Diez meses ( 18 y 19 )
Publicado en Jan 17, 2014
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18  
Al otro lado de la calle, el edificio en construcción avanzaba a buen ritmo. La tercera planta era una realidad que les había privado del modesto sol que daba por las mañanas en la terraza. Alicia nunca imaginó que pudiera echar en falta el nudo de carreteras que se desenvolvía a pocos metros del trabajo. Pero, incluso los coches y el turbio horizonte de la ciudad eran mejor que una pared de ladrillos.
El abrigo no bastaba para aliviar el frío y empezó a pasear, cuatro pasos hasta la balaustrada y cuatro de vuelta. Vio a Susana en el pasillo. Se dirigía hacia los ascensores y supuso que iba a buscar un cigarro antes de reunirse con ella.
La mañana se había visto alterada con la caída de Pilar y, con ella, la relativa calma de que venía disfrutando. Lo primero que había pensado era que, afortunadamente, Pilar no se encontraba bajo su responsabilidad cuando sucedió el accidente. Le preocupaba este cambio de prioridades. Anteponer su tranquilidad al bienestar de Pilar sólo era el principio en el largo camino hacia la indiferencia.
Hoy era uno de esos días en los que sus pasos la hubieran conducido, sin vacilar, hacia la galería, pero no sería posible. Tenía que llevar los regalos de navidad a casa de Elena. Su hermana se lo recordó anoche con una intempestiva llamada dando por supuesto que todavía estaría despierta, como así fue. Cuando sonó el teléfono cumplía con una cita ya ineludible, escribir en el diario.
Trasladar las preocupaciones al papel era un método eficaz de vaciar la mente antes de acostarse, que le facilitaba el descanso. A la relación detallada de acontecimientos de los primeros días le había seguido una escritura más fluida y personal, “aquello que no le cuentas a nadie por temor a no ser comprendida”
– ¿En qué piensas? – preguntó Susana encendiendo un cigarro en el rincón donde debería estar el sol.
–En si habré acertado con el regalo de Marta. Todos los años intento sorprenderla con algo diferente, pero esta vez me he limitado a comprar lo que ha pedido.
–En ese caso has acertado.
–No es su regalo perfecto.
– ¿Su regalo perfecto? – dijo Susana mirando a Alicia.
– ¿No te han regalado nunca algo que sin tú saberlo necesitabas?
–Marta no necesita nada. Quiere lo que ve anunciado en la televisión.
Lo más probable era que Susana tuviera razón, se dijo Alicia, mirando hacia el futuro edificio de oficinas. Sin embargo, no podía evitar sentirse mal por no haber puesto más cariño y atención en el regalo de Marta.
– ¿Cómo están tus niños? – preguntó Alicia.
–Con mi madre hasta que comience el colegio. Ayer estaba en la cama a las nueve de la noche, ¿te lo puedes creer? A veces te envidio.
– ¿Cuánto tiempo hace que se han ido?
–Ya sé, dentro de una semana los echaré de menos, pero hoy siento alivio… ¿suena muy mal?
–No – dijo Alicia sonriendo –, necesitas descansar, eso es todo.
–Si, eso es todo – dijo Susana consultando el reloj.
 19
Esa tarde Alicia evitó pasar por delante de la librería. A pesar de que ya se había comprometido con Elena y de ir cargada de paquetes, prefería no poner a prueba su fuerza de voluntad.
Al contrario de lo que creía Elena, Pedro no era el principal responsable de que no hubiera aparecido por su casa durante las tres últimas semanas. Los verdaderos responsables eran sus libros, libros sorprendentes que hablaban de aprender a vivir y de ser fiel a uno mismo, libros que la alejaban irremediablemente de aquella Alicia que pasaba las tardes en el salón de Elena, viendo la televisión o acudiendo a un local de moda  de los que tanto gustaban a María.
A veces dudaba y temía, tal y como dijo Elena, que aquellos libros le estuvieran complicando aún más la vida, pues sólo le ofrecían preguntas cuando lo que a ella le urgía era encontrar respuestas. Pero era inútil, no podía dejar de leer, era una adicta que devoraba todo lo que Pedro le proponía. Pensar en libros le hizo recordar que había olvidado coger uno cualquiera para mantener la atención lejos del largo trayecto en autobús que la aguardaba.
Dejó marchar un primer autobús que le pareció iba muy lleno. Subió en el siguiente y tomó asiento lo más cerca que pudo de la puerta trasera. Respiró hondo. La parada donde debía bajarse era la penúltima de la línea. Tarde de viernes y ecuador de las fiestas, no pasaría menos de cuarenta y cinco minutos allí sentada. Atajó de inmediato aquel pensamiento y se dedicó a mirar por la ventanilla.
La noche llegó antes de que alcanzara su destino. Una explosión de luz ocupó la ciudad. Árboles, fuentes y edificios quedaron iluminados de manera simultánea. El alarde decorativo fue disminuyendo, hasta casi desaparecer, a medida que se aproximaban a su antiguo barrio.
El autobús se detuvo delante del mercado. En la distancia, consiguió ver la panadería situada nada mas entrar, a la izquierda. Vendían allí unas galletas con sabor a vainilla que no encontraba en ningún otro sitio. Enfrente de la panadería debería de estar la perfumería pero ese ángulo del mercado no lo veía con claridad y no pudo confirmarlo.
Se preguntó si seguiría en la frutería la joven que, sin saberlo, fue la causante del toque de atención que en una ocasión le dio su madre. La chica en cuestión mantenía su brazo derecho, sensiblemente más corto y delgado que el izquierdo, pegado a su cuerpo, y ella, una niña, no podía dejar de mirarlo cada vez que acompañaba a su madre a comprar. En realidad, más que el defecto en si, lo que llamaba su atención era la agilidad con la que atendía a los clientes. Cuando su madre le explicó que con su insistente mirada podía hacerle daño, comenzó a actuar con la misma naturalidad que la joven, para quien el defecto sólo existía en aquellos que la miraban.
El autobús reinició la marcha. La próxima parada quedaba a la altura del colegio. Alicia giró la cabeza hacia el lado contrario en el que iba sentada. Habían desaparecido los columpios del patio. Continuaba, en cambio, el viejo sauce bajo cuyas ramas, María, Julia, casada y en otra vida, y ella hallaron complicidad en los juegos infantiles y, más tarde, intimidad cuando los chicos copaban todas las conversaciones.
El autobús encaró la recta final del trayecto. Una inmobiliaria sustituía a la juguetería donde con once años le compraron unos patines. Le costó un mes convencer a su madre de que eran inofensivos. Poco imaginaba entonces que los mayores sobresaltos se los daría con la bicicleta que llegó más adelante.
Lo siguiente que vio fue una tímida sonrisa reflejada en el cristal de la ventanilla al lado de la mirada curiosa de su compañero de asiento.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Descripción

Diez meses

Palabras Clave: Diez meses

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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