Me tiro a la cama, a modo plancha y me dispongo a caer mejor que otras veces. Remuerdo la almohada que aún huele a mi alegre y afrutado champú. La verdad, y en bajito lo digo, tengo ganas de enamorarme. Es posible, muy probable que las hormonas estacionales hagan que vengan y vallan mis sensaciones, mi bipolaridad continua. Pero quiero esa piel, quiero ese efecto en mi cara, en mi tremendo y masoquista corazón.

En ocasiones me sentí tan débil como la hormiguita que acabaron de aplastar… Parece mentira que no aprenda. Y aún así  no quiero encerrarme, deseo ser feliz. Qué digo feliz, quiero aventura, locura, pasión, riesgo, destinos impredecibles, que sonreír sea un acto reflejo y no una mueca forzada. Actualmente estoy bien, todo es estable, a salvo de vuelcos innecesarios… No estoy a gusto. No. No lo estoy, para que engañarnos. Sintiéndolo mucho, soy una romántica empedernida. Esto me seguirá trayendo problemas. Lo sé.

Tiendo a reírme de mí misma por estas ilusiones notorias que me llevan hacia un mundo incomunicado al real, tan poco precavido…
¿Estoy lista? ¿Alguna vez lo estuve? No quiero hacerme daño, no quiero ser un juguete de punto de venta reversible. Sólo siento que estoy dispuesta. ¿Es lo mismo que preparada?
La herida todavía escuece. Esa marca está aún en mi presente, por muy del pasado que sea.

Y ya estamos de nuevo… Inventando, adelantándome a los hechos, mascando la predisposición de mi alma que dice… “¡Vamos!”, “¡qué más da!”, “… ya más daño no pueden hacerte”.
Y temiendo mucho que eso no sea tan veraz, puede que haga caso a mi instinto. Bueno, simplemente es probable, prefiero no adelantarme a los hechos. Pero, señalado queda, mi corazón ha hablado.