Diez meses (3 y 4 )
Publicado en Nov 14, 2013
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3
A pocos metros del convento, el edificio de ladrillo rojo fue el gran hallazgo de Alicia cuando trataba de familiarizarse con el entorno más próximo a su recién estrenado domicilio. Reconvertido en centro cultural, el antiguo hospital acogía, además de la biblioteca, una extensa oferta de actividades que congregaban a personas de todas las edades.
 Se dirigió al segundo piso, ocupado íntegramente por la biblioteca. A primera hora de la tarde, sólo el bibliotecario y ella parecían tener algo que hacer allí. El silencio era total, también en su mente que le dio una tregua, mientras deambulaba por los pasillos. Todo quedaba aplazado durante el tiempo que pasaba curioseando en los libros. No tenía preferencias por ningún género en particular, un libro la llevaba a otro, descubriendo nuevos caminos que ansiaba explorar, poesía si estaba triste, ficción cuando deseaba evadirse, ensayo si el autor o el tema conseguían interesarla. Tras consultar el directorio, se paró delante de la sección de psicología: estrés, depresión, ansiedad… Cerró los ojos y, recorriendo con el dedo la abrumadora variedad de títulos, cogió uno al azar.
Guardó el libro en la mochila justo cuando se abría la puerta.
–Creía que ya no venías.
–Te hubiera llamado – dijo Alicia siguiendo a Elena hasta la cocina.
–Pareces cansada.
–Como siempre.
Alicia dejó la mochila en el suelo, la chaqueta sobre la mesa y se subió a uno de los incómodos taburetes con los que Elena había sustituido las sillas de madera.
– ¿Qué tal en el trabajo? – preguntó Elena colgando la chaqueta de Alicia del pomo de la puerta.
Alicia se apresuró a desviar la conversación de su trabajo interesándose por su sobrina. Las preocupaciones de Elena eran tan habituales que la consideró afortunada de poder nombrarlas. Tras una fugaz mirada a la mochila, se preguntó si sería capaz de concretar la angustia que sentía.
Elena continuaba hablando al tiempo que extendía crema de chocolate en el pan, abierto en dos mitades. Alicia se esforzó por recuperar el hilo de la conversación, pero hacía tiempo que había dejado de interesarle lo que pudiera suceder en su antiguo barrio. Por suerte, la pasada semana no había proporcionado muchas noticias y el tema se agotó rápidamente.
– ¿Te ha llamado Amalia? – preguntó Elena envolviendo el bocadillo en papel de aluminio.
Amalia era su tía, pero nunca la habían llamado así. Alicia creía que era porque se había incorporado muy tarde a la familia. Cuando su tío Paco murió, Amalia tomó la determinación de regresar a su pueblo. A partir de aquella decisión, y salvo contadas excepciones, la relación había sido telefónica.
–Hace meses que no hablamos.
–Me llamó, hará una semana – dijo Elena –. No tenía tu nuevo número de teléfono y se lo di. Me extraña que no te haya llamado.
Conociendo a Amalia, Alicia estaba segura de que si habría llamado. Seguiría insistiendo hasta que dejara de responderle una voz desconocida que, sin ninguna explicación adicional, se limitaba a recordar a quien llamaba el número que previamente había marcado.
–La llamaré esta noche – dijo Alicia acompañando a Elena a la habitación.
Tal y como hacía cuando era más joven, pero sin el deseo de imitarla, Alicia observó cómo se maquillaba su hermana mayor.
La cara de Elena se había redondeado con los años y el parecido entre ellas se difuminaba. Persistía en la boca, bien dibujada, en la que Elena aplicaba brillo para conseguir más volumen, y en los ojos, más pequeños en el caso de Elena.
– ¿Te quedas a cenar?
Alicia se sorprendió deseando estar en su casa, perdiendo el tiempo frente al balcón. Procedentes de la pared, unos ojillos vivaces la vigilaban. A sus seis años Marta era una niña despierta, alegre y decidida, cada día más interesante y prometedora.
