• Andrea Palomini
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Siempre era igual. El café no estaba listo y sus lentes de sol habían desaparecido. Era uno de los últimos días hermosos de septiembre en que mayo no parece tan envidiable, y dan ganas de bañarse en alguna de las miles de fuentes que había en la ciudad. Pero Annie no tenía eso en mente cuando revisaba tras los cojines, buscando sus lentes. No deberían gustarme tanto, pensó, apenas los encontró tras un frutero. En realidad eran unos buenos lentes, bonitos y resistentes. Sus aviadores la habían acompañado por el mundo varios años, así que podía perdonarles el que desaparecieran de vez en cuando. Los metió a su bolsa, el café por fin estaba listo y tenía diez minutos para llegar a la Fontana de Trevi si no quería que Vanina se enfadara con ella. Annie sentía un apego muy especial hacia Vani, porque se hicieron buenas amigas en cuanto llegó a Roma de intercambio. Salió apresurada, y quince minutos después buscaba a su amiga en la multitud. ¿Dónde podría estar? Admirando escaparates, desde luego. La vio frente a una tienda de ropa y fue hacia ella. Estaba caminando lo más rápido que podía, pero la cantidad de personas que había en la plaza no era de ayuda. En su prisa por llegar, tropezó con algo delgado, y hubiera caído de bruces de no ser porque alguien la agarró del brazo. Era un hombre joven, que tenía un tripié tirado a su lado, y una cámara de profesional en la otra mano. El ruido del tripié al caer y la exclamación de Annie habían llamado la atención de los que estaban a su alrededor.- ¿Estás bien? Casi dejas tu nariz en el empedrado. - No parecía molesto, más bien sorprendido. Annie sonrió.- No sería la primera vez. - Ambos rieron, y las personas que los rodeaban se iban olvidando de ellos - Lo siento, ¿rompí algo? Miraba las... tiendas y olvidé... fijarme.- Noté que ibas algo apurada. - Su sonrisa era deslumbrante, y la joven se fijó en que hablaba con acento. - Soy Damien Archer, por cierto. - Se estrecharon la mano.- Annie Pennyman. - alcanzó a decir, antes de que Vanina llegara.- Por Dios, Annie, ¿qué escándalo ya ar...? - Se detuvo al ver a Damien. - Veo que tu despistada mente puedo contigo de nuevo. - Le lanzó una mirada de complicidad, y la aludida sintió ganas de desintegrarla. Damien observaba la escena, divertido.-Vanina, él es Damien Archer, que muy gentilmente evitó que pereciera en mi intento por encontrarte. Damien, ella es Vanina Candini, una amiga de la escuela. - Su amiga sonrió y dijo:- No sé qué piensen, pero creo que este no es lugar para la encantadora charla que merecemos. Propongo refugiarnos en una heladería o algo así.- En realidad debería irme. - dijo Damien. - Tengo que llegar al Coliseo antes de que cambie mucho la luz.- Entonces te veo arriba, Annie. - Una última mirada de burla y Vanina desapareció entre la multitud.- Bueno... gracias por evitar que dejara mi nariz aquí.- Un placer, Annie. Solo cuida dónde pisas. - Ambos sonrieron antes de que ella se perdiera en el mar de gente. Se dirigió a una calle lateral, donde encontró a Vani sentada en un banco. Luego se encaminaron al museo que planeaban visitar, como si nada hubiera pasado.
