UNA HISTORIA BONITA
Publicado en May 06, 2015
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Seguía tumbada en la cama,  no era temprano porque mis vecinas habían comenzado a cantar flamenquito por las ventanas, mientras otras colgaban la ropa multicolor, por no decir multirracial, en los balcones. Me gustaba ese sonido que callaba al silencio, hacía no sentirme sola, porque desde que él se fue las noches permanecían vacías, no estaban llenas del agotamiento  para descansar. Deambulaba en mi cama, dejando pasar el tiempo en un abismo que no puedo describir, pero ese día quizás estaba  más fatigada, y justo  cuando abracé la imagen prehistórica que me regaló,  tuve un momento  de paz con los ojos cerrados. A veces la miraba  recordando a Olivier junto a mí  riéndonos. Me preguntaba porqué no lo hicimos, porque no nos marchamos al campo e intentamos llevar una vida casi como los Amish, donde ninguno de sus vicios nos hubiera separado. Era joven, veintidós  años y él treinta, pero en experiencias había una diferencia de al menos cuarenta años…había sido tan ingenua. Pensaba que la vida junto a él se limitaría a salidas a cenar, hacernos el amor y bailar, porque lo hacía conmigo, pero no, las debilidades lo llevaron a terminar con todo  pronto. Sabía su sufrimiento, aunque  nunca me lo enseñara, pero  mi corta edad me hacía pensar que mi amor lo separaría poco a poco de todo, muchas mujeres lo habían conseguido.  Por eso  me sentía un poco fracasada, porque no pude, no pude, como se dice, llevarlo por el buen camino, a pesar de que todas las mañanas me diera un beso acariciando mi vientre, y me dijera gracias. Nunca supe por qué me lo decía, y ahora que estaba sola, creía que le pasó como a mí: había tenido una soledad no querida.  Mientras pensaba en todo, justificaba mi comportamiento, refugiándome  en  lo que una vez le oí a Paco de Lucía: si alguna vez estás  “Entre Dos Aguas” elige el camino que tú creas que esté bien, aunque para los demás no sea el adecuado. Para mí lo correcto era estar a su lado, a pesar de conocer sus inseguridades.  Abracé la figura intentando no ver su imagen en el servicio muerto al buscar el placer que yo no supe dar. Dormí soñando con él, en cómo me hacía sentir querida sin mediar palabra….entonces en  el mismo sueño acogedor aparecieron las imágenes de dos mujeres jóvenes cogiéndome la mano siendo yo niña, tirando la mayor de las dos, dándome fuerzas para seguir andando. Volví a sentir  amor, un  amor hacia dos desconocidas, y en uno de esos tirones para que siguiera caminando, me desperté de un sobresalto.
No sabía que había sucedido porque estaba sudando a pesar de ser el mes de Febrero, por cierto: mi cumpleaños. Me senté en la cama e intenté coger aire, forzando una respiración pausada. No comprendía nada pero las piernas me temblaban, las rodillas por primera vez me fallaban.  Seguí respirando al compás de la música que me cantaban mis invitados del patio, dándome los buenos días como si de un ruiseñor se tratara. Creo que fue ahí cuando comenzó mi Historia, la bonita, la soñada. El sufrimiento  pasado quedó en el olvido, ya que el presente me enriqueció tanto, que jamás pude soñar con una vida de cuento, de cuento bonito porque los llantos se borraron con las alegrías que mi nueva vida me trajo. Os la cuento, os la muestro para que creáis en los milagros… para que os deis cuenta que además de llorar en la vida también se siente felicidad, si sabemos esperar lo aclamado.
