La Pasajera de las 7:30
Publicado en Jan 05, 2014
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El conductor de microbús se convierte a medida que ejerce su oficio, en un verdadero estratega del tránsito. Para alcanzar este nivel de experticia, debe desarrollar primero ciertas habilidades que le harán situarse por encima de la cantidad promedio de boletos cortados. Al transcurrir el tiempo, el buen conductor sabrá cuáles son  los paraderos donde recogerá la mayor cantidad de pasajeros y  en que horarios es mejor irse con calma. No obstante, el principal ingrediente de esta autoformación, es poseer un amplio sentido del tiempo y la distancia, cualidades que le permitirán ganar espacios ambicionados por el resto de sus colegas.
Juan Leiva Henríquez, mi mejor amigo hasta hoy,  no había desarrollado ninguna de estas habilidades en profundidad.  Su falta de adhesión al sentido de  competencia que sus colegas habían desarrollado con otros recorridos, más una personalidad en extremo introvertida, lo habían transformado en blanco de graciosos comentarios. Sin embargo, Juan en una actitud impertérrita le restaba  cualquier posibilidad a una respuesta iracunda y precipitada, considerando desde su perspectiva que eran  acciones propias de una relación laboral que exigía, en todo caso, la búsqueda de un momento de distensión y aceptación entre colegas.
 En las tardes me lo encontraba estirando las piernas por el barrio, luego de estar media jornada recorriendo la ciudad transportando a las personas, y con ellas sus sueños y proyectos. Conversábamos largo rato, fumándonos un cigarrillo mientras comentábamos los sabores y sin sabores del día. Fue  en uno de estos paseos cuando me hizo un comentario que, sin saberlo, redundaría en un giro fantástico para su vida.
El pasado verano, Juan conoció a Ximena mientras hacía el turno de la mañana por el barrio central, ubicado a una media hora del nuestro. ¿Cómo la conquistó? No lo sé. Lo que sí sé es que Ximena es una joven hermosa, de gran simpatía y carácter, cuyo impacto en la personalidad de Juan hizo que él se detuviera a pensar en  muchas ocasiones si realmente había vivido lo que había querido vivir,  o sólo había esperado para hacerlo a través de ella.
Todo lo hacían juntos.  Iban al cine, a visitar museos, galerías, bibliotecas, lugares por los que  Juan nunca había demostrado mayor interés. Ximena le insertó en esa sociedad que exigía de él participación, pero que le impedían ir más allá de los muros  de significado construidos bajo su seno. Incluso le presentó a muchos de sus amigos; mujeres y hombres de las más distintas ocupaciones e intereses que fueron instruyendo y ayudando con inusitada complacencia los requerimientos de Juan.
Un aspecto de esta relación que quedaba a la deriva, era el cómo Ximena se sustentaba económicamente. Esto era un completo misterio. No era de vestir ropa de temporada y hacer grandes gastos, pero sus modales refinados, su amplísima cultura, más la constante preocupación por todos los detalles de la vida de Juan, despertaban en él la duda y cierto temor por no poder encajar en la estructura de ésta mujer de quien se había enamorado
Al pasar el tiempo, la relación entre ambos se consolidó.  Juan pasaba exactamente a las siete y media de la mañana para recoger a Ximena en el paradero instalado afuera del museo del barrio central— llamado precisamente “Museo Central” —,  para dejarla a pocas cuadras del hospital. Este lugar no traía buenos recuerdos a mi amigo, ya que la última vez que vio a su padre lo hizo en aquel hospital. Este recuerdo abría en él la puerta de un temor escondido a la fuerza, y le hacían preguntarse casi a diario por la motivación que llevó a su madre  a  impedirle que lo visitara durante todo ese tiempo; y, finalmente, la  verdadera causa de su muerte, noticia que supo estando en casa de sus abuelos.