Capricho I
Autor: Andrea Palomini  674 Lecturas
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Se podía escuchar la música recorriendo y alegrando al bosque, las ramas se mecían y las hojas las seguían. Lily caminaba, mirando en todas direcciones, con el corazón y los ojos inquietos. Caminó más aprisa, destrozándose el vestido y arañándoze los brazos, en plena desesperación y dejando a un lado la razón. Sus verde mirada se fue empañando y pronto ahí estaban, esas acusadoras lágrimas que caían por sus mejillas y ella sólo podía caminar, caminar como si en ello se le fuera la vida, caminar hasta encontrar lo que tanto buscaba... Poco a poco el bosque fue cediendo y entonces lo vio, muy a la distancia con todos esos colores que no estarían ahí de no ser por el circo, tan lleno de vida y muchas cosas más. No se distinguía la forma pero el rojo de la carpa sí, tan inconfundible y tan cerca, más cerca que nunca. Lily paró un momento y suspiró antes de retomar el paso, ahora lastimándose las piernas y comenzando a sangrar. ¿Dónde estás? La angustia era insoportable y respirar se hacía cada vez más difícil pero debía seguir, seguir hasta el circo y encontrar a Alex para terminar la agonía y reiniciar la vida. Por fin estaba ahí, la taquilla se veía con sus luces y su gran anuncio dorado ofreciendo mucho y prometiendo más. Lily se acercó a mirar y sí, no se había equivocado, El hombre y la Luna, el nuevo atractivo y en exclusiva además. No había nadie visible así que decidió entrar y caminó de nuevo, ahora através de las cortinas doradas, entre las numerosas gradas y sobre el terciopelo negro. La escasa luz del interior venía de una hermosa esfera plateada, flotando a la mitad del escenario. Con un escalofrío, Lily dio un último paso y unos ojos aparecieron en la esfera, unos preciosos ojos pálidos como las nubes en una leve lluvia, pálidos como el frío y la melancolía. Un fugaz parpadeo y la carpa se vio con una brillante niebla plateada también, tan dulce y delicada en sus movimientos que parecía acariciar mi rostro mientras una sombra se desprendía del telón y se deslizaba hasta donde yo estaba y ponía un dedo sobre mi boca, diciéndome que ya todo está perdido, había tardado demasiado y el show ya estaba terminado. Era una pena que no lo hubiera visto, la Luna había estado increíble aunque dolió mucho, pero sólo de verla y sentirse rodeado de su delicioso vapor uno se sentía consolado y con fuerzar para terminar. Aterrada como estaba yo sólo podía escucharlo y temblar, porque su voz era helada y sumirada lo era más, porque entonces comprendí que escapar y correr y llorar fue inútil, en verdad era demasiado tarde para salvarlo, ya se lo habían llevado y dejado a un Alex tieso y misterioso que me sujetaba por la nuca y por la cintura con sus manos antaño de fuego y ahora de hielo.  La Luna es maravillosa, Lily, y es que ya se podían escuchar unos pasos acercándose a nosotros y dejándonos en el centro de un círculo ya sin niebla alguna. Justo antes de besarme dijo que me vería en el otro lado y cuando por fin me tuvo muerta entre sus brazos dijo que me vería en el lado oscuro de la Luna.
Brain Damage
Autor: Andrea Palomini  688 Lecturas
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No le gustó lo que estaba haciendo. Las fotografías tenían algo mal, no salían como esperaba. Eran en verdad extraordinarias, pero no funcionaba. Tenían algo que les daba un aire corriente, y Damien nunca toleró eso en su trabajo. Era muy fácil cruzar la línea entre una fotografía común y una extraordinaria, esto no podía estarle pasando justo ahora. Tenía frente a él un trabajo cualquiera, de aficionado. Analizó cada detalle hasta que lo encontró, porque sin duda algo estaba mal, e incluso a sus ojos de experto se les escapó. Las fotografías estaban ligeramente torcidas. Nada notorio, solo una pequeña inclinación que opacaba lo demás. ¿Es que no puso el tripié en una buena superficie? No, él lo verificó varias veces, el pedazo de piso donde lo asentó era plano. ¿Entonces? ¿Por qué salieron así? ¿Acaso...? Damien sacó el tripié y lo examinó. Sí, ese era el problema: la cabeza estaba un poco más inclinada de lo normal. Recordó a la chica de la Fontana. Había tirado el tripié en su prisa por pasar, y él, sorprendido como estaba, simplemente lo levantó. ¿Cuál era el nombre? Annie algo, Annie Pennyman. Nombre curioso, especial como ella. Aunque tenía cuerpo y complexión de bailarina, había