Pasaron unos minutos, no sé cuantos, me recuperé de un esfuerzo no realizado, sonreí y recordé  mi día. Decidí ir al bar de la placita, si enseñaba mi carnet me darían dos churritos  con un chocolate gratis,   me encantaban. Había que continuar bien la mañana, el despertar había sido un poco extraño. Me vestí con vaqueros, jersey de corazones, botas, trenca, y un bolso de flecos cruzado. Me puse guapa por si alguien me felicitaba, una ilusión vaga porque en el fondo no me importaba, me gustaba pasar desapercibida, más en mi barrio, donde nadie era igual  sin utilizar camuflajes ni disfraces para distorsionar la figura humana. Éramos diferentes de aspecto, gustos y costumbres pero con la misma  alma, por lo que todos desayunábamos juntos esas porras, a veces con azúcar para endulzar la rutina diaria.  Mostré mi documentación, señalando la fecha en la que nos encontrábamos, con las mejores de mis sonrisas: fácilmente me llevé el gato al agua, sabiendo que  era casi un ritual invitar el día del cumpleaños.  Me senté sola en una mesa para dos, desplegué el periódico y suspiré ya relajada. Leí las noticias de la primera hoja, luego buscaría trabajo en los anuncios, se me acababan los ahorros. Me sirvieron el mundano manjar,  me puse contenta, no me hacía falta mucho para ser feliz. Cogí una servilleta, la líe para sujetar uno, y cuando lo elevé se derramó  una gota de aceite en el periódico, entonces volvieron las sensaciones: el temblor en las piernas, la respiración. Observé el papel: la imagen de una de las mujeres sonriéndome se aparecía relajada, creo que hasta chillé. Me miraron mis vecinos pero ninguno me interrumpió al verme ya calmada. Paré hasta que mi corazón se aminorara del todo, pensé que la falta de comida me estaba haciendo pasar malas jugadas y comí como siempre, disfrutando a la vez que el chocolate, el actual afrodisiaco que nunca me fallaba, me saciaba. No comprendía nada y veía como mis piernas  aún temblaban cuando volví a dirigir la mirada hacia el papel, ya no había más tiempo para el luto. Si no buscaba trabajo en ese periódico tendría que comprar uno, así que decidí olvidarme de esas cosas que me estaban ocurriendo, a las que aún no les había dado importancia, y  regresé otra vez a la mancha. El anuncio señalado era el de secretaria a la vez que ama de llaves en la casa de un hombre de buena posición, quien se había quedado viudo. No pensé  en esas señales, ni en nada transcendental, ya la necesidad me hacía ser práctica, llegué a la conclusión de que me ahorraría la comida y sería un trabajo cómodo, porque era administrativa y sabía desde muy joven llevar una casa. Me incorporé con las piernas aún un poco débiles, me despedí con un abrazo de Mohamed, era mi amigo, de los pocos que tenía,  le comenté la jugada. Le pareció bien siempre que volviera los Domingos a achucharle con las manos manchadas, recordando la preciada infancia. Fui  a la cabina cercana,  desde allí llamé, no esperé a que dieran las doce, la señal de que ya era una hora prudencial para no despertar a nadie, era impaciente y lo demostraba en todo, no fingía en nada. Me cogió el teléfono una chiquilla, o eso me imaginé por el tono al hablar de manera dulce e incluso con titubeos,  concretó la cita para el siguiente día  a la hora prudencial mencionada. Ya me regalaron algo…una esperanza.