Tratando de esconder este mal recuerdo, es que Juan desarrolló esta personalidad retraída que le llevaba en muchas ocasiones a caer en una profunda melancolía. Es comprensible entonces que haya desarrollado como estrategia de desenvolvimiento un espíritu de dejarse llevar por las situaciones, sin mediar en reparos ni objeciones, ya que consideraba que con estas actitudes anclaba la vida al pasado. Ximena, por el contrario, era la energía que le invitaba a fluir, a no detenerse en las imperfecciones del recuerdo. Puedo decir con toda propiedad que, por primera vez,  este hombre se sintió impulsado a obtener lo que le fue ajeno desde un principio, con una fuerza visceral que lo instaló en un podio de reconocimiento social y, por qué no decirlo, en un plano espiritual más elevado
Uno de aquellos fines de semana que utilizaban para ver la ciudad con ojos renovados, ya distantes de aquella soberbia soledad que ambos se confesaron padecer, Ximena llevó sorpresivamente a Juan a un lote de microbuses. Por un momento, Juan pensó que se había equivocado (por el carácter impredecible de Ximena todo podía ocurrir), pero luego pensó cariñosamente que ella comenzaba a leer su mente y entender sus gustos.
Llegando al lado de uno de estos bellísimos modelos, Ximena le toma la mano con seguridad y, en un plano casi propositivo, le dice:
—   ¿Qué harías si en un momento determinado alguien te dijera: llévate todo lo que se te ocurra? Tienes crédito ilimitado para comprar lo que desees.
—   Pensaría que está loco, porque nadie se interesaría en invertir en mí.
—   ¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Tan bien te conoces?
Juan estuvo a punto de contestar hasta que Ximena arremetió con otra pregunta
—   Juan ¿sabes de qué trata la genética?
—   Claro, es una forma de pensar que… dice que las personas somos como otras personas.
—   Es algo así. ¡Ya, Vámonos mejor! ¿Te invito a almorzar?
Esta conversación amenazó de un golpe la poca seguridad que Juan sentía en sí mismo. Si bien, el no responder esa pregunta con seguridad le había incomodado, se propuso estar al corriente de aquel tema que había escuchado una vez en un reportaje del biólogo inglés Charles Darwin. Esta sería su estrategia para no sentirse incomodado por Ximena.
Al día siguiente, Ximena le pidió a Juan que la acompañara al centro de la  ciudad. Le iba a develar su principal secreto: Le llevaría a conocer a su benefactor, la piedra angular de su  bonanza económica. Efectivamente, el lugar que Juan imaginaba mientras avanzaban  quedaba en las cercanías del hospital, lugar donde tantas veces dejó a Ximena camino a completar su recorrido.
Caminaron por entre medio de viejas casonas, construcciones propias de la buena situación económica de Chile a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, producto principalmente  de la extracción del salitre. Juan gustaba mucho de la lectura histórica, relacionando cada vez que la concentración de una marcha sin distracciones y paradas le permitía,  la erección de esos moldes europeos a la vida de los actuales rascacielos americanos. De pronto llegaron frente a una enorme puerta de madera noble, la que exhibía una enorme letra gravada al medio. Juan no pudo distinguir cuál de ellas era,  por pertenecer a un español antiquísimo. Ximena  le pidió a Juan esperarla mientras ella volvía, a lo que Juan respondió indignado.
—   A ver Ximena, si me vas a estar escondiendo cuestiones, mejor dejamos hasta aquí no más la relación.
—   Juan, no te ofendas ni te asustes. No te escondo nada malo, pero ahora espero seas  prudente y me esperes acá.
—   ¿Pero en qué quedó eso de no esconderse nada, de ayudarse mutuamente?
—   Es por eso mismo que te traje Juan. Esto debe terminar y debes saber lo que pasa.
—   ¿Y cómo? ¿pidiéndole plata a tu papá acaso o quien quiera que sea? Haz lo que tengas que hacer Ximena.
Juan se retiró rápidamente de aquella casona que se transformaba a cada paso en un lugar desconocido que había que enterrar en algún sitio de la memoria, tal como lo hace el niño con la ira.
Al día siguiente Juan no fue a trabajar. Deprimido por haberse peleado con Ximena, se quedó en casa analizando cada uno de los sucesos que habían ocurrido desde que conoció a esta mujer, que de un instante a otro,  se había transformado en una completa desconocida.
