Carta roja en Catarroja (Novela ) -Captulo 4-
Publicado en Sep 18, 2015
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- ¡Estaban guay los bocatas, Jefe!
- De acuerdo, Garbayo, estaban guay los bocatas... y también las cervezas...
- También... también estaban guay las cervezas...
- Yo ya he cumplido con mi parte del trato; ahora te toca a ti cumplir con la tuya. ¿Qué estás pensando?
- En las angelitas de Charlie, Jefe.
- ¡Déjate de bromas, Garbayo, porque no está el horno para bollos!
- Pero no se enfade, Jefe.
- Si quieres que no me enfade dime lo que estás planeando.
- Le voy a decir la verdad. Tenemos que ir a hacer una visita al Centro Ecuestre Cortijo Santana de Albal. 
- ¿Pero no ha quedado ya claro el asunto?
- No, Jefe, no. Yo no creo que esa pareja de infelices hayan sido capaces de planear el envenenamiento de Dolores.
- ¿Pero no has sido tú el que ha descubierto el engaño de Antonio a Marisa?
- No fue porque me gustara hacerlo sino porque era necesario hacer justicia.
- ¿Tienes algo contra ese tal Antonio?
- Ni me va ni me viene lo que piense, lo que diga o lo que haga ese tal Antonio.
- ¿Entonces qué sentido tiene que le hayas descubierto?
- Solamente que rechazo a todos esos hipócritas que abusan de la ocultación haciéndose pasar por hombres de honor.
- ¿El honor? ¿Qué es el honor, Garbayo? 
- Como dijo Alfred Víctor de Vigny, el honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar.
- Estoy de acuerdo con esa brillante frase pero quiero saber qué opinas tú mismo.
- Yo opino que el honor es hacer público todo aquello que haces porque no te da vergüenza haberlo hecho.
- Eso me parece mucho más interesante.
- Escuche, Jefe. Cuando el honor está en juego es vergonzoso jugar con dos barajas distintas.
- ¿Contra quiénes dices eso?
- Contra esos que de puro machos que se las dan sólo son valientes engañando a las mujeres. Por un lado juegan con las cartas de sus apariencias y por otro lado esconden las cartas de su verdadera personalidad.
- Bien explicado, Garbayo; pero hablando de cartas... ¿tú te crees la histoira esa de que llegó un cartero muy viejo, desconocido en Catarroja por todos, con una carta para la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra?
- No quiero ocultarle nada, Jefe, y no se lo voy a ocultar. Esa carta sí que existe.
- ¿Cómo sabes tú eso si no encontramos nada en el Bajo D?
- Yo la encontré.
- Pero si buscamos por todos los rincones...
- Estaba escondida en la bota izquierda de esa señora o señorita.
- ¿La tienes tú?
- Sí. Es esta.
 
Garbayo extrajo del bolsillo derecho de su chaqueta la carta escrita con tinta roja y se la entregó al Jefe.
 
- ¿Has leído lo que viene dentro?
- Lo he leído. Haga usted lo mismo para ponernos los dos a la misma altura del conocimiento.
- Está bien.
 
El Jefe sacó la nota escrita que se encontraba dentro del sobre y leyó.
 
- Matarratas: P2CR. ¿Esto qué significa, Garbayo?
- Si no me equivoco lo de P2CR es una jugada de ajedrez que significa que el rival ha movido dos casillas su peón situado en la parte correspondiente al caballo del rey.
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Puede ser cierto!
- Es que es cierto.
- ¿Y qué tiene que ver el ajedrez con todo este asunto del envenenamiento de Dolores?
- Por eso es necesario que vayamos, primero, al Centro Ecuestre Cortijo Santana de Albal.
- ¿Lo dices por lo del caballo?
- Exacto. Yo creo que ese caballo que sale en la jugada de ajedrez es una de las principales pistas que podemos tener para esclarecer este asunto.
- ¿Y no sería mejor ir a hablar con el viejo cartero llamado Paco Ravel Valtierra?
- No. Eso lo podemos hacer mañana por la mañana con mucha mayor tranquilidad.
- ¿Estás seguro de que en el citado Centro Ecuestre obtendremos una buena pista?
- Si me apura usted, Jefe, yo diría que no sólo podemos encontrar una buena pista sino dos al mismo tiempo.  
- Lo que no sé es que significa esto de Matarratas.
- Esa es una de las pistas que podemos encontrar, Jefe.
- ¿Y la otra?
- La otra debe estar muy relacionada con Dolores si no me equivoco. 
- Todo esto lo dices por decir o porque lo intuyes. 
- Yo nunca hablo por hablar. Lo intuyo. Es cierto que lo intuyo.
- Voy a hacer otra vez caso de tus intuiciones, Garbayo. Total no perdemos nada por intentarlo.
- Exacto, Jefe. Puede ser que sí o puede ser que no.
- Espero que sea una buena idea y no perdamos el tiempo.
- ¿Qué es para suted perder el tiempo, Jefe?
- No hacer nada.
- Por eso mismo no vamos a quedarnos quieto. ¡Vamos para el Centro, Jefe!
- Esperemos que en el Centro centremos bien nuestras ideas.
- Así me gusta a mí que piense usted, Jefe. Deme la la carta y salgamos para allá.
 