Paseé largo rato, hasta que los pies me delataban los kilómetros llevados que me pesaban, y era la idea: agotarme para descansar bien, porque como muchos  otros días sabía que llegaría a casa y me metería en la cama, sin comer ni asearme, lamentándome de las penas, que no lo son cuando luchas por borrarlas. Ese día sucedió como todos, pero prometiéndome que no esperaría a la semana que viene para cambiar las cosas, que a la próxima mañana  empezaría mi nueva vida, mi nueva adivinanza. No dudaba de no ser la elegida porque mi juventud me daba un aspecto bello y saludable que no pasaría desapercibido para un hombre maduro, para quienes la belleza es tan importante como el talento, que tampoco faltaba. Había aprendido a animarme sola, no era por soberbia, sino  alientos  para mantener la alegría que había llegado de forma inesperada.  Se me olvidaron las rarezas de la mañana,  comencé mi historia tirando lo que ya no necesitaría en la casa a la que me mudaba, es más, hice una pequeña maleta para que no hubiera tiempo de que se arrepintieran o llegara alguna lagarta más lista con sus garras, así que metí lo imprescindible junto a un traductor y un libro para los momentos donde no hiciera nada, que intentaría que fueran pocos porque lo que  necesitaba era actividad,  más cuando el corazón aún latía con dolor por las ausencias mencionadas. Pasó la noche, llegó el bello amanecer, para mí demasiado largo por la ansiedad que sentía ante el posible trabajo, y arreglada a las nueve de la mañana, me senté junto a la ventana para escuchar, como cada día, las canciones gitanas, que me ayudarían a elegir las palabras adecuadas. Miré mi pequeño piso, que no dejaría, para tener a donde volver cuando no fuera reclamada en esa mansión que me imaginaba: lujosa, vacía y callada. Mi mente empezó a pensar que quizás debería recordar esas canciones para cantarlas  por los pasillos de la casa, y dar la alegría al dolor, que sé que aparece cuando alguien que quieres te falta. Pensando llegó la hora, me levanté rápido y me dirigí a la Esperanza.
Llegué a las doce, aunque esperé en la puerta a que sonaran las campanas, miré al cielo, suspiré y llamé a la puerta a ver que me encontraba. Abrió la chica que cogió el teléfono, la reconocí en el saludo convencional que me dio al cruzar el umbral. La Mansión, como la esperaba, de película: grande, lujosa, con misterios y con la belleza dada por la mujer anhelada.  Pisé fuerte,  no dije nada, me reservaba para la entrevista, donde derrocharía encanto para ganar lo que deseaba, había aprendido que todo vale cuando deseas algo con ganas, que si cedes por timidez otros ganan, así que escondería mi color, si me ruborizaba, y pelearía fuerte por lo que las señales me decían que era mío, por lo que haría que mi vida fuera al menos más cómoda, que ya habían pasado las malas rachas. Cerré los ojos y Él ante mí apareció: fuerte, seguro, un poco triste, pero con la distinción que su clase le daba.  Me indicó que pasase al despacho, me senté y mantuvimos una conversación amena. Me di cuenta de que dudaba de mi juventud para llevar la casa, pero le enseñé mi experiencia al indicarle muy sutilmente los fallos en su morada. Le convencí con mis elegantes movimientos, porque de un hombre se trataba,  no utilizaba mis armas de mujer pero no era tonta en ocultarlas. Me aceptó y le dije que empezaba inmediatamente, aunque este primer día me lo tomaría para conocer la casa, sus habitantes y secretos, a familiarizarme con la estancia. Me acomodé y empecé a tomar las riendas, sería una falsa dueña pero ya no quería que me echaran de ningún lado a patadas. Me tumbé e incluso me sentí cómoda, sollocé  una hora y después salí a pedir las  llaves  para adivinar los acertijos de las maderas talladas. Mi Señor estaría todo el día en el despacho, incluso comería ahí, tenía un cargo político aún no  revelado por la criada, ya habría tiempo, no tenía prisas por descubrir nada. Empecé por  el piso de abajo, nada especial me llamó la atención mientras la criada, aún más joven que yo, me acompañaba. Charlábamos y  reíamos mientras me contaba anécdotas de las fiestas realizadas en los salones, el más bonito, como todos, el de los espejos, donde la vanidad creció y se miraba en todos sin reconocer la figura que se reflejaba.  