¿Por qué alguien como ella se iba a interesar en un tipo como él? ¿Será una de estas estafadoras que después de comprometerse te lo quitan todo? Esta pregunta desapareció apenas fue elaborada, porque en realidad si a Juan le quitaban todo lo que poseía, en un par de meses podría recuperarse e incluso tener más de lo perdido.
Pasaron casi dos semanas, cuando de pronto comenzaron a llegar cartas vacías a su casa. Juan reparó en que la dirección aparecida en ellas, correspondía a la dirección donde Ximena y él fueron a realizar aquella visita. La imagen de la casona, con aquellas enormes puertas abriéndose lentamente, se acompañaba al paso de los días de una voz perdida y poco inteligible. Sin duda que esta situación no tendría el mismo cariz si en ella no participara Ximena. Esto lo desesperaba, sumiéndolo en eternas cavilaciones para dar con el resultado de este acertijo.
Un día lunes, exactamente a las siete y treinta minutos, Juan recibió un llamado telefónico. Al observar el visor de números, dio cuenta que era su jefe. Don Aquiles Muñoz, es una persona con la cual nunca pudo entablar una conversación que sobrepasara el minuto. El primer pensamiento que se le vino a Juan a la cabeza, como es de esperar luego de no presentarse a trabajar en varios días, es “me llama para avisarme que vaya a buscar el finiquito”. Así que dudó unos segundos en contestarle. Finalmente, tomando el teléfono y afinando una voz alicaída por las emociones confusas, lo saluda.
—   Don Aquiles, que gusto escucharlo (de manera sarcástica y despreocupada)  ¿cómo le va?
—   ¡Juanito! El gusto es mío. Sabes, espero no interrumpirte, pero no podía dejar de llamar y darte mis felicitaciones. ¡Jamás me lo perdonaría! Tú sabes.
  Si anteriormente se sentía confundido, ahora la situación simplemente rayaba en lo irracional.
—   ¿Felicitarme por qué?
—   ¡Porque eres dueño de dos flamantes microbuses del año! Obviamente mí querido Juan, yo estaré a cargo de su administración al tener la mayor participación en la línea. De todas maneras el porcentaje de adhesión es mínimo, tú sabes.
—   ¿Queeeeeeeeeeeeé me dice? Yo no tengo plata ni para hacer cantar un ciego ¿y usted me dice que soy dueño de dos microbuses del año?
—   Los papeles los tengo en el terminal, donde dicen claramente que tú eres el dueño de dos microbuses, cuya cuota de incorporación y las respectivas autorizaciones están al día. De hecho, ya están acá tus joyitas, así que puedes comenzar desde mañana.
—   Espere, ¡voy para allá altiro Don Aquiles! ¡No se mueva!
Juan toma un taxi hasta el terminal de microbuses. Al llegar allá encuentra a Don Aquiles y a una parte de sus colegas con una enorme sonrisa, de aquellas  que la envidia dibuja de manera mecánica. Juan no escuchó ningún comentario.
—   Don Aquiles … los papeles… por favor
—   Ahí están Juanito  — dice Don Aquiles con tono meloso.
Efectivamente se había realizado una compra  que fue transferida a su nombre. ¿Pero cómo había podido suceder esto? ¿Quién había realizado este trámite sin su aprobación? Buscando más detalladamente encontró el nombre de Ximena; más abajo la dirección de la casona.
Juan decidió que era momento de enfrentar toda esta situación antes de caer en algún tipo de delirio. Trató de ubicar a Ximena, pero al marcar su teléfono, la operación de la operadora le daba cuenta de su inexistencia  ¿es que acaso todos se evaporarían por arte de magia? Ya no estaba seguro de nada en lo absoluto. Así que decidió dirigirse hasta la casona, mientras el resto de las personas que esperaban para vitorearlo, tuvieron que tomar su champagne y los canapés en los horarios que establece la rutina.