El Jefe entregó la carta a Garbayo y pagó los dos bocadillos de calamares fritos y las dos cervezas. Después subieron de nuevo a su automóvil y unos diez minutos después se encontraron ante la puerta del Centro Ecuestre Cortijo Santana que, efectivamente, tenía forma de espléndido cortijo y estaba repleto de caballos. Les salió al paso el guardián. 
 
- ¡Alto! ¿Quienes son ustedes? ¡Está prohibido el paso a personas ajenas a este lugar!
- ¡Yo soy el Jefe de la Policía de Catarroja y me acompaña el teniente Garbayo! ¿Quién es usted, payaso?
- ¿Cómo adivinó usted que yo soy un payaso?
- Por la cara de tonto que tiene.
- Eso era antes, Jefe. Yo me ganaba la vida como "El Payaso Motete" pero eso era antes.
- ¿Lo de "Motete" era por lo bien que cantaba?
- Esto... sí... jejeje... 
- ¿Y cómo se llama usted ahora?
- José Motilla Sánchez-Montiel. Algunos me conocen como "El Montero".
- ¿Por qué se lo monta usted bien?
- Efectivamente. Sé montar perfectamente bien y por eso conseguí este trabajo. Me encargo de calmar a los caballos que se ponen nerviosos.
- ¿Contándoles chistes tal vez?
- Si... bueno... esto.. a veces...
- ¿Porque sigue añorando su época de payaso?
- Quizás sea por eso...
 
Intervino ahora Garbayo. 
 
- Escuche bien, Motilla. Yo digo lo que dijo Walt Whitman. Cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano. Así que deje ya de contarnos sus añoranzas de cuando era un payaso y abra la puerta por favor o sin favor.
- ¿Con quién quieren ustedes hablar?
- ¿Cómo se llama el que dirige todo esto?
- El señor don Claudio Chantilly De la Zarza. Sus mejores amigos le llamamos "Claudillo".
- Entonces es ese señor con quien queremos hablar.
- ¿Puedo saber cuál es el asunto del cual quieren hablar con don Claudio?
- ¡Ya ha escuchado al teniente Garbayo! ¡Abra usted la puerta por favor o sin favor porque no queremos perder el tiempo y perder el tiempo quiere decir no hacer nada! ¿Me ha comprendido bien o me lío a hostias por hacer algo?
 
José Motilla, completamente asustado, abrió la puerta.
 
- Pasen ustedes y sigan todo recto. Al final de esta calle se encuentra el edificio de la administración de este Centro. Se encontrarán con la señorita Pilar Miró Dalí, hija de un famoso pintor de brocha gorda y una ama de casa muy feminista y esdrújula en sus comportamientos sociales... pero tuvo la gran oportunidad de conocer a don Claudio y a este la pareció muy guapa y muy inteligente. Gracias a eso dejó de ser una simple joven de la clase obrera y pasó a ser una alta ejecutiva de la clase pudiente. Ella les dará cita con señor Chantilly De la Zarza.  
- ¡La próxima vez no sea tan tonto, Motilla! 
- No lo seré, Jefe. Se lo prometo.
- ¡A mí no tiene usted que prometerme nada como si yo fuera su novia!
- No tengo novia... todavía...
- ¡Pues búsquese pronto una y espabile antes de que sea demasiado tarde!
 
Sin decir nada más, el Jefe puso de nuevo el coche en marcha y llegaron hasta el edificio de la administración del Centro Ecuestre Cortijo Santana de Albal. Entraron rápidamente.
 
- ¿A quienes tengo el gusto de conocer?
- ¡Se nota que tiene usted un buen busto... esto... quise decir un buen gusto!
- Me llamo Pilar Miró Dalí y estoy aquí para servirles. ¿Cómo se llaman ustedes?
- ¡Yo soy el Jefe y él es Garbayo!
- ¿Policías tal vez?
- ¿Cómo lo ha adivinado usted?
- Por sus uniformes...
- Se nota que tiene usted muy buena vista. Quizás sea por eso que su apellido paterno sea Miró.
- Pues aunque no se lo crea usted, Jefe, es porque uso lentillas.
- ¡Entonces no me sea usted tan lentilla y haga el favor de regalarnos una cita con el señor don Claudio Chantilly De la Zarza!
- ¿Siempre manda usted tanto?
- ¡Por eso mismo soy el Jefe! ¡Jefe que no manda es Jefe que mal anda!
- ¡Jajajajajá!
- Parece que le ha caído usted muy bien, Jefe.
- ¿Y usted no me cuenta ningún chiste, teniente?
- ¿No la han llamado nunca Dalila?
- No. ¿Por qué?
- Como es usted tan guapa y su segundo apellido es Dalí...
- Parece que eso no le ha hecho tanta gracia, Garbayo.
- Lo veo y no lo creo pero es la primera vez que fracaso...
- ¿Pueden ustedes esperar cinco minutos?
- Cinco minutos suponen trescientos segundos nada más, señorita Pilar.
- Me puede usted llamar solamente Pili, señor teniente.
- No me tomo yo esas confianzas con personas desconocidas.
- Sólo serán tresciendos segundos nada más como usted bien dice.
- ¿Por qué tenemos que esperar cinco minutos, sean los segundos que sean, si queremos verle con urgencia?
- Es para ver si el señor don Claudio Chantilly De la Zarza está desocupado, señor Jefe.
- ¡Estoy seguro de que estará desocupado o lo desecupo yo rápidamente!
- No sea tan bravo, Jefe, que no estamos en una corrida de toros.
 