tropezado de la forma más despistada. Sí que era curioso. Sus ojos poseían un brillo inquieto y ella misma mezclaba torpeza y elegancia de forma encantadora.Su imaginación empezó a volar, y Damien pensó en encontrarla de nuevo, tal vez en la Plaza del Popolo, o mejor en el teatro. Llevaba así un rato cuando se dio cuenta de que lo que hacía era muy iluso. Había casi tres millones de personas que podría encontrar en esos lugares, pero sería extraño verla de nuevo. Sintió que solo perdía el tiempo; antes de seguir trabajando necesitaba un cigarro, así que fue por uno. Ya entrada la noche, decidió dar un paseo. Regresó a su mente la imagen de lo ocurrido esa mañana. Formaban un bonito cuadro, dos extraños conociéndose por accidente en un lugar tan concurrido. Siguió caminando. Roma se volvía un espectáculo sorprendente por las noches, lo que le servía para aclarar sus ideas. Muchos recuerdos volvieron al pasar frente a una animada disco. Unos seis años atrás no habría dudado antes de entrar a ese o a cualquiera de esos lugares, pero las cosas habían cambiado. Debía recordar dónde estaba, en quién se había convertido. Se angustió de nuevo al pensar en las veces que casi deja todo por un poco de polvo. No fue precisamente bueno en sus tiempos de universitario. Brillante en trabajos y exposiciones, pero su historial era muy distinto. Tuvo que estar en coma dos semanas para darse cuenta de que se estaba matando. Años después, caminaba en la Ciudad Eterna con el futuro frente a él. La agonía de su rehabilitación había valido la pena.En realidad temía una recaída, y pasear por las noches le ayudaba a mantenerse despejado. Solo el tabaco parecía calmar sus nervios y su ansiedad, así que se había resignado. Nunca dejaba de pensar que estaba en esa situación por su culpa, como si fuera a olvidarlo. Vio a un grupo de alegres jovencitas cantando a la mitad de la calle y decidió que era un buen momento para volver a casa. Deseó que alguien lo estuviera esperando, pero eso también era algo iluso. Estoy así por mi culpa, se recordó al apagar su cigarro y subir las escaleras hacia un departamento donde solo encontraría soledad.
Capricho II
Autor: Andrea Palomini  614 Lecturas
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Mi madre es pianista. Tenemos un Steinway & Sons, y presiento que lo quiere más que a mí. Es que el piano tiene historia. Se lo regaló su tía cuando cumplió quince años, de segunda mano, pero bien traído de Nueva York. Otros quince años más tarde y luego de investigar aquí y allá, nos enteramos de que fue de una mimada concertista que se suicidó cuando su pareja, un chelista, la dejó. Su padre guardó el piano y, al morir, alguna tía se lo quedó, para venderlo a una tienda cualquiera donde años después un señor cualquiera, osea mi tío abuelo, lo compró. Así que era una especia de piano trágico. Tal vez por eso las melodías tristes suenan mejor en él. Mamá está preocupada. La artritis es muy común en mi familia, y tiene miedo de no poder tocar. Creo que le frustra más saber que yo no toco. Siempre intentó enseñarme, pero soy medio torpe para aprender de ella. El caso es que pacientemente intentaba que leyera notas y entendiera las claves y los tiempos, soltando un suspiro de vez en cuando, acompañado de su típico "Hay, Camila, pero si es tan sencillo..." al que yo solo sabía responder con una tembladera de labios que mejor ni recordar.  No sé cuales sean las notas que suben hasta mi cuarto, pero dudo que sean de Chopin. Adoro a Chopin, y mamá igual . Al menos eso tenemos en común. Pero por más que le pido, no toca nada suyo. Supongo que ahora le deprime más.Cuando vienen mis tíos y mis abuelos a almorzar algún domingo especial, su hermano menor, Andrés, no tarda en sentarse frenteal piano y empieza a tocar algo de alguna banda de rock alternativo, mientras mi madre lo mira con tristeza y mi abuelo destapa el vino. Yo solo me siento junto a él y copio sus moviemientos. ¿Qué más puedo hacer? Él toca de memoria, y pues yo también.  Hoy mamá está tocando de nuevo. Bajé hace un rato y la vi, sentada frente a su gran amor, el gran amor que abandonó para estudiar y casarse, tan digna y elegante como la que más. deslizando sus dedos de forma sigilosa e impresionante, recordando esos días en que el futuro era más prometedor y yo no entraba en los cálculos. Y ahí sigue ella, luchando con la artritis y sangrando toda la música que normalmente no quiere sacar.
