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  • País: Chile
 
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LA ÚLTIMA ESCENA
Autor: ALEJANDRA OÑATE  542 Lecturas
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LA ABUELA MARÍA
Autor: ALEJANDRA OÑATE  528 Lecturas
                DOÑA HERMINDA Y DON MANRRUECO               Algunos años después que falleció nuestro padre, llegó a vivir a nuestra casa doña Herminda.  Ella era una mujer que se dedicaba al trabajo de malla cuadrada y bordados, que por aquellos años se usaban mucho.              Cuando llegaba el mes de septiembre, don Manrrueco y doña Herminda se iban a las ramadas, y él no desaprovechaba oportunidad para contarle a todo el mundo que su señora era la mejor bordadora de Chile, ya que le hacía, entre otras cosas, hermosas banderitas chilenas bordadas en los pañuelos, que usaban mucho los huasos por aquel tiempo.               Don Manrrueco, el esposo, se dedicaba a cobrar los arriendos de las carretelas que llegaban a nuestra posada.               Doña Herminda era una viejita chiquitita y patuleca, de ojos turnios, pero muy coqueta y picarona.              Un día cualquiera de esos, la Herminda salió en dirección a una pequeña bodeguita cercana a la casa, llamada "La Confianza", a tomarse, como es de suponer "el cortito" de costumbre, y don Manrrueco sin sospechar nada se quedó en la pieza tomándose una rica aguita con harina.   Cual no sería la sorpresa que se llevó doña Herminda al volver, al encontrar al pobre viejo que sin avisarle a nadie, con el aguita de harina se trapicó, y allí mismo se murió.            Nuestra casa, como en otras oportunidades, se prestó para el velatorio, pero, la pena se le pasó ligerito a la coqueta Herminda, quién por aquellos mismos días se pinchó a un caballero muy simpático llamado Don Manuel.           Dicho pololeo fué de corta duración, y la verdad nunca supimos el motivo por el cual esta relación terminó.            Pero la Herminda no estaba dispuesta a quedarse solitaria, así es que al poco andar en el tiempo, conoció a un viudo con hartos chiquillos, quien más que ligero se la llevó para su casa.            Pero la coqueta Herminda pensaba solo en bordar, así es que lueguito el papel de abnegada dueña de casa y madre la cansó, y un buen día sin avisarle a nadie agarró sus monos y petacas y se largó.            Y así fué como la vimos llegar de vuelta a nuestro hogar, sola y cabizbaja, sin pensar nunca que en su regreso a nuestra casa se iría a encontrar de nuevo con don Manuel, así es que lueguito y sin demora se fueron a vivir juntos otra vez.            Y ahí estaban en nuestra casa, don Manuel cuidando la posada, y doña Herminda con sus bordados.            A ambos les gustaba el tinto, y cuando se embriagaban, armaban rosca por todo y hacían sus escándalos.            Así fueron pasando los años y la relación amorosa se fué debilitando hasta que finalmente terminó.            En los últimos años de su vida, la Herminda vieja, pobre y sola, fué acogida en el hogar de mi hermana Ana, quien había quedado viuda.  Ella se dió el trabajo de cuidarla y atenderla hasta los últimos días de su vida.             Recuerdo que sonriendo picaronamente, solía decir: "lo único que me diferencia de las arañas, es que no tengo el poto colorao".  
                                                 Don Lorenzo          Don Lorenzo se crió con "los liones", con los pumas y las fieras del campo.  Su madre había muerto en el parto, y quedando tan solo y desamparado su madrina,se hizo cargo de él, y lo crió para puro cuidar animales; vacunos, caballos, corderos, etc.         Nos contaba que tenía sus cuevas "preparás pa'quel lión no me pillara", y que cuando se veía atacado por los leones prendía grandes fogatas.        En aquellos tiempos no había como dividir los fundos ¡eran inmensos¡  Entonces solo quedaba hacer fosas; que eran enormes canales profundos, en donde habitaban culebras, hierbas de todo tipo, bicharracos de las más diversas clases y peñascos, entre otras cosas, entonces la tarea de él tenía que ver con cuidar que los animales no cayeran allí, y si eso ocurría, tirarse a salvarlos como fuera.      Con su mantita, su muño de harina, cebolla, tortilla y ají pasaba los días, y así creció y se crió ¡y salió bueno¡ , y no era tonto.     Cuando murió la madrina don Lorenzo llegó a Bulnes, y mi papá que tenía corazón de abuelita, lo aceptó en la casa y le dió un cuartito para vivir.      