La señorita Pilar Miró Dalí, quizás pensando que los dos policías estaban más bien chiflados, se levantó de su silla y entró al despacho privado del señor don Claudio Chantilly De la Zarza, volviendo a aparecer exactamente cinco minutos después.
 
- Ya pueden ustedes pasar, caballeros.
- Efectivamente, señorita Pilar, el Jefe y yo somos dos caballeros y por eso venimos a hablar de caballos.
- ¡Jajajajajá!
- Parece que yo también le he caído ya bien, Jefe.
 
Los dos entraron en el despacho y se encontraron ante un señor muy elegante, lujosamente vestido y mitad francés mitad español. 
 
- ¡Es un placer conocerles personalmente! ¡Tomen asiento, por favor!
 
Los dos se sentaron frente a don Claudio.
 
- ¿Es usted quien dirige este Centro?
- Efectivamente, Jefe. Soy yo.
- Pues entonces responda a las preguntas de mi compañero el teniente Garbayo.
- Con mucho gusto contestaré a todo lo que me sea posible contestar...
- Por supuesto que será posible que usted conteste a todo lo que yo le pregunte.
- Eso espero, teniente.
- Pues ya sabe usted eso de que quien espera nunca desespera.
- Pregunte, pregunte ya.
- Sin prisas pero sin pausas, señor Chantilly. Es algo que aprendí muy bien de  mi abuela que, cuando alguien mostraba tener prisa siempre decía lo de un momento que la están peinando y además está lo de carrera de caballos parade de burros, ya que estamos entre equinos  ungulados mejorando lo presetne que es otra forma de hablar muy a lo español.
- Sabe usted muchos dichos españoles.
- Por supuesto que sí. Puedo añadir el de Dios los cría y ellos se juntan.
- ¿Me está queriendo decir algo?
- Va a ser que sí. Por ejemplo, ¿la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra era una socia cliente de este Centro?
- ¿Es que no ha podido venir ella en persona?
- Que yo sepa las muertas no pueden.
 
A Claudio Chantilly De la Zarza se le hizo un nudo en la garganta.
 
- ¡Mon Dieu! Es que... es que... ¿es que ha muerto?...
- Las últimas noticias que tenemos de ella así lo confirman.
- ¿Les puedo invitar a unas copas de coñac?
- ¿Puede ser a dos cocacolas nada más?
- ¿Prefieren dos cocacolas en lugar de dos copas de coñac?
- Eso he dicho.
- Está bien.
 
Claudio Chantilly De la Zarza elevó la voz.
 
- ¡Pili! ¡Sírvenos una copa de Fundador y dos cocacolas!
 
Se oyó la voz de la secretaria.
 
- ¡Como usted guste, don Claudio! ¡En un solo minuto se las sirvo!
- Señor Chantilly, un minuto son sesenta segundos si no me equivo.
- ¿Es usted siempre tan calculador?
- Mi oficio de teniente de policia me obliga a serlo. Lo aprendí de un compañero llamado Alfredito pero no tiene nada que ver con Di Stéfano. 
- ¡Esa también es mi forma de actuar con el negocio de los caballos! ¿De verdad que no quieren dos de Fundador?
- De verdad que no; pero ya que habla de Fundador, ¿es usted el fundador de este Centro?
- Así es, teniente Garbayo.
- ¿Cuándo fue eso?
- Hace exactamente diez años.
- ¿Y cuándo se hizo socia cliente de este Centro la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra?
- Desde el primer momento en que se fundó.
 
En ese momento apareció Pilar Miró Dalí y dejó la bandeja sobre la mesa.
 
- ¿Algo más, don Claudio?
- ¿Desean los dos caballeros algo más?
- Como Jefe que soy, hablo en el nombre de los dos. No deseamos nada más.
 
Ella se retiró de la escena.
 
- Bebamos en recuerdo de tan guapa y atractiva dama que fue Dolores.
 
Claudio bebió de un trago su copa de Fundador y tanto el Jefe como el teniente Garbayo apuraron sus vasos de cocacola.
 
