Veinticinco das (IV) Novelita
Publicado en May 24, 2013
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-Hijo, qué alegría verte, después de casi un mes que no venías –diciendo se abalanzó para besarme y abrazarme emocionada, a esa altura también me emocioné, pero cuando divisé al gordo mirando por encima del hombro de mi madre acabose lo bueno. Ella se dio cuenta y medio como regañándome espetó: 
-¿Cómo me vas a decir qué no conoces al señor Valdez?
Ante mi cara de no sé nada, porque nunca lo había visto, la muy comprensiva relató:
-Pero si cuando se mudaron al lado de casa, nosotros le ayudamos. ¿Te acordás?  Era un domingo a la tardecita y nos fueron a pedir agua. Bueno, ahora nos hicimos amigos y fuimos juntos hasta el campo de Bellizansi a comprar un lechón para comer esta noche, ¿me imagino bien si digo que no tendrás excusa para ausentarte?
-No, ninguna…
-Bueno mejor así, ahora nos vamos porque ahí adentro en el coche está la esposa del señor Valdez con los dos chicos. Si te apurás para correr, y llegas ante del mediodía, nos tomamos unos mates, ¿querés?
Volvióme a besar, esta vez en la frente, y el tal Valdez me estrechó la mano momentos antes de que se perdieran de vuelta a Teodelina. Un poco más calmo, por la tranquilidad y seguridad que irradiaba mi madre y nada más que por eso, decidí retornar.
De regreso el panorama parecía otro. Me saludaban todos, incluso los que no pude conocer, que extrañamente eran la mayoría. Aunque si lo analizamos bien no debería resultar tan extraño si convenimos en aquella tesis que declara que los pueblos crecen a ritmo vertiginoso nutriéndose de masas desplazadas de otros pueblos y a que yo ya no vivía más en Teodelina, a la que iba de visita de tanto en tanto cuando mis estudios y ocupaciones en Rosario me lo permitían. De todos modos, sobre el asunto de los gatos meándome en el universo parado, no pensaba decir palabra hasta que otro trajera el tema. De seguro que los medios de comunicación, con los cronistas del periódico, capaces de tener el récord  de errores de ortografía en una página; los reporteros de la frecuencia modulada; los preocupados conductores y la presentadora de televisión darían pormenores y más de un ciudadano local  daría su versión y contaría el horror de qué es estar virtualmente muerto. Además en mi hogar mi madre daría su testimonio de cómo quedaron atrapados en un automóvil inepto, ¿pero por qué no me había hecho ningún comentario? La resolución de este enigma tenía que estar dado porque ella alejada del pueblo no sufrió afortunadamente la locura cósmica ésta y por lo tanto no estaba enterada, de seguro que cuando llegara yo a casa me trataría como a un nene de seis que hace travesuras y que no las quiere confesar aún ante la evidencia. A cincuenta metros del umbral de mi vivienda escucho un grito:
-Ey, loco, ¿Cuándo llegaste?
Yo no tenía ni idea, pero según deduje por las palabras de mi madre, debía haber llegado al pueblo durante la noche.
-Anoche, ¿cómo andás Marce?
_Bien, che, mirá mañana hacemos un partido, a las cinco de la tarde y te necesitamos.
¿Podés?
-¿Quién juega?
-Contra barrio norte.
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Foto del autor Hugo Nelson Martn Hernndez
Textos Publicados: 43
Miembro desde: Mar 31, 2013
2 Comentarios 363 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Continuacin de la historia.

Palabras Clave: Novela Teodelina.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (2)add comment
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Piel Canela

Buen trabajo vienes realizando Hugo... te felicito.
Responder
June 21, 2013
 

Hugo Nelson Martn Hernndez

Muchas gracias, los comentarios son un buen aliciente para continuar! Abrazo cordial.
Responder
July 04, 2013

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