En una oportunidad le hicieron un convite a salir por ahí.  Poco salía.  Pero en esa oportunidad él aceptó, y lo emborracharon hasta decir ¡basta¡.  Cuando don Lorenzo venía de vuelta en su caballo, se cayó al suelo y se golpeó violentamente en una piedra, el golpe fué tan fuerte, que el cuero de la cabeza se le soltó y le colgaba, chorreando la sangre a borbotones por toda su cara.  Hasta ahí no más llegó don Lorenzo ,"pa`sécula" dijo ; nunca, nunca, nunca más él volvería a tomar.      Don Lorenzo había aprendido ha hacer casas, y cuando no construía estaba en la casa y ayudaba en todo lo que se le pedía.  Vigilaba y cuidaba los bienes de don Alfodín, su benefactor.       Don Lorenzo le tenía terror al agua, y solo de vez en cuando se afeitaba.  Mi papá lo enseñaba una y otra vez : ¡así don Lorenzo¡ y se sacaba la camiseta delante de él, y se ponía debajo del chorro de agua y se lavaba; pero el viejo no aprendía nunca ¡se va a matar don Alfodín¡ - gritaba asustado.       Me acuerdo que cuando le daba el achaque a las gallinas y se morían, él aprovechaba al tiro para cocerlas y hacerlas fiambres, y partíamos con él al cerro Pite, con pan y charqui , además.       Quizás en algunos de aquellos paseos, fué que nos contó que durante uno de los veranos, cuando él cuidaba los animales, subía mucha gente al volcán Chillán donde él solía andar.  Y la gente subía y bajaba riéndose y contándole que habían puesto los pies dentro del volcán, como mucha gracia ¡y a él le daba tanta rabia¡ porque según sus ideas el clima se echaba a perder, y comenzaban a sentirse truenos y relámpagos.  Pasaba el tiempo, y él estaba cada vez más enojado con los turistas y aburrido de que se rieran de sus conocimientos, que tachaban desdeñosamente de "ignorancias" que, un buen día , enfurecido, tomó un chuzo en sus manos y comenzó a empujar con mucho esfuerzo, una gran roca hasta que finalmente, la movió de su lugar, y la echó maliciosamente a rodar hacia las carpas en donde se encontraban los veraneantes ,la roca rodó y rodó echa una bola, arrastrando con ella, ramas, arbustos, piedras y peñascos y no sé que más".  Lo que pasó allá - nos decía - yo no lo sé, porque antes de que llegara abajo, él salió corriendo como un loco sin mirar jamás para atrás.       Don Lorenzo no se reía, no lloraba, solo contestaba cuando se le preguntaba algo.   El era muy silencioso, pero a mí me hacía cariño.       Salía a cazar casi todos los domingos con su escopeta al hombro "y no traía na'".  Mi mamá se enojaba -"viejo e'miércole, como no va a traer alguna cosa siquiera" , pero nunca nadie le exigió.  Era algo apretado el viejito.      Mi hermana Ana, que de niña aprendió a coser, le hacía las pecheras para el trabajo, que confeccionaba con las bolsas de harina que sobraban.      El vivió más o menos unos veinticinco años con nosotros.  Le decíamos "Don Lorenzo" o "Taita Lore" con mucho respeto, y era uno más de la casa.      Cuando mi papá falleció, sacó su pañuelo cochino y mugriento y lloró.  Fué la única vez que lo vimos llorar.      En una ocasión don Lorenzo se enfermó y descubrimos que tenía en su cuarto canastos y más canastos de ropa sucia y vieja.  Para no pagar una lavandera, usaba la ropa hasta que no daba más,y luego se compraba otra.      Cuando el doctor lo vió nos dijo: ¡y de donde sacaron a éste viejo cochino¡ ¡que se vaya a lavar primero,de lástima lo voy a dejar en el hospital¡ tenía neumonía doble.  Yo le puse los soquetes en sus pies viejos y sucios.  El me miró conmovido -¡Oña Pilarcita¡-me dijo- y le corrieron lágrimas por su rostro.  Le puse su ropita,llegó la ambulancia y lo llevé al hospital.  Yo tenía como diesiseis años, el viejo me había visto nacer.     Después que falleció mi padre, él se fué de la casa.  Se lo llevó de la casa una vieja interesada, al campo.  Tenía dos escopetas buenas, herramientas y sabía construir casas.      Aparecía de vez en cuando en Bulnes, especialmente cuando iba a las conferencias de la iglesia evangélica del pueblo, y sólo en esas ocasiones se lavaba y se ponía terno.   Con el tiempo fué perdiendo la cabeza y ya no nos reconocía.  Tristemente ninguno de nosotros pudimos estar cuando él falleció, siendo que fuimos como su familia, pero su recuerdo imborrable perdura hasta el día de hoy, y yo no podría hablar de mi vida ni de mi familia sin mencionarlo a él, uno de esos seres queridos y especiales, que Dios nos regala para demostrarnos su amor.
Don Lorenzo
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