- ¿Qué recuerda, de manera muy especial, sobre Dolores?
- Teniente Garbayo, tengo muy grabado en mi memoria el momento en que llegó por primera vez a este Centro Ecuestre para hacerse socia cliente. Estaba guapísima. Tenía solamente 16 años de edad pero ya estaba recién casada.
- ¿Con tan sólo 16 años de edad?
- Eso he dicho. Precisamente lo de ser socia cliente de este Centro Ecuestre fue uno de sus regalos de boda.
- ¿Quién le hizo ese regalo? ¿Tal vez su esposo?
- No. Fue un regalo del conde de Villalapierna.
- ¿El conde de Villalapierna ha dicho?
- Exacto. El conde de Villalapierna fue uno de los mejores jinetes que yo he conocido en mi vida con los caballos. 
- ¿El señor don José María Erizo Espina?
- Eso es. Le repito que era un jinete sensacional.
- Estupendo, señor Chantilly. Hablemos de caballos que para eso hemos venido el Jefe y yo. 
- Si desean saber cualquier cosa sobre caballos yo soy la persona más adecuada.
- ¿Qué significan los caballos para usted?
- Toda una vida entera dedicada a ellos; pero, además, esto de tener un caballo al cual cuidarlo como si fuera un hijo, entenderlo como si fuera un hermano y saberlo montar como si fuera un amante, es toda una terapia emocional para quienes tienen la oportunidad de poder practicarlo.  
- ¿Algo así como si fuera un caballo propio?
- ¡Exacto! ¡Eso es lo que ofrecemos a nuestros socios clientes en este Centro Ecuestre!
- ¿Eso quiere decir que Dolores De Carrillo Ibarra tenía su propio caballo?
- ¡Ya le estoy diciendo que sí, teniente!
- Modere usted un poco el tono de su voz.
- ¡Es que es usted repetitivo!
- Soy repetitivo para dejar las cosas bien claras. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Pues entonces modere también usted sus impulsos, señor Chantilly De la Zarza.
- ¡Es que no puedo aceptar que esté muerta!
- ¿Estaba usted enamorado de ella?
- Todos los hombres que la llegaron a conocer se enamoraron de ella; pero fue una pena que con solo 16 años de edad ya estuviera casada.
- ¿Tenía algún carisma especial?
- ¡Esa es la palabra exacta, teniente! Y siempre lo sacaba a relucir cuando de cuidar a su caballo se trataba.
- ¿Tienen nombres propios todos los caballos de este Centro Ecuestre?
- ¡Por supuesto que sí! Cada uno de mis caballos y de mis yeguas tienen nombre propio porque los tratamos como a personas y no como a animales.
- ¿Cómo se llama el caballo de Dolores?
- Lenin. Se llama Lenin.
- ¿Es que Dolores De Carrillo Ibarra era comunista?
- No puedo contarle nada de eso. Son asuntos muy personales y no los puedo hacer públicos.
- ¡Hostias, don Claudio! ¡Haga usted el favor de contestar sí o no a lo que le ha preguntado el teniente Garbayo! ¡No le estamos pidiendo que nos cuente la historia privada de la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra pero resulta que saber si era comunista o no era comunista, en los tiempos que estamos viviendo, nos es muy necesario conocerlo!
- Es que si lo hago pierdo a mi clientela.
- No se preocupe usted tanto por su clientela porque ya se ve que es de clase alta y de clase muy alta. Por otro lado, al fin y al cabo Dolores ya está muerta.
- Esto... no sé si debo decirlo... pero sí... Dolores De Carrillo Ibarra era comunista..
- ¿Del Partido Comunista de España?
- Estaba afiliada al Partido Comunista de España, pero era muy especial.
- ¿Como cuánto de especial?
- Muy independiente es la palabra exacta.
- ¿Muy independiende dentro del PCE? Ja, ja y ja. No me haga usted reír, señor Chantilly, porque no están las cosas para contarnos chistes. Permítame que lo dude.
- Creo que formaba parte de alguna facción muy especial dentro del PCE...
- ¿Y siendo de la clase muy alta era comunista? ¿Cómo se puede entender eso?
- La verdad es que casi nunca hablábamos de eso cuando nos encontrábamos casualmente.
- ¿De qué  hablaban entonces ella y usted cuando se encontraban... casualmente por supuesto...?
- De casi nada. Cuando nos encontrábamos nos pasábamos horas enteras jugando al ajedrez.
- ¿Y a las damas? ¿Jugaba usted a las damas con la señora o señorita Dolores?
- No sé qué me quiere decir...
- No me diga que no sabe jugar a las damas... con lo fácil y sencillo que es... sobre todo teniendo la inteligencia que usted tiene... además del físico... que según las damas debe ser bueno... supongo... si no me estoy equivocando demasiado...
- ¿Me está usted llevando a un callejón sin salida?
- No es esa mi intención porque a mí no me gustan los hombres...
- ¡Jajajá!
- Bueno, pues ya que está usted tan contento yo solamente supongo, y es un suponer nada más y nada menos, que si le robó el corazón debió de ser por algo importante...
- ¡Me está usted poniendo en serios aprietos!
- Y además se le están a usted poniendo los pelos de punta...
- ¡Es usted un impertinente, teniente!
- Caliente caliente que rima con impertinente y rima con teniente. ¿Llevo o no llevo razón? Y no me dé la razón como si yo fuese un loco porque todavía no lo estoy aunque estoy a punto de estarlo y los locos, cuando andan sueltos, se vuelven muy peligrosos...
- ¡Ostras, Pedrín! ¡La cosa se está poniendo al rojo vivo! Sólo responda con un sí o con un no a lo que le pregunta el teniente Garbayo.
- Sí.
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Otro al que le gusta mucho hacer la cama!
- Escuche, Jefe. No sea usted machista porque el hecho de que un hombre haga la cama no tiene por qué ser de mariquitas.
- ¡Jajajá! No lo he dicho por eso, Garbayo.
 
