Miedo a la soledad
Publicado en Mar 21, 2015
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El sonido seco de la puerta rompió la placidez noctámbula y apagó la voz de Franz Sinatra en su inconfundible interpretación de “My Way”, cuando Bernarda abandonó el departamento. Un pasillo en penumbras, estirado y estrecho siguió sus pasos con indolencia, mientras su figura lacónica se alejaba al compás del taconeo que retumbaba en cada escalón de mármol; único testigo de un pasado de prosperidad, hoy empañado por paredes ruinosas (llenas de cicatrices inevitables por el paso del tiempo) tan curtidas como el cutis de una de las tantas ancianas que dormitan en la vieja construcción.
Una vez fuera, el rocío besó su rostro con sus labios gélidos obligándola a acurrucarse en su abrigo; la fragancia de Rubén aún impregnada en el pañuelo ceñido a su cuello se coló por sus narices, induciendo un sentimiento con sabor a resabio que la atormentaba desde su adolescencia ¡Como le dolía no poder ni saber amar! Se repetía una y otra vez, al tiempo que deambulaba sola por las calles desérticas pintadas de negros otoñales. Desde su infancia le acompañaba el temor a la quietud nocturna, no por lo que pudiese pasarle, sino porque en el fondo de su ser, reconocía que era el ambiente propicio para que su maquiavélica mente la hiciera presa de sus emociones. Sin lugar a dudas, que a sus casi cincuenta años se convertía en una víctima mucho más vulnerable que cuando era pequeña, más, en ese instante de desconsuelo, permitiendo que el menoscabo le abrazase como un fiero guardián, que oprimía su pecho con el único propósito de lograr que el llanto aflorara. Tal era el torbellino de sentimientos encontrados que la sostenía mientras caminaba por esas calles desiertas, sin rumbo cierto.
La temprana muerte de su madre, obligó a su progenitor un hombre práctico y ligero de carácter, a confiarla ciegamente al cuidado de su hermana mayor Dominga, una solterona que estaba muy lejos de suplir el rol de madre y que muy por el contrario, encontró en Bernarda un terreno fértil para sembrar su tedio y rechazo por los hombres, convirtiéndola en el curso del tiempo, en un envase de mujer vacio, que ningún hombre parecía llenar. No estaba del todo consciente si fue el constante desaliento en el amor, sumado a la pesadumbre que provocan los años, lo que finalmente remeció la puerta de su soledad, y le empujó a los brazos de Rubén, un hombre tan solitario como ella. Era consciente que la atracción física no fue un factor influyente para que naciera entre ambos una relación y eso le apenaba aún más; más bien pareció un mudo pacto que se gestó en la antigua cafetería de la plaza, distante a dos cuadras desde su oficina, donde comenzaron a juntarse. Si bien, Rubén debió soportar al principio el rechazo a un sinnúmero de invitaciones antes de que ella se decidiera (casi más empujada por Alejandra y Victoria, sus compañeras de trabajo) no podría decirse que la fue  conquistando durante ese tiempo. Su débil figura, influía del mismo modo en su forma de abordar a las mujeres, y aunque era un buen hombre, se podía decir que más bien era un mentecato como conquistador. En la sección de contabilidad lo tildaban de eterno solterón y ni siquiera las bromas y ofensas de sus compañeros de trabajo, le molestaban ya a sus sesenta y dos años. Se diría que ambas almas sedientas de compañía, fueron lentamente animándose ante la posibilidad cierta de compartir sus vidas, renunciando incluso a sus hábitos de solterones empedernidos con la esperanza que el amor les saliera al paso en sus restantes años. Al menos, se podría decir que ese era el deseo que anidaba en Bernarda que aún sabiendo que Rubén nunca sería el hombre de su vida (trataba de convencerse ante la presión de sus compañeras) pudiera quizás hacerle feliz.
