Londres, 26 de agosto de 1940
     
A mí querida Ana, con amor y admiración.
 
 
 
Por suerte han cesado los bombardeos aéreos.  Siempre sucede, a veces es cuestión de minutos o de horas, otras pueden ser días, aunque en los últimos setenta y cinco no hemos tenido descanso.
Dentro de mi refugio, arropado con otras tantas cosas que ya no reconozco como propias, te escribo.
Perdona si es poco clara mi letra, como así también mis palabras; el tiempo que he estado en esta guerra sin sentido me ha robado no sólo la libertad sino también la manera de expresarme.
Anhelo tanto, mi vida, volver a cruzar tu jardín en otoño y poder quebrar con mis pies tantas hojas de fresno hasta llegar al banco donde siempre me esperabas. Y mirarte profundamente a los ojos, esos ojos que asemejan a dos lunas en cuarto menguante. Embriagarme con tu aroma a lirios y del césped que llevas debajo de tus pies descalzos.
Mi voluntad cede ante cada estallido de bombas que, de a poco, van logrando el propósito para cual fueron concebidas, aniquilarnos el carácter, el deseo, las propias ganas de seguir luchando por sobrevivir.
Espero poder seguir escribiéndote en otro momento. Pero en el caso que ya no pueda hacerlo, mis compañeros tienen mi pedido de hacerte llegar esta carta; en ese momento, cuando la estés leyendo, No olvides que estaré en tu jardín, esperándote en tu banco, con el césped debajo de mis pies descalzos.  
 
                                                                           
                                                                                     Cap. Robert B. Grant.