Garbayo se volvió a centrar en las preguntas a Claudio Chantilly De la Zarza.
 
- ¿Y se lió usted con ella como los demás estaban deseando hacerlo? ¿Tanto carisma tenía la señora o señorita Dolores?
- Sé que fue una equivocación y una estupidez, teniente... pero a lo hecho pecho como se dice en este país...
- Que quiere decir que me quiten lo bailado. ¿Cierto o no cierto?
- Eso es lo que quiero decir, teniente; pero no me considere un malvado por tal cosa. Los dos estábamos faltos de amor. 
- Después hablamos de ese tema tan romántico, señor Chantilly. ¿Podemos ir ahora a visitar a Lenin? 
- ¿Tiene que ser ahora?
- ¿Usted que decide, jefe?
- Que si tú has decidido que sea ahora pues tiene que ser ahora.
- Le debo una, Jefe; pero no es por ningún capricho de niño malcriado sino porque ahora estoy muy centrado en el asunto y no quiero andarme por las ramas para terminar siendo un primate y que en siglos venideros encuentren mi fósil y crean que soy el eslabón perdido.
- ¡Jajajajajá! Esta bien. La verdad es que se acerca la hora de la cena y nadie viene de visita a esta hora. Vayamos a ver a Lenin.
 
Los tres salieron en fila del despacho y pasaron cerca del mostrador donde se encontraba la señorita Pilar Miró Dalí. Garbayo cerraba la comitiva. 
 
- No te preocupes, Pilar, no es que estemos celebrando una procesión para cumplir penitencias. ¿No ves que nos faltan la cruz y el látigo para atizarnos en las costillas?
 
Pilar Miró Dalí se esforzó todo lo que pudo para no soltar la carcajada por temor a que se enfadase don Claudio y le llamara la atención o la despidiera ahora que había conseguido un empleo tan bien pagado y trabajando con toda clase de comodidades. Así que los tres salieron al exterior y se dirigieron a las caballerizas hasta llegar a la de Lenin.
 
- ¡Este es Lenin, señores!
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Sí que es rojo de verdad!
- Lleva razón, Jefe, porque a mí también me parece rojo de verdad a no ser que le hayan echado un tinte.
- ¡Teniente! ¡Eso es una falta de respeto! ¡Aquí no teñimos los caballos para dar gato por liebre! ¡No somos gitanos!
- Señor Chantilly De la Zarza, no se enfade conmigo... pero es que nunca había visto yo a ningún animal tan rojo...
- Está bien. ¿Qué les parece Lenin desde el punto de vista biológico?
- ¡Todo un animal! ¿Tú que opinas, Garbayo?
- Que está en muchas mejores condiciones que el Rocinante del Quijote. No se le ven para nada las costillas. Y en cuanto a su estampa es mucho más atractiva que la del Bucéfalo de Alejandro Magno. ¿Y a este caballo tan espectacular lo montaba la señora o señorita Dolores De Carrillo Ibarra?
- No solo lo montaba, teniente, sino que de ser un caballo tan completamente arisco que ni las ratas se podían acercar a él, ella lo llegó a domar hasta convertirlo en totalmente pacífico. 
- Ahora que cita a las ratas, señor Chantilly... ¿le suena de algo el nombre de Matarratas?
- ¿Cómo sabe usted que tengo una yegua con ese nombre?
- Ya dije antes que estoy centrado del todo en el tema y no quiero andarme por las ramas.
- No se sorprenda tanto, don Claudio. El teniente Garbayo suele tener muchas intuiciones que resultan increíbles.
- Gracias por sus elogios, Jefe; pero no son tan increíbles si sabemos usar las células grises de las que tanto hablaba Hércules.
- ¿Hércules hablaba de las células grises? ¡Eso sí que es un novedad para mí que soy un verdadero aficionado a las Mitologías!
- Jejeje... no, señor Chantilly... yo estoy hablando de Poirot...
- Esto... ejem... perdonen por mi "lapsus interpretativus"...
- No se preocupe tanto por eso, don Claudio, yo también equivoco bastantes veces a Rita Hayworth con Elizabeth Taylor.
- Bien. ¿Ha terminado ya su visita?
- Espere, don Claudio, espere solo unos minutos más antes de que se me vaya la olla a otro asunto. ¿Podemos conocer a Matarratas?
- Si no hay más remedio...
- No se proecupe tanto por la hora de la cena... yo también paso hambre de vez en cuando... pero creo muy impottante conocer a Matarratas.
- Está en la cuadra de al lado.
 
