EL INCA CHULETA
Publicado en Apr 14, 2016
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 (EXTRACTO DE NOVELA)
EL INCA CHULETA 
 
Llegué al salón y me sorprendió verlo lleno. Muchos suspendidos dependían de ese examen final. La profesora fue condescendiente, como queriendo que todos aprobaran. Serían dos preguntas: una de libre elección y escogí desarrollar la cultura Paracas, que la había estudiado al dedillo un día antes. La segunda, para mí, fue un regalo: ¿Qué saben de la vida y obra del Inca Pachacútec ?, preguntó la profesora. Sólo papel y lapicero sobre el escritorio y a escribir. Tienen una hora. El salón enmudeció.
Ponerles caras conocidas a personajes históricos era uno de mis métodos de estudio. Mi padre, por ejemplo, era Miguel Grau, el gran caballero de los mares, con su barba incluida; Currito era Francisco Pizarro, aunque un poco más viejo; Y mi madre, era siempre la mejor princesa inca.   Cuando estudié al Príncipe inca, Cusi Yupanqui, no encontré mejor perfil que la figura de Chuleta, más que su valor por su carisma y destreza.
Cusi Yupanqui, era el tercer hijo del Inca Viracocha. Nunca estuvo en la línea de sucesión al trono, pero el hombre tenía un grandioso destino: transformó una pequeña tribu del cuzco en un gran imperio, tan grande como lo fuera el Imperio Romano en su cenit. Era un carismático príncipe y ya de joven un gran guerrero, ambicioso y visionario. La civilización andina no conoció la rueda, el hierro, la escritura o la moneda, pero El transformador se las amaño para mantener unido al Imperio mediante la obligación de la adoración por todos del Dios Inti, el sol; por la extensa red de caminos; por la imposición del quechua como idioma principal y por un sistema administrativo público eficiente. En realidad, los incas no eran más que una tribu entre otras tantas de los andes. Por generaciones sólo vivieron en el cuzco. Al no tener escritura sus orígenes se esbozan en leyendas. Se cuenta que el primer inca y fundador de la dinastía, Manco Cápac, nació en el lago Titicaca, hijo del Dios Inti, el sol, y de Killa, la luna. Su padre le dio una barra de oro y le dijo que si la clavaba en algún lugar y desaparecía habría encontrado el lugar para fundar su ciudad. Manco Cápac, con sus hermanos y hermanas esposas, caminaron y llegaron hasta unas tierras fértiles de los valles andinos, lugar donde clava la barra y se hunde. La interpretó como una señal de su padre.  Llamó a las tierras Cuzco, el ombligo del mundo, y la gobernó amparando su autoridad en la leyenda de su origen divino. Desde Manco Cápac hasta Pachacútec un soberano inca había sucedido a otro sin apenas grandes cambios. El dominio que recibiera el noveno Inca no fue diferente al que dejara el fundador dinástico, pero el que dejara El Transformador, sí que fue diferente.
El padre del joven Yupanqui, el Inca Viracocha, se retiró luego de la victoria sobre la tribu Canchi y dejó el destino de su pueblo en manos de su hijo preferido Urco, hermano mayor de Cusi Yupanqui. Pero Urco era débil y abandonó el Cuzco ante la inminente llegada del temible ejército Chanca dejando la defensa del modesto reinado en manos de su menor hermano. A pesar del apoyo de las tribus vecinas estaban en desventaja numérica. Cuenta la leyenda de los soldados de Pururauca, que el hábil príncipe ordenó vestir a las piedras altas del valle como soldados para que a la distancia su ejército pareciera más numeroso. En plena batalla el inca ordenó despertar a los soldados de piedra, ello animó a sus guerreros, asustó a los Chancas y finalmente los expulsó. Cusi Yupanqui había salvado a su pueblo, posteriormente derrotó a los Chancas.
Cuando estudiaba esta Leyenda sonreía imaginando a Chuleta preparando su embuste vistiendo a las piedras de colores y poniéndoles casco. ¡Qué hijo …!, exclamaba.