Aquella noche cumplían siete meses de noviazgo y ambos creyeron estar de acuerdo en dar el paso, pero las torpes manos de Rubén, le provocaron tal desazón que prefirió marcharse, sin que recibiera el más mínimo reproche. No era que estuviera cuidando su virginidad, la cual había perdido hacia ya varios años, impulsaba más bien por la oportunidad de escapar de las garras de su tía, que por encontrar placer en el acto (ya que de algún modo, fue convencida por Dominga, que el placer, era algo que no le correspondía) Estaba cansada de practicar el sexo ausente, y sentirse como un objeto para complacer a un hombre, anhelaba experimentar en su cuerpo el éxtasis de la pasión carnal y poder gozar de manera ardiente, cómo en más de una ocasión viera en películas de alto contenido erótico, en la casa de Isabel (la única amiga del colegio donde su tía la dejaba quedarse a dormir) sin sospechar, que ésta estuviera enamorada de su sobrina, y sólo deseara dormir desnuda entre sus brazos. La forma dulce como la trataba Isabel, la confundió el tiempo de su juventud, a pesar de que nunca dejó de soñar con el hombre de sus sueños. Entendió después que sólo era otra forma de escapar de su tía. Sin tomar plena conciencia, durante el curso de su vida se había empapado de los complejos y temores implantados por Dominga, y tras su muerte (hacía ya cuatro años) empezaba a ver lo vacía que se hallaba. Aunque tempranamente se resignó a la oportunidad de ser madre, como quien abandona una maleta en una de las lóbregas estaciones del pasado, nunca desechó la idea de casarse, y aún cuando en más de una ocasión derramó lágrimas, al observar una mujer con su hijo en brazos, sabía que en el fondo su decisión de no ser madre era la correcta, por su carácter taciturno, la dureza en su trato con los hombres (tanto así que llegó incluso a dudar de su género) todo le reafirmaba que no tenía en sus venas el gen de la maternidad. Sin embargo, la muerte de su tía, vino a despertar algo que cambiaría totalmente el rumbo de su vida, de algún modo fue como retirar la tranca que sostenía una vieja ventana, dejando que la luz entrara en el desván de su conciencia.
 
Una hora más tarde, al llegar a su edificio, saludó a Norberto con la indiferencia de siempre, aunque esta vez notó un extraño brillo en sus ojos. De seguro ya comenzó a beber de nuevo – se dijo- al tiempo que hacia ingreso al ascensor. Lo cierto era que el conserje, desde hace varios años era un bebedor empedenernido, que la administración mantenía por su extraña responsabilidad pese a llegar la mayor parte de las veces con algo de alcohol en sus venas, sólo contadas ocasiones no se presentó, como tampoco bebía durante el turno.
Bernarda, era de esas mujeres que solía tratar a los hombres como Norberto como seres inferiores, por lo que apenas dirigía su vista cada vez que salía o entraba al edificio; incluso cuando éste la detenía para darle un mensaje o entregarle un sobre. Esta extraña forma de relacionarse con los hombres de parte de Bernarda, provocó con el tiempo en Norberto, una suerte de mezcla entre odio y deseo que lo confundía, aunque lograba ser consciente del desprecio que le propinaba; por lo mismo, aún cuando se sentía seducido de un modo perverso, en contadas ocasiones se atrevía apenas a dirigirle la palabra. 
Quien hubiese entrado por la ventana de su dormitorio, ubicado en el vigésimo tercer piso, le hubiera encontrado recostada llorando, y de no haberse colado el frio nocturno por entre las cortinas, quizás lo hubiera hecho toda la noche. Tras incorporarse algo entumecida, se desvistió con desgano y contempló su cuerpo bien tenido en el espejo, sus pechos aún lucían erguidos y sus caderas pese a haber engrosado junto con su cintura, la hacían a la vista de todo hombre, una mujer deseable, por lo que su amargura era aún mayor y no encontraba consuelo, más ahora que el deseo comenzaba a despertar por sus venas. Estaba molesta, enrabiada con la vida, con su tía y el estúpido camino por el cual la había conducido. Le parecía despertar de un largo sueño, comenzaba a tomar conciencia de lo transcendental que había sido Dominga a través de su vida, y como marcó trágicamente su destino, convirtiéndola gota a gota, en una mujer tan o más amargada de lo que ella había sido. Ver la realidad de su vida tan tardíamente, le producía tal desconsuelo que le oprimía el pecho, la ira se retorcía por sus entrañas y deseaba desquitarse de alguna forma con algo o alguien y no sabía cómo. Se colocó la bata y pensó en embriagarse, puesto que nunca antes lo había hecho. Se tendió en la cama y no supo si reír o continuar llorando su desdicha, al reparar que no tenía ni siquiera una botella de licor. Sin pensarlo tomó el teléfono y llamó a Norberto para encargarle una botella de champagne. Éste quedo sorprendido por la solicitud de Bernarda. La sola idea de tener que ir a la botillería, despertaron al bebedor que llevaba dentro, y aprovechó la ocasión para hacerse de un par de cervezas bien heladas. Minutos más tarde, entregaba el champagne en el piso veintitrés.
