De mis muchas y emocionantes vivencias estando residiendo en Ecuador, una de las más queridas por mí está relacionada con el llamado desayuno del obrero. He conocido el desayuno del obrero y lo he comido infinidad de veces en la tienda de mi gran amigo panadero Eduardo Hurtado. El desayuno del obrero, en Ecuador, resulta ser un panecillo con una pequeña botella de cola. Pues sí. Recuerdo con total claridad que he comido muchas veces el bocadillo del obrero sentado en la puerta de la tienda de Hurtado mientras veía pasar a las guapas chavalas de la Universidad Central de Quito, la que fue fundada por el ilustre pensador ecuatoriano Benjamín Carrión Mora.
 
Maravillosas mañanas aquellas en que, conversando con Hurtado, nos pasábamos horas enteras hablando de mil y una cosas sencillas pero emotivas, cordiales, amistosas, uniendo nuestros sentimientos mientras las veíamos pasar. Y cuando alguna de ellas entraba en la tienda los dos sonreíamos de oreja a oreja porque era como si la luz del sol alumbrara todo el local. Sí. Panecillo con una pequeña botella de cola mientras escuchaba pasillos musicales por las ondas de la emisora de la radio.
 
Si Dios me ofrece la oportunidad de volver dentro de poco a Ecuador, por supuesto que volveré a comer el desayuno del obrero junto con las personas más sencillas y humildes de Quito para, después de charlar con Eduardo Hurtado, acercarme a donde se encuentran los guardas de la calle donde viven el padre y la madre de Yenny para seguir charlando con ellos de cosas sencillas y agradables de la vida de los ecuatorianos. Hoy recuerdo el desayuno del obrero y me siento solidario cuando la desgracia, en forma de terremoto, asola una importante zona turistica de Ecuador. En Quito sé que me esperan con los brazos abiertos de la amistad y el cariño de quienes nos sentimos como verdaderos hermanos mientras comemos el desyuno del obrero: el panecillo acompañado de una pequeña botella de cola.