El piano de mamá
Autor: Andrea Palomini  702 Lecturas
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Uno por pelear con su hermana, otro por hacer pucheritos en la mesa, uno más por manchar el vestido, reírse frente a él también merecía uno y el último nomás por rellenar. La niña chillaba y qué más da, la tonta ni tiene futuro ni pensar, así que unos más y listo, el mandil de cuero se desenrolla y cae al suelo; con un puntapié para terminar y ya no está, ni sus gritos están, solo está el vacío y el tequila, así que no pasó nada y ya.Luisa se tamableó hacia la cocina y lloró en el sucio piso. Ni su mamá estaba para consolarla, sólo el perro con sus pulgas y sus ojos vidriosos, bien acurrucado junto a la estufa sin reaccionar. ¿Y ahora qué? A buscar el vestido y correr con la abuela. Los diamantes de mamá parecían haberse pegado sobre un manto de terciopelo azul, eterna añoranza de la chiquilla e inimaginable consuelo. Los faroles fastidiaban, pero las piedras apremiaban. La puerta de la abuela estaba cerrada, así que dió la vuelta para entrar por atrás, y ahí la vió, con su níveo cabello y las arrugas de siempre, canturreando bien bajito y mirando sin mirar. -¿Otra vez? Sí, otra vez, una y otra vez, sin razón y con alcohol. Hay, abuela, mamá no está en casa, manché en la cocina y me da miedo regresar. Un poco de jengibre y ya estás. Adiós.¿Y si notó que salí? ¿Se habrá dormido ya? Falta mucho para que mamá regrese a casa. No hay nada que hacer. Pasó junto a las gallinas y junto al corral. Cuando reunió el valor suficiente y puso un pie en la cocina, el silencio era espectral. Ni una vela encendida. Oscuridad y silencio. Nada que temer. Pasó bajo las escaleras y lo vió, tirado como de costumbre, al parecer disfrutando su sueño, dejándola en paz. El piso de madera le anunció con un suspiro que ya no estaba sola en casa. Se veía radiante, con la fiesta a flor de piel y el brillo de la emoción en los ojos. Miró a su esposo, miró a su hija y depectivamente rió. Limpia todo el desastre, Luisa, y desapareció.
No estoy aquí.
Autor: Andrea Palomini  636 Lecturas
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Te fuiste. Me dejaste y te fuiste. Yo me quedé aquí, en la ciudad de siempre, con las frustraciones de siempre amplificadas miles de veces. Y no te importó. Tu vida continúa y la mía quedó estancada. ¿Qué puedo hacer? Sólo extrañarte en los pasillos y añorarte por las noches, dándome cuenta de mi error.Miro por la ventana y me pregunto si piensas en mí. ¿Acaso lo haces? Tu invisible silencio pareciera darme la razón, mientras los recuerdos de nuestro (antiguo) día a día me atormentan conforme el minutero se mueve y el Sol se va. No puedo hacer nada. Tú estás al otro lado del canal. Yo me quedé aquí. ¿Qué más puedo hacer? Aferrarme al "Annie, te amo" que nunca creí.Las olas cantan en mi oído y la arena entorpece mi de por sí lento caminar. Pero no sé a dónde voy. Lo único que se es que mi corazón está al otro lado del canal.
Capricho IV
Autor: Andrea Palomini  612 Lecturas
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Annie se sentía al borde del colapso. Ahora eran sus bosquejos los que desaparecían. Estaba segura de haberlos dejado en una de sus carpetas, pero tenía muchas y no recordaba cuál era la indicada. Se encontraba en la biblioteca del instituto haciendo una investigación sobre Andrea Palladio cuando se le ocurrió algo para su proyecto de Arquitectura Sustentable. El problema era que ya estaba perdido entre sus cosas.No había dormido mucho esa semana por culpa de los exámenes, y perder sus ideas no era de mucha ayuda. Decidió que una pausa le vendría bien. Se levantó y empezó a caminar entre libros que Bioquímica mientras pensaba en Amsterdam. No era su ciudad pero la extrañaba. Conforme avanzaba por los pulcros pasillos recordaba más y más cosas de esa hermosa ciudad holandesa. No era como Sidney, pero le fascinaba. Agarró un libro de Filosofía nada más por hacer algo. Las palabras de Sartre fueron como una cruel indirecta: "...libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de lo que hace". Ella era responsable de lo que hacía. Su condena era esa, porque ella era libre. Investigaciones, proyectos y trabajos estaban sobre su espalda, pero cumplía porque quería lograr su meta, meta que se impuso con total libertad. Era su responsabilidad y sería mérito suyo lo que hiciera o dejara de hacer. Sus pensamientos la absorbían cuando cambio bruscamente de pasillo y chocó con alguien que venía de el de  Fotografía. Se apresuró a disculparse:- Oh, lo siento tanto, venía muy...