Mientras avanzaba en dirección a la casona, trataba de darse fuerzas por lo que pudiera suceder. Si era objeto de alguna especie de complot, había tomado la decisión de enfrentarlo y resistir sus consecuencias. Nada en su vida había sido fácil, así es que pasara lo que pasara, o quien estuviera detrás de todo esto,  no podría hacer un daño imperecedero.
Se bajó del taxi y caminó lentamente por ese callejón que le había parecido tan interesante en un momento. Al situarse frente a la puerta, tocó tres veces con la palma abierta. Quería que lo escucharan. Para su sorpresa, la puerta fue abierta por una señora canosa, de aspecto simple y agradable.
—   Pase Don Juan, lo están esperando —  le dijo la anciana.
¿Don Juan? ¿Qué era esto? ¿Acaso todo el mundo confabulaba secretamente para darme un golpe definitivo?
Juan comenzó a caminar discretamente por un largo pasillo, rodeado de fotografías y pinturas de personas que le parecían familiares. De las escaleras se escucharon unos suaves pasos que venían a buscarlo. Era Ximena, quién lo abrazó de manera frenética y luego le besó.
—   Calma, ya todo está bien — le dijo con voz compasiva y tierna.
—   ¿Qué es todo esto?
—   Ven, ya lo sabrás.
Al traspasar una de las puertas, Juan se encontró cara a cara con un señor  de  unos  sesenta y cinco años, que le esperaba en actitud de impaciente espera. Antes de poder  saludar, este hombre le hace una seña para que se siente. Ximena lo rodeó y lo abrazo en actitud triunfal. Luego , el hombre dice: “Hijo, seas bienvenido. Esta es tu casa”.
Juan se paró de un salto, palideció y luego entró en pánico. Cayó sobre el mismo sillón donde fue recibido. Al pasar unos minutos, y recobrada la conciencia, trató de asimilar lo que había escuchado esperando alguna respuesta que calzara con toda su existencia. El hombre que ahora sabía era su padre, comenzó con su relato.
“Es cierto que estuve una época en el hospital. En ese tiempo las cosas no andaban bien, así que tu madre decidió abandonarme. No la culpo por ello, ya que mi vida no era precisamente un ejemplo para nadie. Sumido  en el alcohol y las deudas, mi destino no podía ser otro que la cárcel o el hospital. Afortunadamente, pude salir de ahí con una mirada diferente. Asumí mis responsabilidades, pero la herida de no poder estar contigo me torturó hasta antes de que entraras por esa puerta. Trabajé e invertí en negocios pequeños. Tuve la posibilidad de prosperar y llegar a ser dueño de varias empresas. Sé que tú no tuviste lo mejor y es por eso que creé un fondo que debía serte entregado llegado el momento, aunque no sabía cómo”.
—   ¿Es ahí donde entra Ximena?
—   Así es. Su objetivo principal era hacer amistad contigo, estudiar en qué posición estabas, ayudarte a conocer otras cosas. En definitiva, hacer de ti un hombre más seguro y decidido, como lo eres hoy. Claro que lo de enamorarse, corrió por cuenta de ella.
—   Ahora entiendo todo. Pensé que habías muerto. Si…
—   Calma, calma que..
Ambos, padre e hijo, se alegraron de reconocerse  y sellaron en el llanto de la alegría que produce el cierre de un ciclo vital, una historia que de no haberse realizado en cada uno de sus detalles, les hubiera transformado en actores pasivos de una existencia que merece sin duda tener remembranzas y olvidos.
                                                               FIN
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Foto del autor Leonardo Pizarro
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Descripción

Cuento escrito en una noche con un fin participativo.

Palabras Clave: Pasajera 7.30 Ximena.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Derechos de Autor: S


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kalutavon

Leonardo, grato iniciar este periplo por nuestras respectivas letras. Luego decirte haber leído con mucho interés tu propuesta literaria, encuentro oficio y una prosa interesante. En la primera parte hay un gran manejo del suspenso, luego como que se pierde el "encanto" y la tensión decrece en intensidad, sin que por ello no haya cierta sorpresa con el final que propones. Me ha sido grato leerte. Afectuoso saludo.
Responder
January 06, 2014
 

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busy