–Si me quedo – dijo Alicia acercándose a la ventana.
La ropa en el tendedero le confirmó lo que Elena ya le había anunciado, el hogar familiar en el que se había ido quedando sola, volvía a estar habitado.
 4
Alicia no se molestó en mirar la carta. Pidió un descafeinado, mientras que María se atrevía con una especialidad más exótica. Ocupaban una mesa cerca de donde deberían estar las puertas, suprimidas por alguna razón que Alicia relacionaba con la estética del moderno establecimiento en el que María había insistido en entrar. Nada las separaba de la calle. La gente que caminaba por la acera las miraba como si formaran parte de un escaparate más. La afluencia de público y el ruido exterior dificultaban la conversación y María tuvo que alzar la voz para hacerse oír.
–Lo que te pasa es normal en esta época del año.
– ¿Tú crees? – dijo Alicia refugiándose de un sol impropio de finales de septiembre.
– ¿Has probado a tomar vitaminas?
Alicia contuvo un suspiro. Confiaba en poder desahogarse con María, su mejor amiga desde que la proximidad de sus apellidos las emparejara en el colegio. Pero después de aquella reacción, no se atrevió a hablarle de la voz que escuchó en el trabajo y que presentía agazapada esperando a que ella actuara.
–Puede que lo haga.
–Tienes que animarte. ¿Qué haces el sábado?
–Trabajar.
–Que pena, te hubiera venido muy bien el aire de la sierra.
Alicia miró a María, abstraída en el teléfono. El traje de chaqueta gris le daba una apariencia de excesiva formalidad y tuvo la impresión de que era cuestión de tiempo que comenzara a desplegar sobre la mesa su amplia gama de formularios capaces de solventar cualquier incidente que amenazara con alterar su vida.
–En otra ocasión – dijo Alicia sin pesar.
La tarde transcurrió previsible. María aprovechó el encuentro para realizar algunas compras y, antes de despedirse, tomaron un segundo café, esta vez en una cafetería.
Reclinada sobre la ventanilla del autobús, Alicia observaba el intenso tráfico de la tarde. Conductores impacientes hacían sonar el claxon, en tanto que los peatones se aventuraban a cruzar entre los coches.
Había hecho un gran esfuerzo por salir y distraerse en lugar de quedarse en casa analizando todo lo que le pasaba por la cabeza, pero había sido inútil. Lo que parecía imposible no lo era tanto y regresaba a casa más desanimada que cuando salió. “¿Y si las cosas empeoraban?”, se preguntó removiéndose en el asiento. Pegó la cara en el cristal. Seguían atrapados en la misma calle. El ruido debía de ser similar al de hacía unos minutos pero ahora lo percibía atenuado, como si se encontrara muy lejos de allí. Una gota de sudor resbaló por su brazo, pero no era calor lo que sentía, sino frío. Por fin se pusieron en marcha. La mano le resbaló en la barra donde se agarró al ponerse en pie. Un estrecho pasillo, atestado de gente, se interponía entre ella y el aire que necesitaba para respirar. Sin ningún miramiento se fue abriendo paso hasta alcanzar la puerta que, oportunamente, se abrió al situarse delante de ella.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Foto del autor carmen garcia tirado
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Descripción

Diez meses

Palabras Clave: Diez meses

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

Josep

En dos escenas la protagonista cierra las puertas a su vida pasada. Quizá más que desgrdarle ésta, le atrae ya mucho lo que empieza a vivir en su nuevo paisaje y necesita tiempo para disfrutarlo. Familiares y amigas quedan en el viejo mundo particular de Alicia. Que ya no parece suyo...
Responder
November 28, 2013
 

carmen garcia tirado

La realidad interior de Alicia y en la que vive vive no se corresponden, tiene que acercar ambas realidades, los cambios son inevitables.
Responder
November 29, 2013

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