- se detuvo.- Vaya, tú eres Annie... Pennyman, ¿cierto? - Imposible olvidar esa sonrisa. Ella asintió.- Damien Archer, ¿qué te trae por aquí? Parece que seguimos encontrándonos.- ¿Piensas que te sigo? - Rió despreocupado. - Todos los estudiantes podemos usar esta biblioteca, Annie.¿Estudiante? Imposible. Tendría unos veintiocho años y no parecía médico, ellos siempre llevaban su uniforme. Annie estaba muy sorprendida.- ¿Estudias aquí?- Sí, estoy haciendo una maestría. Pero supongo que tú estás en licenciatura.- En Arquitectura. - Ella seguía anonadada, era increíble lo que le estaba sucediendo.- ¿De verdad? Eso suena bien. - Era evidente que él estaba encantado y Annie solo podía sonreír como tonta.- Sí, ya sabes, cuando olvidas exámenes, planos y todo eso. - ¿Por qué decía cosas sin sentido? Él también reía.- Me lo imagino. - Hubo una pausa incomoda. - Oye, ¿estás demasiado ocupada? Podríamos ir a la cafetería por algo.Annie dudo. Tenía muchas cosas que hacer y muchas ganas de ir por algo a la cafetería. Damien lo notó:- A menos que te agobie la tarea...- Siempre me agobia, pero un descanso no me vendría mal. Es más, tal vez puedas ayudarme en algo.- Bueno, ¿de qué es tu tarea? No creo poder serte útil.- Oh, lo serás. Es para Fotografía Arquitectónica.- Entonces cuenta conmigo, para algo debe servir la maestría.
Capricho III
Autor: Andrea Palomini  603 Lecturas
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Un susurro, acompañado por una leve tos. El ardiente astro observa mis intentos por hacer la reflexión correspondiente. Pareciera imposible que en la ciudad exista un silencio tan hermoso, unos pájaros tan alegres. ¿Es real?Los murmuros se unen a la brisa, se deslizan por los pasillos. ¿Por qué? Él sigue ahí, siento sus manos acariciando mi rostro y mi cabello, pasando por mi espalda hasta mis piernas, siempre ahí, tan inmutable como siempre, tan indiferente como aquél que es mi astro personal, aquél que tiene mi corazón y mis pensamientos, mi razón y mi ser. ¿Dónde está? Mirando a otra, pensando en mí. Sin duda él es como el Sol, pendiente de todo y de nada, viendo sin ver, acariciando sin tocar. Y no hay nada que piense hacer para cambiarlo. Él es lo que busco. ¿Qué le puedo reprochar?Las risas se escuchan a la distancia, como arrastrados por el débil soplo que roza mi nariz. Me recuerda nuestro primer beso. Ese día ambos estábamos bajo los mismos ojos de esta mañana, los dos sonreíamos y nos sonrojábamos a la vez. Y fue el primero de tantos besos... Cada uno con su historia que a pesar del tiempo no logro olvidar. ¿Por qué no se va de mi mente? Ya no debería estar aquí, lastimándome todas las noches, mirándome en el espejo, robándose mi cordura. Simplemente está mal. Pero así es. Querido Alex, no tienes idea de cuánto te extraño bajo las estrellas, de cómo me siento al verte tan lejos cuando nos cruzamos en la escuela, de cuánto tiempo pienso en ti. Si tan sólo supieras eso y más... Si lo supieras nada sería diferente, todo seguiría igual. De igual forma estarías a muchos años luz de mí, según tú soñando mis besos y todo lo demás. Y ni así te creo. Nunca te creí porque eras un imposible, un ideal, justo lo que había estado buscando y esperando, mi salvación en las tristezas y mi consuelo en las alegrías, el único que aceptaba mis elásticos e irrompibles lazos y que comprendía mis problemas con las confianza, ilusión traicionera, el único que me aceptó los caprichos y las depresiones, ignorándolas tan adorablemente, animándome a seguir sin cambiar, a transformarse siendo la misma, a errar descubriendo y tantas cosas más; demasiado anhelado para soportar tenerte y creerte, dispuesta a perderme en tu boca y a perderte en cada caricia, añorando y detestando cada encuentro nuestro, que tú aprovechabas para extraviarme entre tantas cosas y tantas palabras vanas... Increíble que te perdona todas y cada una de las cosas que me has hecho, las lágrimas derramadas y los pedazos de alma regados por ahí. Y lo mejor es que no sabes cuánto te a...-Samanta, ¿piensas regresar? Todos ya están aquí, el retiro está por continuar.
