Me gusta tu mirada,
que de inocente se vuelve incandescente
luego solidifica y convierte en pétrea
esa parte de mi cuerpo tan ávida de tus caricias.
Me gusta esa mirada tuya
que se vaporiza entre tus pliegues
cuando se vuelve un guiño al intruso
que de rodillas, como un niño
se agita insatisfecho ante el manjar no probado.
¡Sí, me gusta tu mirada!
que de apacible no tiene nada
es de hembra insatisfecha, de fiera acorralada
por el celo ancestral de perpetuar la especie.
…y tu risa, ¡ah tu risa!,
marejada incontenible,
lo mismo hechiza que devasta
o polariza los sentidos
para terminar congelada en mi memoria
convertida en impúdico delirio.
También me gustan tus manos,
que se unen en la oración silente,
luego  serán  manantial de caricias nuevas
con un calor muy diferente
cuando  a buen ritmo las muevas…
¡Ay tus manos!
que antes de la medrosa despedida
agitándose cual bellas mariposas,
serán cuenco para recibir unidas
el néctar blanquecino de la vida.
¡Esos tus encantos me gustan!
me tienen en pena y en martirio
convertido en hilador de sueños
porfiado tejedor de fantasías
invocando la dicha de entrar en ese paraíso
siempre a mis ojos escondido 
 entre esas dos níveas columnas
que no se separan  cuando lo pido.