Carta roja en Catarroja (Novela) -Captulo 1-
Publicado en Sep 17, 2015
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Era la primera vez que el viejo cartero Paco Ravel Valtierra cumplía servicios en el pueblo valenciano de Catarroja. Llegado desde su tierra nativa murciana, no conocía todavía al vecindario; así que llegó al portal de la calle Pelayo a donde ibra dirigida aquella extraña carta escrita con tinta roja e hizo sonar la trompetilla.
 
- ¡Doña Dolores De Carrillo Ibarra!
 
Contestó un vecino del piso primero.
 
- ¡Bajo D!
- ¡Pues que se dé prisa porque tengo que entregarle una carta!
- ¡Le he dicho que Bajo D!
- ¡Y yo le repìto que se dé prisa porque tengo que entregarle una carta!
- ¡¡Que vive en el Bajo D, joder!!
- ¿Y entonces por qué no me constesta ella misma?
- ¡Porque es sorda!
- ¿Y cómo me va a escuchar si es que llamo a su puerta ya que usted es tan listo que parece que lo sabe todo?
- ¡No se preocupe usted por eso!
- ¿Cómo no voy a preocuparme si soy el nuevo cartero de Catarroja?
- ¡No se preocupe por eso porque ella es tan confiada que siempre tiene abierta la puerta de su vivienda! 
- ¡Dios mío, Dios mío y Dios mío! ¡Vaya imprudencia!
- ¡Tiene usted que saber que en este pueblo todos somos gentes de bien!
- ¡Hasta que ocurra una desgracia, tío listo!
- ¡Me llamo Antonio Pardo Jareño!
- ¡Pues mucho gusto en conocerle! ¡Yo soy Paco Ravel Valtierra para servirle a usted y a toda Catarroja!
- ¡Si quiere subir a mi casa le invito a unos mazapanes que han sobrado de la Navidad!
- ¡Lo siento pero no! ¡Primero es la obligación y después, si me sobra algo de tiempo, ya serña otra cosa!
 
El viejo cartero Paco Ravel Valtierra se dirigió a la puerta del Bajo D y, efectivamente, comprobó que estaba ligeramente abierta. Empujó suavemente y se introdujo en la salita de recepción donde la señora doña Dolores De Carrillo Ibarra terminaba, en esos momentos, de calzarse las botas de montar.
 
- ¿Quién es usted y qué hace en mi casa?
- ¡No se asuste, señora, me considero lo bastante guapo como para no asustar a nadie! ¡Soy el nuevo cartero de Catarroja!
- Espere un momento, buen hombre, espere un momento.
 
Dolores De Carrillo Ibarra tomo sus audífonos que se encontraban sobre la mesa de madera, al lado de varios vasos de cristal, y se los colocó en los oídos.
 
- ¿Lo de buen hombre lo ha dicho por mí?
- Sí. Tiene usted pinta de ser un buen hombre y bastante guapo por cierto. ¿Quién es usted y qué hace un hombre como usted en Catarroja? Conozco muy bien a todos los catarrojanos pero a usted es la primera vez que le veo en mi vida. 
- Es que no soy de Catarroja sino de Águilas. 
- ¿Y qué hace entonces en Catarroja?
- Estoy en Catarroja porque soy el nuevo cartero de este pueblo valenciano.
- ¿Es usted un nuevo cartero? ¡No me haga reír!
- Menos guasa, doña Dolores, menos guasa conmigo que también tengo un carácter más bien fuerte. Sé que soy ya muy viejo pero todavía estoy de muy buen ver y tengo fuerzas suficientes como para arrastrar a un mulo si se me tercia en el camino. 
- Vamos... vamos... no se enfade por tan poca cosa... y dígame qué hace en mi casa...
- Que tengo una carta para usted.
- ¿Y a qué espera para entregármela?
 
El viejo cartero Paco Ravel Valtierra sacó la carta de su mochila.
 
