Estaba a punto de firmar un acuerdo entre el país que él representaba y un organismo de crédito internacional. Sabía que ese multimillonario préstamo iría a engrosar en gran medida, los bolsillos de los especuladores financieros.  Pero pensó, que si no lo hacia él, otro lo haría. Con ese pensamiento como consuelo finalmente puso su rúbrica.
                 Cuando sale del despacho, al subir al ascensor,  el licenciado  Maximiliano Gonzales descubre en uno de sus espejos,  su rostro 30 años más joven, pero sangrando y con moretones. Como cuando en el comité del partido revolucionario, al que él pertenecía hace tres décadas,  lo acusaron de traidor y le propinaron una golpiza.