Lo inexperta en estos asuntos, provocó que al intentar abrirla se rociara entera del dulce licor, poniéndola alegre, por lo que se bebió la copa de una sentada. De inmediato, la llenó nuevamente y agitada se dirigió con la botella a su habitación. Encendió la televisión para  sentirse de algún modo acompañada, sin importarle demasiado la programación, y siguió bebiendo sin parar, por lo que pasó rápidamente de la pena a la risa esquizofrénica, ante la poca costumbre de beber, y se entregó por completo a la nueva sensación.
En la portería, también Norberto bebía una de las cervezas, rápidamente se le secó la garganta, queriendo destapar de inmediato otra. Dado que nunca bebía en el trabajo, el cuerpo del hombre comenzó a sudar, y la necesidad de ingerir más alcohol se  le hizo cada vez más imperiosa, por lo que abandonó su puesto por un instante para acudir nuevamente a la botillería. Nunca pensó que al volver se encontraría con el hijo de la Presidenta de la Comunidad que le esperaba con gesto de reproche, por no encontrarse en su puesto. En un acto instintivo, Norberto se excusó diciendo que la propietaria del piso veintitrés le había solicitado fuera por las cervezas que traía en la bolsa (lo que resultaba aún más inverosímil tratándose de Bernarda) Alfonso, sintiendo su hálito alcohólico y molesto por su ridícula excusa le amenazó con pedir su despido. Ante tal situación, desesperado el conserje apretó el citófono de Bernarda (quien a esa altura ya sufría los efectos del alcohol en su cuerpo) y entendía a medias las aseveraciones del conserje por lo que respondía sólo con monosílabas afirmativas, lo que influyó para que Alfonso, terminara dando veracidad a lo narrado por Norberto; se quedó aún más perplejo cuando exigió que éste subiera pronto con el pedido. Alfonso le autorizó, con el compromiso que volviera luego a su puesto, al tiempo que abordaba el ascensor.
Pese a los fuertes golpes que dio en la puerta, Bernarda no le abrió, por lo que debió hacer uso de la copia que tenía para ingresar al departamento, el cual  se hallaba a oscuras, sólo la luz de la habitación se encontraba encendida. Desde el umbral de la puerta de acceso, avisó de su presencia y al no recibir respuesta se animó a adentrase por el pasillo hasta el dormitorio. Nunca imaginó que pudiera encontrarla semidesnuda sobre la cama, menos a una mujer tan recatada como Bernarda. No pudo resistir el acercarse para contemplarla con un dejo de morbo. Esa mujer altanera, se veía tan vulnerable sobre la cama, y aún cuando parecía dormida, igualmente le hacía sentirse incómodo en su dormitorio, como si fuera un intruso mal recibido. Norberto, no sabía qué hacer, la cabeza le daba vueltas, el alcohol le estaba jugando de algún modo una mala pasada, no atinaba a moverse ni balbucear palabra, el cuerpo desnudo de Bernarda le hipnotizaba de modo intenso, le provocaba, aún sabiendo que era inalcanzable. Pensó que lo mejor era devolverse, pero al darse vuelta, las botellas chocaron entre sí, emitiendo un sonido intenso y agudo que provocó la reacción de Bernarda. ¿Eres tú Rubén? – balbuceó la mujer- ven acércate hombre, y hazme tuya de una vez, abriéndose más la bata. Norberto dejó las cervezas en el suelo y salió huyendo de la habitación, deteniéndose en el comedor, totalmente agitado y tenso. Del dormitorio se escuchaba el balbuceó apenas entendible de Bernarda, que insistía por la presencia de Rubén. Norberto, sudaba, le temblaban sus manos, y apenas podía sostenerse ante el miedo que le provocaba la situación en que ahora se encontraba. Por una parte, la razón le instaba a arrancar de ahí de inmediato antes de que fuera demasiado tarde, pero la imagen desnuda de Bernarda lo atraía y esos gritos desesperados