A pesar de su grandioso triunfo su padre seguía siendo el señor de los incas y Urco el preferido. Reclamaría con sangre su derecho. Ordenó capturar a su cobarde hermano y le dio muerte. Debilitado el padre y sin la presencia de Urco, Cusi Yupanqui se convierte en el soberano de los Incas adoptando el nombre de Pachacútec, que significa el transformador de mundo. Eso era lo que tenía pensado hacer y eso fue lo que hizo. Fue el primer soberano en extender sus dominios más allá del valle del Cuzco hasta convertirlo en un gran imperio al que llamó Tahuantinsuyo: las cuatro esquinas del mundo. Sus mayores legados arquitectónicos que evocan transformación del mundo lo son la esplendorosa Machupichu, construida en su primera etapa de soberano, y Ollantaytambo, la ciudadela de culto. E inició la construcción de la fortaleza de Sacsayhuamán. Trátense de colosales construcciones en piedra perfectamente ensambladas, sin cemento, resistentes a las lluvias y terremotos a pesar del paso de los siglos.  Sus sucesores continuaron su gesta expansiva. Su hijo Túpac Inca extendió el territorio en más de cuatro mil kilómetros desde lo que hoy es el centro de Ecuador hasta el centro de Chile. Y, Huayna Cápac, por su parte, penetró a Colombia e hizo de Quito, en el actual Ecuador, la Capital de un poderoso imperio que abarcaba cinco mil quinientos kilómetros. Las guerras civiles que protagonizaron Huáscar y Atahualpa, hijos de Huayna Cápac, debilitaron al imperio a puertas de la llegada de los españoles que vinieron con otros propósitos y con un nuevo Dios.
En las últimas vacaciones de verano de ese año fuimos toda la familia al Cuzco para conocer la ciudad perdida de Machupichu. Parte de la cultura milenaria seguía atada a la tierra, la forma de vestir, el idioma, las leyendas seguían cautivando a niños y turistas. El Perú Andino seguía estando muy vivo y su gente sonreía libre un halo de nostalgia. ¡No sé!, se me antojó pensar que esperaban algo que sabían que no iba a volver, otra transformación, otro Pachacútec. Sonreirían, después de todo, por ser herederos directos de los que forjaron el mayor imperio que jamás viera Sudamérica. ¡Qué orgullo! 
Había concluido mi examen y el salón estaba medio vacío, me había extendido mucho. Faltaban diez minutos de mi reloj y terminaba el examen. Volví mi cuerpo para ver a Jimena que seguía concentrada. Igual el Camello. Entregué el papel muy satisfecho y esperé fuera. El examen me aisló tanto de la realidad que aún en el patio del colegio vislumbraba al Inca Chuleta demandado al reconocimiento de paternidad por más de doscientos bastardos. Jimena salió y le pregunté cómo le fue su examen. En la pregunta libre había escogido la cultura pre inca de Nazca, era su preferida, muchos de sus polos llevaban estampados las místicas líneas de la pampa. De Pachacútec sólo dijo que fue un gran guerrero, fundador del Tahuantinsuyo, el noveno Inca y constructor de Machupichu. Para qué más, no sabía más. Pero seguro que con eso apruebo, terminó diciéndome. Deseaba pregúntale por El Pez Espada, pero tenía prisa, quería descansar y preparar muy bien la conversación de esa tarde con mi padre. Jimena comprendió mi interés, nos despedimos y salí rápido y solo del colegio. De todos modos, nos veríamos esa noche para ir a la playa y hacerlo; allí le preguntaría. En el camino el Inca Chuleta seguía haciendo de las suyas jugando a las cartas con soberanos vencidos, y yo riendo viéndolo.  
 
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Foto del autor Samont H.
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Descripción

Extracto de un captulo

Palabras Clave: inca pachacutec

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Sandro Montes

Derechos de Autor: Sandro Montes

Enlace: http://www.megustaescribir.com/obra/64381/la-proba


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