Efectivamente, en una cuadra al lado de la de Lenin se econtraba Matarratas.
 
- ¡Ostras, Pedrin! ¡Es más fiero que el de Atila! ¡Vaya mal carácter tiene que tener a pesar de su lustroso pelaje negro!
- Y tampoco lo hemos teñido, teniente Garbayo.
- Yo ahora no he dicho nada. Ha sido el Jefe. Yo sólo le estoy dando vueltas al coco. Por cierto... ¿tiene alguna anécdota curiosa esta yegua?...
- Tiene una que no es muy agradable de contar.
- Cuente. Cuente. Me encantan las anécdotas desagradables pero no piense que soy masoquista. Sólo me interesan porque se pueden deducir muchas hipótesis de trabajo a partir de ellas.
- Resulta que el año pasado mató a uno de mis empleados de un par de coces que le dio en mitad del cerebro.
- ¡Ostras, Pedrín! ¿Es eso cierto?
- Por desgracia es cierto. El socio cliente que la montaba la prefería braqva del todo.
- Señor Chantilly... ¿qué persona es la que monta a Matarratas?...
- Ya no la monta nadie. Quien lo hacía murió hace dos meses. ¿Por qué está tan interesado en saberlo?
- Porque ya le dije que estoy centrado en el asunto. ¿Puede decirme el nombre y los apellidos de la persona que montaba a Matarratas?
- ¿Tiene mucha importancia saberlo?
- Cuando el teniente Garbayo hace una pregunta siempre tiene importancia.
- Sólo sé que se llamaba Alexis y que era el ex marido de Dolores.
- ¿Un ruso tal vez?
- Sí. Un ruso que se escapó de la URSS y llegó a España donde tuvo la suerte de conocerla a ella.
- ¿Me puede decir sus apellidos por favor?
- No los conozco.
- ¿Es que ustedes no hacen fichas de sus socios clientes?
- Hacemos fichas completas de todos ellos y de todas ellas pero en este caso este hombre, que era multimillonario para más señas, se empeñó en que sólo conociéramos que se llamaba Alexis.
- ¿De Partido Comunista de España también?
- Supongo que sí. Supongo que conoció a Dolores gracias al PCE.
- Muy bien supuesto, señor Chantilly. Está aprendiendo a tener intuiciones similares a las mías; pero ¿por qué me dijo que se había liado con ella porque los dos estaban faltos de amor y resulta que ese tal Alexis estaba casado con ella?
- Se casaron hace diez años pero al año siguiente se divorciaron porque él era un maltratador de mujeres. El alcohol y las drogas le embrutecían de tal manera que la que sufría la violencia siempre era ella y no las muchas prostitutas con las que refocilaba sin orden ni concierto y gastando miles de dólares tras miles de dólares.
- ¿Y a pesar de eso seguían viniendo los dos al Centro?
- Seguian viniendo los dos pero por separado aunque a él siempre le daban terribles ataques de celos cuando la veía a ella hablando con otras personas. Muchas veces le tuvimos que avisar de que si seguía así sería expulsado del Centro.
- Pero sus millones de dólares eran muchos como para perderlo como socio cliente. ¿No es cierto?
- Sí. Tengo que reconocer ese pecado.
- ¿Y fuera del Centro?
- Había una orden judicial por la cual él no podía acercarse a menos de un kilómetro de distancia de ella; así que él se fue a vivir a Valencia pero nunca dejó de venir al Centro.
- ¿Y sabiendo usted que era un ser tan animal y tan bruto se arriesgó a tener relaciones sexuales y secretas con ella con el peligro de ser hombre muerto si él se enteraba?
- Esa es la cuestión. Reconozco que fui muy temerario porque me daba cuenta de que si nos descubría ya me podía yo dar por muerto. Pero nunca nos descubrió.
- ¿De verdad murió ese tal Alexis?
- Sí. De verdad.
- ¿De qué manera murió?
- Lo acribillaron a balazos en un oscuro callejon sin salida en la ciudad de Valencia, rodeado de mierda y basura por todas partes. 
- ¿Nadie supo quién lo hizo?
- Nadie lo supo pero, si le cuento la verdad, tengo que confesarle que la Policía de Valencia no hizo ningún esfuerzo por investigarlo ya que con su muerte se libraban de una constante amenaza para los habitantes de la ciudad y dieron por cerrado el caso sin darle mayor importancia. Era un malhechor muy peligroso y una vez muerto dejaba de serlo. ¿Ha terminado ya?
- Una pregunta más. ¿Las fichas de sus socios clientes siempre contienen una fotografía de ellos y de ellas?
- Siempre. Y es una obligación de que se renueven cuando cumplen un año más de edad para tenerlas actualizadas.
- Ese tal Alexis, al parecer un importante millonario ruso pero curiosamente afiliado al Partido Comunista de España, debería ser guapísimo para haber conquistado de una manera tan fulminante a la preciosa Dolores...
- Ella, cuando le conoció, sólo era una niña ingenua y soñadora y la deslumbró con su físico y su dinero. Él era, además, todo un completo atleta porque había sido muchas veces internacional con el equipo de hockey sobre hielo de la Unión Soviética.
- ¡Ostras, Pedrín! ¡Menos mal que yo no soy el Jefe de la Policía de Valencia porque el pobre hombre debió de soportar las de Caín por culpa de ese mastodonte machista!
- ¿Han terminado ya, señores?
- Sólo le pido un último y pequeño favor. ¿Podemos ver la ficha de ese tal Alexis?
- ¡Está totalmente prohibido por el Reglamento de este Centro!
- Pero para la Ley no lo está.
- ¿Es necesario, Jefe?
- Si Garbayo dice que es necesario es que es necesario.
- No solo digo que es necesario sino que añado que es de suma importancia.
- ¿Pero no le estoy diciendo que no existe ningún dato sobre Alexis? ¡Su ficha está totalmente en blanco! ¿No lo entiende?
- Lo entiendo perfectamente, señor Chantilly, pero también entiendo que tiene una fotografía suya actualizada.
- ¡Ah, eso si que no! ¡No quiero que por nada del mundo este asunto salga a la luz pública con la fotografía del ya fallecido Alexis! ¡Sería como remover la mierda!
- No se preocupe por eso, don Claudio. No quiero la fotografía de Alexis para que salga en los medios de comunicación de masas. No se preocupe por ese tema. No mandaremos la fotografía absolutamente a nadie. Sólo la usaremos el Jefe y yo y nadie más que el Jefe y yo.
- ¡Esa foto no se puede sacar de la ficha y, por supuesto, no voy a sacarla ni dársela a nadie! Es un asunto demasiado privado.
- Pero se puede hacer una fotocopia de esa fotograía a todo color.
- ¿Es eso legal, Jefe?
- Para la Ley, en este caso tan extremo, sí que es legal.
- ¿No puede ser que yo se la enseñe y ustedes la memoricen lo suficientemente bien como para no tener que hacer ninguna fotocopia a todo color?
- No puede ser. No la necesito para memorizar nada.
- ¿Me dan sus palabras de honor de que no se va a publicar en ningún medio de comunicación ni por ningún otro procedimiento?
- El Jefe y yo le damos nuestras palabras de honor. Una vez que nos hayan servido para nuestra investigación se la devolveremos para que usted la destruya por completo. 
- Me ha convencido otra vez. Mirándole a los ojos veo que es usted un hombre de palabra y de los que siempre cumplen con su palabra dada. Vamos de nuevo a mi despacho privado.
 