¿Se puede ser sin estar?Porque no sé cuál soy ni en cuál estoySolo sé que hay cierta belleza en el interiorMuy, muy en el interior¿De qué el interior?Me pregunta mi otra cínica vozPero tampoco lo séAsí como me vez..Dlin dlonEl timbre acaba de sonarDorado, verde y plateado se acaban de evaporarSolo quedo yoSin nada que pensarSin nada que sentirSin nadie a quien amarSin ser ni estar
Un parpadeo. Seguido de otro. Y otro. Y muchos más. ¿Por qué dolía tanto cada latido del corazón? Podía sentirlo dando golpes en su pecho, llegando hasta la cama y dificultando su respiración. Por suerte era su último día, su última mañana en ese hueco del infierno donde nadie parecía comprender. Menos mal que ya tenía el boleto en la chaqueta y la maleta lista, porque ya le urgía salir de ahí para regresar a la vida en la Manzana. Tal vez sería volver a la rutina, pero era una rutina deliciosa. Las clases exigían poco pero con calidad, y eso a Damien le sobraba. Así que quedaban tiempo, recursos e intelecto por aprovechar, y qué mejor que un pequeño viaje para estimular la imaginación de vez en cuando, o de día en día... Pero todo estaba bien. No había problema. Todo funcionaba de maravilla, no había ningún problema. Nada grave había sucedido. Y luego de nuevo a la vida, a la vida llena de caminatas y de libros y atardeceres en incontables azoteas, sin olvidar el vino y las estrellas que lo acompañaban donde fuera por las noches y a veces buena parte del día, si quería.Eso era belleza y perfección para él, todo eso era lo único que valía la pena, no una mediocre urbe donde los amigos que había encontrado luego de un año temblaban ante la mención de tantas maravillas y placeres. Pobres ilusos, no podía evitar decirlo frente al espejo, pobres ilusos aburridos. ¡Si hubieras visto sus caas la primera noche! La turbación ante lo desconocido perfectamente disimulada bajo una capa de indiferencia cuyo ingrediente más importante era la hipocrecía debidamente inculcada desde el vientre materno. Todo en aras de la credibilidad y el buen nombre, ¿cómo había podido vivir así? En el momento le pareció correcto, le pareció mejor eso que el miedo constante que sentía en sus primeros años, ahí en Oriente. Y todo por sus padres y su vocación de curiosos errantes, a los que ahora comprendía y aborrecía por meterlo en esa sociedad tan hipócrita como lo era la alta esfera argentina. Pero ya no quedaba más por hacer, sólo disfrutar la vida y buscar una pastilla.Por fin se levantó de la cama y se dirigió al balcón. La ciudad empezaba a despertar y a regresar a la normalidad. Los coches y los camiones se abrían paso a destino desconocido mientras él apoyaba la frente en el marco de la puerta y se preguntaba si en realidad necesitaba una afeitada. Tomó la navaja y la espuma a la vez que su mente aterrizaba en el lecho de Miranda, esa hemosa brunette que sabía de la vida y del LSD. Ansiaba amanecer junto a ella y soñarla de color y brillo. Deseaba su piel entre las sábanas y su cabello chorreando al salir de la ducha y dirigirse al tocadiscos que habían rescatado de una vieja y perdida tienda de antigüedades, preguntándose si era mejor Pink Floyd o The Velvet Underground, cavilando sobre el vino que probarían hoy y sobre la prohibida azotea en la que lo harían. Y en eso estaba cuando su mano titubeó y la sangre comenzó a correr por su mejilla. Brillante.-¡Despertá, ché! Sólo un mate antes de que regreses.