- Es la primera vez que entrego una carta escrita con tinta roja.
- ¿Tiene eso alguna importancia?
- Nada. Pero no deja de ser curioso.
- Espero que no haya sido usted tan curioso como para haberla leído...
- ¡Por favor, señora! ¡Un respeto! ¡Los carteros, al igual que los ladrones, somos gente honrada! Eso, al menos, es lo que quiso decir Enrique Jardiel Poncela. 
- Entonces... ¿qué es lo que le llama tanto la curiosidad?
- ¿Le escriben muchas cartas desde Moscú?
- ¡Ah! ¿Es por eso?
- Sólo una sana curiosidad nada más, doña Dolores.
- Hay una razón muy lógica. Estoy participando en competiciones de partidas de ajedrez por correspondencia.
- ¿Con algún gran maestro ruso?
- ¡Eso es! ¡Con un gran maestro ruso!
- Está bien. Yo le entrego a usted la carta y me despido porqiue tengo todavía mucho trabajo por delante.
- ¿No quiere tomarse una copita antes de irse?
- Pero que sólo sea una nada más, por favor, señora...
- Prefiere coñac o anís.
- ¿Puede ser anís?
- ¿Dulce o seco?
- Prefiero dulce por lo de no amargarme la vida.
- ¿Del mono o de las cadenas?
- Lo de las cadenas me da mucho miedo, señora. Prefiero del mono si es posible.  
- Eso está hecho.
 
Dolores De Carrillo Ibarra sacó una botella de anís dulce El Mono, llenó dos vaso y ambos se sentaron frente a frente alredededor de la mesa de madera.
 
- ¿Se puede saber por qué aquí, en Catarroja, todos los vecinos son tan amables?
- Lo llevamos en la sangre. Es cuestión de genética.
- ¿De qué?
- De genética.
- ¿Y eso qué demonios es? ¿Alguna enfermedad rara?
- ¡Jajajá! ¡No, buen hombre, no! La genética es una rama de la Biología que estudia la naturaleza de los caracteres hereditarios, su expresión en cada organismo y su transmisión a la descendencia.
- ¡Atiza! ¿Todo eso lo ha aprendido usted jugando al ajedrez con los grandes maestros rusos?
- ¡Jajajá! ¡No, buen hombre, no! Todo eso lo aprendí en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Sabe usted que tuve como compañera de estudios a la famosa Diana Orejón García? 
- ¡Atiza! ¿La del cine y la televis¡ón?
- ¡Exacto! ¡La del cine y la televisión! 
- ¿Y de verdad ha sido compañera suya en los estudios de Biología?
- Al menos en cuanto al primer curso sí es cierto... pero yo no sé si siguió estudiando más allá del primer curso... porque nunca más la vi por la Facultad...
- A mí me parece que esa tal Orejón tiene mucho cuento.
- ¡Hombre! ¡No sea usted tan mal pensado!
- No es que sea yo un hombre mal pensado pero hago caso al refrán de piensa mal y acertarás.
- Don Paco, todos los seres humanos, hombres o mujeres, tenemos derecho a soñar...
- No sé si será una simple imaginación mía... pero la veo bastante preocupada...
- ¿Por qué piensa usted eso de mí?
- Porque no es normal, por muy abiertos de mente que sean ustedes los de Catarroja, que me esté contando tantas cosas a mí, que soy un perfecto desconocido para usted.
- Sí. Creo que estoy contando demasiado... quizás sea el mono...
- ¡Atiza! ¿Ha dicho usted el mono?
- Sí... pero por favor... no se lo diga a nadie...
- Escuche, doña Dolores, me encantaría seguir charlando con ustes pero tengo que seguir cumpliendo con mis obligaciones. Con lo tranquilo que estaba yo viviendo en mi Águilas natal y ahora, precisamente ahora que sólo me falta un año para jubilarme, se le ocurre a Don Santiago enviarme fuera de mi pueblo. ¡No hay derecho, doña Dolores, no hay derecho a que Don Santiago Solar de Gijón, por muy jefe que sea, me haya hecho esta faena. Pero en fin, no tengo por qué enfadarme porque al fin y al cabo sigo menteniendo mi peusto de trabajo y es cuestión de ir tirando... para adelante por supuesto no vaya usted a pensar mal de mí... y que los que venga detrás que arreen... proque no hay derecho sin izquierdo ni hay izquierdo sin derecho en esta nuestra querida España...
 
El viejo cartero Paco Ravel Valtierra se levantó lentamente, se colgó la mochila sobre su hombro derecho y se marchó. Fue entonces cuando ella, la señora doña Dolores De Carrillo Ibarra, abrió la carta, la leyó y, muy sigilosamente, la guardó introduciéndola en la caña de su bota izquierda. Un par de segundos después alguien entró...
 