De nuevo entraron los tres en el edificio y pasaron, en fila, por al lado de la secretaria Pilar Miró Dalí. Garbayo, como siempre, iba en el último lugar.
 
- No se preocupe tampoco esta vez, señorita Pilar. Lo que sucede es que estamos dando una vuelta y a mí me ha tocado ser el farolillo rojo de la serpiente multicolor.
- Esta vez si que no le entiendo nada, teniente.
- Si le digo lo de la vuelta no es para que usted le de vueltas a su cabeza para saber lo que le he dicho. Sólo quiero que sepa que voy en el último lugar porque soy algo así como el último gregario de Perico.
- ¿Quién es Perico?
- Uno muy delgado.
 
Otra vez Pilar Miró Dalí tuvo que esforzarse mucho para no soltar la carcajada porque temía que fuese amonestada severamente por el señor don Claudio Chantilly De la Zarza que no tenía esa noche cara de muy buenos amigos.
 
- Aquí está mi archivador privado. Busque usted mismo, teniente. Las fichas están clasificadas por orden consecutivo de los primeros apellidos.
- Pero si usted dijo que no sabía los apellidos de Alexis.
- Por eso su ficha está colocada como si Alexis fuese ese primer apellido que desconozco.
- Está bien. Gracias por su confianza.
 
Garbayo descubrió, al ojear las fichas, que todas ellas contenían las fotos actualizadas de cada socio y socia clientes del Centro Ecuestre pero con una enorme cantidad de datos sobre sus historias personales; excepto la de Alexis que estaba completamente en blanco. Y eso le molestó bastante.
 
- ¡Qué lástima, Jefe! ¡Cuánto ha llegado a valer el dinero! Yo diría que mueven más dos pesetas que dos carretas. ¡Vaya mundo, Facundo!
- Teniente... lleva usted razón... sé que es un pecado que cometemos todos... 
- No todos, señor Chantilly De la Zarza. Todavía quedamos algunos, aunque se nos considere como bichos raros, que damos preferencia a otras muchas cosas de mejor valor que el dinero. 
- ¿Se está usted refiriendo al amor?
- Me estoy refiriendo al amor, don Claudio, pero no al amor libre que usted experimentó con la desdichada Dolores, porque eso es el amor basura que tanto ha inundado nuestro planeta. Yo me refiero al amor noble, al que pone el alma y el corazón por delante de cualquier otra cosa ya que es el verdadero amor. Me da pena decirlo pero ustedes, los que se arrodillan ante los magnates y los adoran por sus poderes económicos son dignos de misericordia.
- Haga ya la maldita fotocopia y déjeme en paz para siempre.
 