Capricho IX
Autor: Andrea Palomini  595 Lecturas
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La dulce brisa que soplaba en el parque era un momentaneo alivio mientras caminaba por el campo esmeralda, bajo la mirada radiante del sol. Las familias comían y las parejas se leían poemas. Me senté bajó un árbol y te vi, te vi tan ausente y despreocupado como siempre, con una pelirroja de la mano, los dos felices y enamorados como nosotros debimos estar. Camino hacia ustedes y solo veo el brillo de sus ojos, la risa previa al beso y me siento caer, caer sin freno alguno..La luz no entra por mis ventanas y siento las lágrimas corriendo hacia mi almohada. ¿Qué día es hoy? Según mi teléfono es 7 de febrero. Estúpido teléfono, ¿no me podías engañar? Pasa del 6 al ocho, por favor, hazlo por mí. Pero no, tu pantalla muestra un enorme siete con letras blancas. Así que hoy es. Hace trescientos sesenta y cinco días, nuestros labios se juntaron por primera vez. ¡Que feliz fui ese día! La exposición había sido deliciosa, y tenerte tan cerca era más estimulante que un café. Tenías una camiseta café. No sé cómo puedo recordar tantas cosas inútiles, pero lo hago. Y ahora no sé dónde estás. No sé qué hacer. Te sigo extrañando. Tú no piensas en mí, ¿o si?  
Capricho VII
Autor: Andrea Palomini  543 Lecturas
Nunca pensé que esta ciudad fuera tan animada, en especial viviendo junto a un canal. Imaginaba un suave silencio mientras corría el agua, pero veo que no es así. Te ríes de mi ingenuidad y te preguntas cómo es que viví en Buenos Aires si amo tanto al silencio. Pero te amo más a ti, Annie, y por ti prefiero quedarme en esta estrecha y alta casa, tan llena de tu alegría y de tu aroma. ¿Por qué no? Ya no tenemos nada que hacer, sólo vivir a como se nos antoje. Y suena francamente ideal. Tú y yo en Amsterdam. Es curioso cómo el mundo se las amañó para llenarnos de coincidencias que finalmente nos unieron. Menos mal que te dejé la decoración, porque con la peculiar estructura de nuestro hogar me siento incapaz de acomodar un solo mueble. Sí, ya sé que no he traído algunas de las litografías que prometí, pero no me terminan de agradar las que ya vi. Un poco de tiempo, amor. Parece imposible que apenas tengamos seis meses de felicidad conyugal. ¿Sabes? Siempre creí que nunca lo lograría. Pero tú apareciste en mi vida, y has hecho que crea en los imposibles. Nada puede faltar.
Capricho VIII
Autor: Andrea Palomini  520 Lecturas
Cierto día, varios años atrás, Annie despertó mirando el cielo azul. Fue a la escuela y se divirtió con sus amigas hasta que un maestro le armó un injusto drama por sus notas. Entonces unas nubes habían aparecido en el firmamento; momentos después, una colosal tormenta acosaba la ciudad. Horas más tarde, enfadada aún, estaba en su clase de francés cuando salió el Sol otra vez.Annie llevaba algunos meses en Roma cuando notó que ese extraño día bien pudo ser una anunciación de su vida hasta entonces. Damien se volvió el Sol, su Sol. Lo mismo a la inversa. Ambos estaban heridos cuando se encontraron, pero el tiempo y la intimidad cambiaron eso.No solo sus trabajos para Fotografía Arquitectónica eran mejores. Ella misma se sentía mejor. Feliz como nunca había estado, junto a Damien se llenaba de energía y vitalidad. A su vez, Annie tenía una forma peculiar de alegrarlo con una simple mirada. El bien mutuo que se hacían era evidente a ojos de los demás.En los tres meses que llevaban juntos se habían descubierto el uno al otro. No tardaron en vivir en el mismo piso. El único problema era que el semestre se terminaba. Annie debía volver a Amsterdam en enero, porque le faltaba el último semestre de su carrera. Un precioso día de diciembre, se encontraban en una cafetería de la plaza Navona. Damien había estado tomando algunas fotografías mientras Annie estudiaba para su examen del día siguiente. Charlaban mientras bebían un delicioso café y observaban a la gente que pasaba por la calle. La ciudad estaba emocionada por la Navidad, todo el mundo se veía alegre. El ambiente era relajado. Hicieron una pausa y se miraron. Damien iba a hablar cuando un flacucho Papá Noel se paró junto a la mesa. Llevaba una gran bolsa de terciopelo rojo en las manos.- ¡En Navidad deberían estar felices, tontuelos! - Hurgó cómicamente en la bolsa mientras entonaba un clásico villancico. Antes de que pudieran reaccionar, sacó una cámara y se tomó una foto junto a la pareja. Dejó la fotografía en la mesa y se alejó sin parar de cantar.Annie agarró el papel y observó la imagen. Tres rostros sonrientes le devolvieron la mirada. Suspiró.- Me siento como una niña de nuevo, Damien. - Su voz sonaba apagada. - No quiero que deje de ser Navidad, y odiaré regresar a la escuela.- Annie... - Damien se veía preocupado. - Annie no quiero que te sientas así. Sé que no es consuelo, pero escúchame. Sólo tengo que quedarme en Roma cuatro meses más, después podré hacer lo que sea...- ¿Lo que sea, Damien? Tú mereces irte a algún extraño lugar y luego conseguir el trabajo de tus sueños en una importante revista. - Se detuvo, algo triste ante la perspectiva de Damien yendo a un lugar muy lejano.- No me importa eso, Annie - dijo Damien, en un repentino y serio susurro. - No quiero nada de eso si no puedo tenerte a mi lado. - Ella lo miró. Hubo una pausa. - Lo sabes. Annie lo sabía. También sabía que vivir sin Damien sería tan tonto e imposible como intentar tocar su codo con su lengua.