- ¡Hola, Lola! ¿Te sonríe la vida?
 
Ella no salía de su asombro...
 
- ¿Tú por aquí? ¿Cómo es posible que estés tú por aquí?
- Claro que soy yo y estoy por aquí...
- Pero... pero... ¿no habías muerto?...
- Me parece que no... pero que se lo pregunten a mi hermano gemelo por si él lo sabe mejor que yo...
- Siempre tuviste un sentido del humor muy macabro...
- Porque siempre soy más directo que Marciano...
- ¿Desde cuando crees en los extraterrestres tú que eres tan lógico y tan racional?
- Siempre te ha dado por fijarte demasiado en las apareincias, Lola. ¿O prefieres que te llame Dolores?
- Prefiero que me llames Dolores.
- Claro. Lo nuestro debió de acabar hace ya una década.
- Eso mismo pienso yo.
- Pues ya que estamos los dos tan de acuerdo en lo principal de nuestras vidas... ¡mira lo que te traigo escondido en el interior de mi gabán!...
- ¡No quiero nada más de ti!
 
El visitante se abrió el gabán...
 
- ¡Jajajá! ¿De verdad te creíste, por un momento, que yo soy un degenerado de esos que andan enseñando sus pililas a las mujeres! ¡Hasta para ser un truhán hay que tener clase, estilo, personalidad! Como ves sólo son dos botellas. Una es de licor de menta y la otra es de licor de fresa. Como sé que en cuanto a la menta no te gusta ni pensar en ella y a mí me encanta todo lo que sea verde... la de fresa es para ti y la de menta es para mí... 
- Me gustaría pero no tengo tiempo...
- ¿Por que te estás preparando para montar?
- Por eso precisamente.
- ¡Tonterías! ¡Montar se puede montar en cualquier momento siempre que estemos vivos! Ahora es tiempo de celebrar.
 
Dolores De Carrillo Ibarra sabía que él hablaba en serio y que era extremadamente violento si se le llevaba la contraria a lo que decidía sin consultar con nadie.
 
- Está bien. Brindamos y después cada uno por su lado para siempre.
- Siempre que nuestros caminos sean diferentes porque los hobres proponemos y el Partido dispone. ¿O no es cierto?
- No tengo ganas de hablar...
- Pues al parecer sí que tuviste muchas ganas con ese viejo cartero.
 
Dolores le dio un guantazo al visitante quien solamente sonrió...
 
- ¿Qué insinúas?
- Brindemos y después hablamos.
 
El visitante escanció licor de fresa en la copa de ella y licor de menta en la suya.
 
- ¿Por qué causa tenemos ahora que brindar?
- Digamos que por nuestros futuros. Las causas pùeden esperar.
 
Ambos bebieron el contenido de sus copas.
 
- Ya está.
- ¿Dónde está?
- Me refiero a que ya se ha acabado el brindis.
- Y yo me refiero a que me digas dónde está la carta.
- ¿Qué carta?
- La que te ha entregado el viejo.
 
En ese momento, Dolores De Carrillo Ibarra cayó desplomada al suelo.
 
- ¡Buen viaje, Lolita! ¡Dale mis saludos a Lucifer y dile que me siga esperando!
 
Un par de hora después, Antonio Pardo Jareño, el vecino del primer piso, comenzó a razonar en voz alta...
 
- Qué raro... Dolores todavía no ha regresado... y tampoco la he visto salir...
 
Su esposa, Marisa Tello Álvarez, se interesó también por el asunto.
 
- ¿Qué sucede, Antonio?
- Algo muy raro, Marisa,
- ¿Relacionado con nuestra vecina del Bajo D?
- ¿No te has dado cuenta de que no ha salido para nada de su casa cuando todos los días los hace, antes de comer, para irse a montar?
- No me he dado cuenta.
- Pues yo sí. Así que voy a bajar a ver qué ha sucedido.
- ¡Ten mucho cuidado, Antonio! 
- ¿Olvidas que soy karateca?
- Los karatecas también mueren cuando se complican sus vidas.
- Seré prudente, Marisa.
 
Caundo Antonio Pardo Jareño entró en la vivienda de Dolores De Carrillo Ibarra encontró el cuerpo de ésta tendido sobre el suelo. Se acercó para reanimarla pero Dolores ya había dejado de existir. 
 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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