Diez meses
Publicado en Nov 11, 2013
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Diez meses
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Cuando Alicia entró en la habitación, el olor, mezcla de orina y sudor, era muy fuerte. Había dejado a Rosario para el final; la anciana, que no podía quejarse, seguía todos sus movimientos desde la cama. Alicia se aproximó a ella sin permitirse ningún gesto de incomodidad. Retiró el camisón húmedo y los pañales. Introdujo una punta de la toalla en el agua templada y lavó la cara, toda ojos. Enjabonó, aclaró y secó el cuerpo inerte de la anciana. Dio un breve masaje en la espalda, y protegió con crema la piel allí donde parecía incapaz de resistir por más tiempo sin romperse.
Colgada del armario encontró la bata preferida de Rosario y la vistió con ella. Se mojó las manos en colonia y las pasó por el pelo gris antes de peinarlo. Resguardando la bata con una toalla, procedió a limpiar la boca y a hidratar los labios.
Cambió todas las sabanas, pese a la advertencia de no enviar demasiada ropa a la lavandería, y abrió la ventana por la parte más alejada de la cama. Echó un vistazo al reloj y comenzó a recoger la habitación. Después de comprobar que todo estaba en orden, salió al pasillo.
Al igual que ella, Susana arrastraba una bolsa en cada mano. La de color negro repleta de pañales y la verde, de ropa sucia. Esperaron en silencio el ascensor. Alicia miró a su compañera, que mantenía la vista fija en el suelo. Llevaba el pelo recogido en la nuca, de cualquier manera. En su rostro afilado, la única señal de color era el azul oscuro de las profundas ojeras que se habían formado bajo sus ojos. Y entonces, sucedió de nuevo.
Más potente que nunca, la misma voz que dos años antes, camino del hospital, le pidió que dejara partir a su padre, afirmaba ahora que no quería terminar así, con la mirada vacía, vencida.
–Prepara el comedor, yo me encargó de las bolsas – dijo Alicia sin mirar a Susana por miedo a que pudiera adivinar sus pensamientos.
– ¿Estás segura? Pesan mucho.
Alicia asintió agrupando las cuatro bolsas a sus pies.
Liberada de las bolsas, regresó a la segunda planta por la escalera de servicio. A mitad del primer tramo se sentó en uno de los escalones. Contaba con cinco minutos antes de que notaran su ausencia. Cerró los ojos y respiró hondo. Al abrirlos, una multitud de puntos luminosos flotaban ante ella. Estaba asustada. Algo se revelaba en su interior con la suficiente fuerza como para saber que no podría ignorarlo. De nada había servido repetirse que el cansancio era el responsable de la desgana con la que afrontaba cada día. Tendría que hallar una explicación mejor si pretendía acallar esa voz tan desconcertante. No iba a ser fácil. No tenía ningún problema que pudiera justificar la ausencia de ilusión en su vida. ¿A qué se debía tanta insatisfacción?
El traqueteo producido por el carro de la comida a lo largo del pasillo dejó la pregunta en el aire. Y por más que se interrogó, la pregunta seguía sin respuesta cuando llegó a casa.
Sin pretenderlo, se detuvo en la entrada. No pudo pasar por delante del espejo con la indiferencia de otras veces. Se quedó de pie frente a él examinando la imagen que le devolvía. Había perdido peso, no de manera alarmante, pero si lo bastante como para que se reflejara en su cara, aún más fina, todavía con algo de color. Los ojos marrones, de un tono más oscuro que el pelo, aparecían fatigados, con ese punto de tristeza del que no conseguían librarse. ¿Similares a los de Susana? El temor a obtener una respuesta la hizo apartarse bruscamente del espejo. No quería recordar los inquietantes sucesos que había vívido en el trabajo. Todo lo que deseaba era dormir y dar por finalizado el día. Casi lo logró. Despertó, en la semioscuridad del salón, dos horas más tarde.
Se incorporó con cuidado en el sofá por temor a reavivar el dolor de cabeza, reducido a un débil latido en la sien derecha. En cuestión de segundos, y sin poder evitarlo, se encontró esperando el ascensor con Susana. También las lágrimas se presentaron sin avisar. Sólo al rozar sus labios fue consciente de ellas. Y esa constancia aumentó su frecuencia e intensidad hasta transformarse en un llanto incontrolado.
No se movió en lo que quedaba de tarde. Ni siquiera cuando sonó el teléfono, cinco veces, antes de que el contestador automático hiciera el trabajo que ella eludía cada vez más a menudo, reaccionó.
La oscuridad la envolvía por completo cuando salió al balcón. Si se situaba en uno de sus extremos podía ver dos diminutas estrellas; siempre estaban ahí, pero esa noche un cielo cubierto de nubes las ocultaba. 
 
 
 
 
 
  
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Foto del autor carmen garcia tirado
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Descripción

Diez meses

Palabras Clave: Diez meses

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (2)add comment
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Josep-

Tienes muy buena prosa, leí ya hace meses cosas tuyas que me gustaron siempre. Muy acertado pienso el ritmo del relato, solo descprición cuando se trata del inicio, en que la atención a los ancianos podría hacer caer la escena fácilmente en algo sensible y romper así esta visión desde fuera del aconteceder de la protagonista.
La revelación que tiene en el ascensor junto a su compañera llega muy de improviso y sorprende, quizá rompe el ritmo, incluso es confusa con la referancia a la decisión sobre el padre. No sé decirte si es una acierto o igual no debería ser presentada así. Todo el resto del escrito es un lento decaer de alguien sin voluntad, excelentemente plasmado. Y el cierre, como un atáud, de esta escasa voluntad por seguir.
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November 12, 2013
 

carmen garcia tirado

Gracias Josep, me ha encantado tu comentario. Has captado muy bien cómo se siente Alicia. En cuanto a la brusquedad en la escena que describes, no sé quien tiene razón de los dos. Pretendía que el aspecto de la compañera fuera una revelación para Alicia, una intuición que se presenta de repente. Gracias. Saludos
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November 13, 2013

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busy