por ser poseída por un tal Rubén, terminaron por arrastrarlo  a la habitación. Se dejó caer a un costado de su cama, y llevó su rostro al vientre de la mujer, que le tomó por los cabellos, gimiendo ¡Hazme tuya Rubén, hazme tuya Rubén! El dulce aroma que emanaba el cuerpo de Bernarda, fue lo que determinó que Norberto perdiera totalmente la razón y se dejará llevar por sus bajos instintos. Le levantó con fuerzas por sus caderas hasta sentir la fragancia de sus entrepiernas y prendido llevó sus gruesas manos directamente a sus pechos, apretándolos fuertemente, provocándole tal dolor que hizo que Bernarda saliera de su trance. Cuando se vio expuesta a la presencia inusitada de Norberto quiso gritar y comenzó a amenazarle por lo que le había hecho. El hombre aterrado al ser sorprendido, lejos de apartarse en un acto instintivo se volcó sobre ella, como si de este modo quisiera oprimirla con su peso tratando de que se callara. Bernarda que no era una mujer que pudiera jactarse de su fuerza, al sentir aquel hombre sobre si aprisionándola en tal incómoda posición, y más por el desagrado que todo él provocaba en ella, hizo que se defendiera de modo tal, que parecía igualar sus fuerzas. Sin embargo, su desesperación al defenderse fue despertando en él, las ansias pervertidas de poseerla de un modo salvaje, y de modo violento separó bruscamente sus piernas y aún vestido comenzó a frotarse contra su pelvis. Este acto salvaje, provocó reacciones impensadas en Bernarda, que pese a luchar con todas sus fuerzas por evitar ser ultrajada, nunca antes había sido tratada de manera igual, nunca un hombre le hizo sentirse tan deseada, por vez primera era consciente del sudor con sabor a sexo que brotaba del cuerpo de ese hombre que la intentaba poseer, y aún cuando su mente le instaba a defenderse, no podía contener la entregaba que brotaba de su cuerpo dispuesto al ímpetu salvaje de Norberto, incluso un desborde furioso de placer la llevó a morder fuertemente una de sus orejas, lo que lejos de excitarlo, terminó por enfurecerlo aún más, haciendo que éste se bajara sus pantalones con desenfreno en su intento de poseerla, mientras ella seguía luchando a como diera lugar, por contenerlo. El ímpetu que ponía al resistirse, provocaba aún más la rabia contenida (esos largos seis años como conserje) por lo que empezó a volcar su furia diciéndole palabras soeces llenas de resentimiento, desplegando además toda la fuerza que le propinaba el peso de su cuerpo sobre Bernarda que terminaría sucumbiendo ante su envergadura. No fue precisamente su fuerza lo que ocasionó que cediera, sino que extrañamente fuera despertado en ella el placer, nunca se imaginó que palabras sucias pudieran ocasionarle goce, por lo que forcejeaba con mayor firmeza, no para detenerle, sino para provocarle aún más, su vulgar vocabulario la fue excitando más y más, así como su rudeza, su falta de cuidado al obligarla a ceder, su fuerza desmedida, y no cesó en bregar hasta que la bestia que la embestía acabó desplomándose entre sus piernas resoplando agitadamente como un toro herido de muerte. En ese mismo instante, su cuerpo se convulsionó en un largo espasmo dejando escapar un gemido disfrazado de dolor que le permitió volcar la pasión contenida todos estos años y se aferró al cuerpo de su agresor enterrándole sus uñas en la espalda, como si quisiera impedir que la dejara. Asustado más por el alarido, que por el dolor que pudieran haberle causado las uñas en su espalda, Norberto pareció como volver en sí, y sólo atinó a huir de la habitación, mientras ella no lograba controlar los espasmos de su cuerpo y los gemidos que se le escapan, al mismo tiempo que no lograba convencerse que hubiese gozado que aquel energúmeno, le violara.
