos a hablar con ellos podemos saber la verdad.
- Veamos qué has traído en el saco.
 
Primero se vistieron, el uno junto al otro y sin importarles tener más o menos ropa a la vista porque seguían siendo como niños, con los ropajes de monja clarisa de clausura ella (más la máscara de la Bruja de Hansel y Gretel que le tapaba todo su verdadero rostro) y él de monje franciscano mendicante (más la máscara de Diablo de Tasmania que le tapaba también todo su rostro). Sólo les quedaban libres los ojos para poder ver y la nariz y boca para respirar.
 
- Se me ocurre una feliz idea, Joseph.
- Me imagino que es que quieres que tomemos un aperitivo antes de ir a la fiesta.
- Exacto. Vamos a pasear por la calle a ver si es verdad que hemos acertado.
- ¿Qué te parece si vamos a la pizzería Magazzine donde siempre se celebran fiestas infantiles?
- ¡Muy buena idea, Joseph!
 
Efectivamente, en la pizzería Magazzine de Nueva Orleans primero desataron la perplejidad, el asombro y mucho miedo entre los niños y niñas pero, después, terminaron jugando con todos ellos y todas ellas sin dar a conocer en ningún momento sus verdaderas identidades. Se habían convertido en una niña y un niño más que, pocas horas después, se enfrentarían ante un momento de sus vidas seriamente peligroso. 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 

 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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