Capricho V
Autor: Andrea Palomini  615 Lecturas
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Noach y Suzaan van Hart esperaban impacientes en el Schiphol. El vuelo que venía de Roma estaba retrasado, y llevaban un buen rato esperando. Cuando una hora después el avión llegó, se apresuraron hacia la salida de los vuelos internacionales. Los pasajeros que iban saliendo se veían muy cansados. Por fin, tras un desfile de rostros agotados, Annie apareció con una sonrisa. Vio a sus amigos a unos metros, y corrió hacia ellos. No los había visto en más de seis meses, y los extrañaba muchísimo. Cuando se encontraron, ninguno de los tres podía articular palabra por lo emocionados que estaban. Los gemelos van Hart eran sus más grandes amigos en Amsterdam, y compartían un departamento en el centro de la ciudad. Se dirigieron ahí de inmediato, sin dejar de reír y hablar. Pidieron un delicioso surtido de quesos y jamones, con una obligada botella de vino.Estaban sentados en la sala, copa en mano, cuando el interrogatorio empezó. Los van Hart querían saber todo sobre lo ocurrido en Roma, especialmente sobre aquel misterioso fotógrafo que había robado el corazón de su amiga. - Bueno, ¿y entonces qué? - Suzaan lanzó el primer intento.- ¿Nos vas a explicar? Pensamos que no llegarías a tiempo, el semestre empieza en solo dos días, Annie.- ¡Lo sé! Pero fue inevitable, Suzaan, en serio que sí - Annie sonrió misteriosamente, y Noach soltó una carcajada.- Vaya, Annie, ¿esperas que nos conformemos con eso? ¡Como si no nos conocieras!- Los tres amigos rieron.- De acuerdo, de acuerdo, ¿qué quieren saber? Solo decidí cambiar unos días mi vuelo.Suzaan volvió a atacar.- Pero, ¿por qué? ¿Qué pasó? ¿Fue algo de la escuela? ¿Hubo un accidente? ¿Olvidabas algo? ¿Tuviste algún problema con...? - Annie interrumpió la avalancha de preguntas con un gesto.- ¡Como agobias, Suzaan! Pareciera que no te voy contar nada.- Se detuvo y llenó de nuevo su copa antes de seguir hablando. - Cuando llegué al aeropuerto me encontré con una gran sorpresa. - Contempló el fondo de su copa.- Fue bastante romántico en realidad. - Los gemelos esperaron a que continuara, pero Annie se quedó callada.- Emmm... ¿romántico dijiste?- Claro, Suzaan, ¿qué esperabas cuando tu novio te quiere dar una despedida digna? Pensé que tú eras la romántica de los tres.- ¡Oh, Annie! ¡Cuéntame, cuéntamelo todo!- Suzaan no daba en sí de emoción.- Hizo algo especial, ¿verdad?- Bastante especial, es verdad.- Annie, ¡tu tranquilidad me exaspera!- No me gusta dar brincos de felicidad por este tipo de cosas Suzaan.- ¿Pero qué cosas? - Ahora los dos hermanos se estaban desesperando.- ¿Qué hizo?- Hizo muchas cosas...- ¡Se pelearon! Annie, ¿estás bien?- Ahora su amiga tenía cara de angustia.- ¡Claro que estoy bien, Suzaan! ¡Debería estar saltando por la habitación!- ¿Dando saltos...?- ¡Vamos a casarnos
Capricho VI
Autor: Andrea Palomini  581 Lecturas

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