El teniente Garbayo sacó la ficha de Alexis y la fotocopió a todo color. Después guardó la ficha en su lugar y la fotocopia en el bolsillo derecho de su chaqueta, allí donde también estaba guardada la carta escrita con tinta roja.
 
- Ya está. Le dejo en paz para siempre porque no deseo venir por aquí para nada más. Es una lástima que todo sea tan complicado en esta vida. Por eso estoy totalmente convencido de que existe otra vida mejor. No sería justo para los necesitados de verdad que no existiera esa vida prometida por Jesucristo. Y yo creo que Dios nunca ha sido, ni es ni lo será, injusto. Si no ordena usted lo contrario, Jefe, podemos marcharnos ya porque aquí ya hemos terminado.
 
Los dos dieron la mano al medio frances medio español Claudio Chantilly De la Zarza y volvieron a pasar cerca de la secretaria.
 
- Señorita Miró. Siendo usted tan preciosa y teniendo usted ese tipo que provoca el hipo y perdone que haga pareados pero me encanta ser poeta... ¿no se le ha ocurrido alguna vez la idea de intentar ser actriz de cine o guionista de bonitas historias románticas o una estudiosa de las películas tan impresionante que hasta podría alcanzar el puesto de Ministra de Cultura o de Directora de la Academia de Cine por lo enos? Precisamente pensando en jovencitas como usted es por lo que llevo siempre una tarjeta de mi amigo estadounidense Pablo Thompson Thompson, dos veces Thompson por simple casualidad, que es uno de los más altos ejecutivos de Universal Studios Hollywood de Los Ángeles de California, no sé bien si de la Alta o de la Baja pero da lo mismo; porque si usted quisiera o quisiese que es lo mismo decir que si usted quisiese o quisiera...
 
El Jefe tiró fuertemente del brazo izquierdo del teniente.
 
- ¡Deja ya de ligar, Garbayo! ¡Que sea la última vez que lo intentas estando yo presente!
- Suélteme ya el brazo, Jefe. Le prometo que esta es la penúltima vez que lo intento.
- Está bien. Pero prométeme que es la penúltima vez que lo intentas.
- Se lo prometo, Jefe.
- ¡Jajajajajá!
 
Y soltando el Jefe el brazo del teniente Garbayo los dos volvieron a subir en el automóvil y se encaminaron hacia Catarroja.
 
- ¡Ostras, Pedrín! ¡La cosa está jodida de verdad! ¿Cómo lo ves tú?
- Tal como lo ve usted. La cosa está jodida de verdad.
- Hoy mismo ese teniente Tejero está intentando hacer triunfar un golpe de estado en la ciudad de Madrid y aquí nos encontramos con un verdadero follón de comunistas que se están matando unos contra otros. ¿Tendrán algo que ver ambas cosas?
 
Garbayo estiró su dos largas piernas antes de responder.
 
- No se preocupe, Jefe.
- ¿Sólo se te ocurre decir que no me preocupe cuano tú también estás de acuerdo en que la cosa está jodida de verdad? ¿Qué estás pensando hacer ahora?
- Calma, Jefe. ¿Nos fumamos un par de fortunas?
- Vega ese fortuna pero dame una solución.
 
Garbayo sacó su paquete de Fortuna, le entregó un cigarrillo al Jefe y sacó otro para él. Cada uno encendió el suyo habiendo aparcado el automóvil a la orilla de la carretera.
 
- ¡Sienta de maravilla! ¿No es cierto Jefe?
- ¡En verdad que sienta de maravilla!
- ¿Ha visto usted alguna vez un cielo tan azul y tan repleto de brillantes estrellas?
- ¡Un momento, Garbayo! ¿Somos un par de policías o un par de mariquitas pelando la pava?
- ¡Jajajajajá! No me diga que no es esto el paraíso, Jefe...
- ¡Que me des una solución a nuestro problema, Garbayo! ¡Es una orden!
- ¿A qué hora entran a trabajar mañana los empleados de la Oficina de Correos de Catarroja?
- A las ocho y media de la mañana.
- Se equivoca, Jefe...
- ¿A qué estás jugando ahora? ¿A las adivinanzas?
- La Oficina de Correos de Catarroja abre mañana sus puertas a las ocho y media para el público pero los empleados entran a trabajar a las ocho.
- ¿Y qué diantres tiene que ver todo eso con el follón con que nos hemos encontrado?
- Usted vaya ahora a su casa a cenar y a dormir sin pensar en nada; pero a dormir de verdad... porque mañana tenemos que estar los dos en la Oficina de Correos de Catarroja a las ocho en putno...
- ¿Estás loco?
- Todavía no lo estoy del todo... pero mañana entrevistamos al cartero Paco Ravel Valtierra...
- No estás loco todavía.
  
 
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Relatos Narrativa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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