Aterrado Norberto huía por las escaleras de un modo desesperado, consciente recién de lo que había hecho. El exceso cometido sin duda por el alcohol, no sólo ponía en peligro su trabajo, sino una querella en su contra, después de todo, aquella mujer de algún modo le odiaba, no podía dejar de imaginar lo que sería capaz de hacerle, por haberla deshonrado. Debía huir, estaba arruinado. Sabía que perdería el trabajo, pero lo que más temía, era que no estaba en condición de exponer a su familia. Se hallaba desolado, creía que había tocado fondo a causa de la dependencia por la bebida. Definitivamente buscaría ayuda, se internaría para rehabilitarse, le haría caso a su mujer y se irían donde su suegra al sur, los niños estaban pequeños y se adaptarían. En el piso dieciocho paró de correr, su corazón se lo suplicaba. Bajó en ascensor el resto del trayecto. Esa misma noche Norberto abandonó antes el turno, declarándose enfermo como decía el libro de bitácora, y nunca más se presentaría.
En la habitación, el cuerpo inquieto de Bernarda le mantenía agitada, costándole incluso mantener la respiración; el sudor de su espalda comenzaba a helarse y le entumía la piel, que se erizaba, al tiempo que no lograba contener los espasmos que le sucedían de tanto en tanto. En la habitación el hedor a sexo se paseaba como una pantera inquieta, sin embargo, lejos de ruborizarle como hubiese sido lo habitual, se escondía bajo las sábanas tratando de entender la locura recién vivida. No comprendía cómo un hombre de la extirpe de Norberto, quien no era digno ni siquiera de dirigirle la palabra, tan distinto a los hombres con que había estado, le hubiese provocado un placer desconocido hasta ahora, que la llevó a terrenos nunca antes explorados. Sabía que si bien el licor pudo haber influido, ningún hombre antes la había tomado con esa fuerza desmedida, como tampoco imaginó que fuera precisamente esa brutalidad en el acto, lo que extrañamente despertara su pasión de mujer, esa que tanto añoraba, y que siempre soñó sentiría en los brazos de su amado. Ahora entendía que lo que buscaba era una ilusión, y que jamás lo encontraría. Se irguió desnuda hasta el ventanal, sintiéndose (a pesar de lo que pudiesen pensar después los demás) satisfecha por lo sucedido, tenía plena conciencia que lejos de haber sentido amor, finalmente se sintió mujer; pensó en la figura de su tía, y deseó que se revolcara en su tumba.  
Estuvo largo tiempo bajo la ducha, disfrutando del orgasmo que se mantenía aún por sus venas;  esa noche durmió desnuda.
Días más tarde, y a sabiendas que la vida le había dado una segunda oportunidad, invitó a Rubén  a su departamento, y luego de embriagarle lo llevó a la cama, donde le hizo el amor, puesto que de que otro modo él no sabría satisfacerle. Por fin era ella, la dueña del placer y aquel hombre sólo un cuerpo para satisfacerse; de algún modo se vengaba de los hombres que la tomaron cuando joven, se vengaba también de su tía, y se alegraba al saber que la muy infame, se la comían ahora los gusanos, puesto que había muerto seca y vacía, y se jactaba de sentir el ritmo del goce de su cuerpo, mientras Rubén obedecía a cada uno de sus requerimientos.
Dos meses después, la pedía en matrimonio y aceptó, consciente que Rubén, era al fin y al cabo, un buen hombre, con el que podría compartir el resto de sus días.
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

La soledad es algo que aterra a la mayora de los seres humanos

Palabras Clave: Soledad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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