Mi nueva amiga me tuvo que dejar sola para seguir ella con los deberes de la casa, sobre todo de la cena, que se hacía pronto, y donde estaría acompañada por él y por su hermana; sus hijos vivían fuera, y ella venía todas las noches para hacer compaña, residía cerca y así las soledades eran apaciguadas. El segundo piso lo visitaría sola, y comencé por el cuarto de la anterior ama. Abrí la puerta y no descubrí nada que no esperase: una cama con cortinas, un vestidor enorme, y un tocador con un juego de plata. No lo pude evitar y me senté,  otra vez las piernas me temblaban. Miré al espejo y la mujer de mi sueño aparecía de una forma más clara: tenía el pelo largo, oscuro, una piel blanca, y ojos avellana. Me sonreía mirando hacia abajo, como señalándome algo que yo con mi  sorpresa no adivinaba. Tiré el cepillo y desapareció mi miedo de esas cosas extrañas. Lo fui a recoger y descubrí una fotografía pegada en el tocador, la cogí  y mi sueño aparecía de una forma turbia pero que se descubría ante mi ya rara mirada. Esas dos mujeres y yo en medio, atrás ponía:  “Ana, su hermana y la niña”.  La niña era yo, me reconocía fácilmente, aunque no a esas dos mujeres, solo en mis sueños y visiones. Sabía que era adoptada, pero me había sentido querida y  nunca pensé en buscar nada. Salí de la sombría habitación, y me encontré con  mi amiga, quizás ella podría explicarme lo que ante mi vida aparecía de una forma extraña. Le enseñé la fotografía y me contestó que su madre fue la doncella de la Señora, le pregunté quién era de las dos y me respondió: “ninguna”. La Señora guardaba esa foto porque una vez la Tía de esa niña pequeña se la llevó para advertirle que los hijos del Señor tenían una hermana, porque su marido de joven tuvo una breve relación con Ana, la otra mujer que me sujetaba la mano,  quien no tenía el valor de decirlo, pero ya que su esposo no quería saber nada, creía que ella como mujer debería comprender la lucha de su hermana  en sacar adelante a Lala, así la llamaban. A ella, mi querida Tía, la otra  mujer, la de mis visiones, la que me llamaba, le quedaba poco de vida y no se iría sin reclamar la verdadera vida de Lala.  La madre de la criada  presenció todo,  era un secreto a voces en la casa, pero todo el mundo actuó como si nada hubiera pasado, aunque la Señora guardó la fotografía sin  saber el motivo,  ella no se atrevió a tirarla.
Mi  sorpresa fue grande y guardé mi breve recuerdo en mi almohada, no se me encogió el corazón, ni chilló el alma…solo volví  a descansar, a pensar qué hacer. Después de varios suspiros, de comprender la imagen de mi ya no desconocida Tía, de valorar la situación dada, dudé mucho pero mi cuerpo decía basta, no temblaba, se sentía seguro en esa casa, y quería conocer quién era, amando el pasado con todas sus lágrimas, pero también quería un futuro,  y quizás poco  a poco, dejar a la soledad marcharse para comenzar a llenarla de no cosas mejores ni peores pero si de verdadera sangre humana, que posiblemente  no trajera más amor, pero sí  le ayudaría a conocer su origen, a sentirse segura, a no dudar de nada.
  Decidió  quedarse y conocer de forma anónima a su padre, e intentar llegar a su joven madre. Empezar con el futuro apasionante con el que nunca había soñado,  porque no era parte de la imaginación sino de la realidad que algunas vidas guardan, que a veces  no es necesario cambiarlas, pero sí ampliar conocimientos, advertir lo que el corazón, sin una saber, reclama, comprendiendo el pasado y luchando por lo que el destino trae.
Y ahí empezó una nueva vida, la mencionada Lala, intentando sonreír cada día sin reproches ni rencores, jugando a adivinar lo que la esperaba, diciéndole adiós y las codiciadas gracias  a su Tía, mientras desaparecía en el cristal de la ventana…
 
 
                                                                                                                                                       VALENTINA
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
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Descripción

Una bonita historia de una joven, que casualmente descubre quien es realmente...

Palabras Clave: UNA HISTORIA BONITA

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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